MICRORRELATOS 2022


El 2022 se va.
Cualquier instante puede ser el inicio de una gran amistad.

El 2022 ha sido uno de los años más extraños de mi vida. En el que menos he dormido. Más he llorado, con diferencia. Menos he leído. Y no puedo decir que sea en el que más haya escrito, pero sí en el que más he competido y ganado.

Como escritora independiente, me seleccionaron el relato “Bucle” en la antología Legado (que Eduardo Enjuto y yo reseñamos aquí en su momento y que pronto dejará de estar disponible en Amazon); “El color de la carne”, en la convocatoria Tripa vacía de la revista Literentropía (para un número que al final será publicado, y pronto: a principios del año que nos viene); y mi relato “El límite del Universo”, en la convocatoria Visiones para la antología Sueños, Visiones, Terrores de La Cuaderna del Norte (disponible en Amazon).

Este año, además, inicié una colaboración para escribir a cuatro manos con Jesús Durán y no se nos ha dado del todo mal, la verdad. Nos seleccionaron el relato “El juego de los dos dados” en la convocatoria Juegos del fancine Droids and Druids; el relato “Cabrera, 1814”, en la convocatoria Terrores de Sueños, Visiones, Terrores; el relato “El amor en los tiempos del azar” y el poema “Cartas ocultas”, en la primera convocatoria de La Savia de El Bosque (que publicó los trabajos seleccionados en un librito bastante aparente, por cierto); el poema “Pentagrama de amor”, en la antología Melodías de papel (disponible en Amazon); el relato “Felices sueños”, en la primera convocatoria de la revista literaria La bastarda postmoderna (que saldrá pronto a la luz); el relato “El tamaño importa” y el poema “Eco de palabras”, en la antología Una biblioteca sin libros (que puede descargarse gratis aquí), de la editorial Opera Prima; el relato “Canela”, como autores invitados, en la antología Muchas patas (título provisional, en preparación); el relato “Con un par de huevos”, en el número dos de la revista literaria Pulporama (que también saldrá en breve a la luz); y el relato “Sin cielo en la tierra”, en el III concurso de Libélulas Negras (la correspondiente antología está también a punto de ser publicada).

Y aún tenemos unos cuantos trabajos presentados en convocatorias pendientes de fallo.

Esta es la última entrada que publicaré en el 2022 en el blog y está pensada para que contenga el resumen anterior y también los microrrelatos que he ido escribiendo a lo largo del año. La mayoría con motivo de diferentes convocatorias organizadas por Dentro del Monolito (DdM), blog del que ya hablamos en una entrada anterior. Indico los que fueron seleccionados, para el programa Forjadores de relatos (FdR), o para Territorio Extrañer (TE, el canal de Twitch de DdM, del que ya hablamos también en la misma pasada entrada), y el título del programa correspondiente en el que fueron leídos (incluyo, entre paréntesis, el link de cada programa, para quien lo quiera ver o escuchar). Falta por incluir el relato “Atracción jurásica”, que ya colgamos aquí, en este blog (junto con un magnífico microrrelato de Jesús), y que fue también publicado por TE.

Espero que te gusten.



NATURALEZA

(El bosque de los ahorcados; seleccionado para FdR)


Se subió al taburete y se colocó la soga alrededor del cuello. Ese mismo día lo habían despedido. Le había dado a “responder” en vez de a “reenviar” en un mensaje poco apropiado, sobre todo para que lo leyera su jefe. La deposición había sido fulminante. Por si fuera poco, un mes atrás lo había dejado su novia de toda la vida. Y hacía apenas un año sus padres habían fallecido en un trágico accidente. Estaba solo en la vida. Y sin expectativas de futuro.

Lo de suicidarse, la verdad, no lo había meditado mucho, porque estas cosas no se piensan, se hacen sin más, como en el anuncio de Nike.

Se disponía a dar su último paso, cuando notó el olor. Era gas. ¡Se lo había dejado abierto! “Qué más me da ya”, se dijo. Pero ¿y si explotaba medio piso? Se puso a pensar en sus vecinos. Gente maja, siempre lo saludaban sonrientes y lo habían ayudado en toda ocasión en que había acudido a ellos. De hecho, les debía algunos favores. Sería muy desconsiderado, caviló, morir sin devolvérselos. Fue a quitarse la soga, pero se pisó los cordones, que los llevaba sueltos, y perdió el equilibrio.



POR SIEMPRE

(Ponte en mi piel)


Se sentó al volante del coche y mecánicamente se puso el cinturón, comprobó la posición de los retrovisores y abrió, con el mando, la puerta del garaje. Entonces esperó mirando el reflejo del retrovisor lateral, el de su lado. Esperó en tensión, marcando los dedos en la mullida funda del volante y conteniendo la respiración. Sabía que antes o después aparecería. Lo vio de repente a la entrada del garaje: su hijo de dos años estaba a gatas en el suelo jugando con un coche de bomberos. Llevaba su camiseta de marinero, los pantalones cortos azules que tanto le gustaban y unas bambas rojas. Su cabello, rubio y ensortijado, relucía a la luz del atardecer. Parecía un querubín. El crío cruzó de un lado a otro la puerta y desapareció de su vista. Él por fin respiró y cerró los ojos preguntándose cuándo dejaría de aparecérsele: hacía ya dos largos años que, sin querer, porque no lo vio, le había pasado por encima con el coche.



LA MONA

(El farmacéutico; seleccionado para FdR)


―Esta cita ha sido una sorpresa. Pensaba que en la última había quedado ya todo claro.

La pareja intercambia una mirada de indecisión. La mujer, con la barbilla, le hace un gesto al hombre con el que le demanda que hable. Él carraspea nervioso y se arranca:

―Verá, señor doctor, esto…, mi mujer y yo lo hemos estado hablando. Y bueno, no ha sido una decisión fácil, la verdad. Pero, en fin, queremos tenerla y criarla lo mejor que podamos, porque, aunque sea una mona, es nuestra. Es nuestra mona.

El ginecólogo por un momento no entiende nada. Después cae en la cuenta y, sin poder evitarlo, piensa en la conversación que la joven pareja ha debido tener sobre su futuro retoño; haciendo un esfuerzo imposible pone cara de póker. La pareja espera mirándolo como si fuera un dios a que se digne a darles su opinión. Él, manteniendo la compostura como buenamente puede, consigue mascullar:

―Una mola. M-O-L-A. Lo que su mujer tiene es una mola y, ya lo dije, hay que extraerla lo antes posible. Es un embarazo fallido.

Un silencio sepulcral invade la consulta. La pareja vuelve a mirarse.

Quince minutos después el doctor los despide en la puerta. Han llorado y reído con alivio. Y por fin entendido lo que pasa. Él vuelve a sentarse a su mesa con una sonrisa triste: habría dado algo por saber qué nombre habían decidido ponerle. A la mona.



EN OTRA DIMENSIÓN

(Un feligrés más; seleccionado para TE)


―Mamá, ¿a dónde va la gente cuando se muere?

―Depende.

―¿De qué?

―De si ha hecho o no el bien cuando estaba viva.

―No lo entiendo.

―Cuando la gente buena se muere, se reencarna, vuelve a la vida con otra apariencia. Porque esta es la gente que debe poblar el mundo. Es la voluntad de Dios.

―¿Y si no ha hecho el bien?

―Si no ha hecho el bien, también se reencarna, pero en otro lugar.

―¿Qué lugar es ese?

―Un lugar en el que paga por sus pecados. Allí sufre desde el nacimiento: malformaciones, enfermedades, miseria, maltrato, desamor, injusticia, abandono, abuso…, todos los castigos imaginables.

―¿Y cuando muere allí?

―Se acabó. Deja de existir para siempre.

―No lo entiendo. Si ya ha sido castigada, debería ser perdonada, ¿no?

―No tienes que entenderlo. No tiene por qué tener sentido para ti. Es solo como Dios lo quiere. Y sus caminos son inescrutables.

―¿Y cómo se llama ese lugar, mamá?

―Tierra.



TRAS LA EXPLOSIÓN EL TIEMPO SE DETUVO

(Horror nuclear; seleccionado para FdR)


Tras la explosión, el tiempo se detuvo. La vida, toda, quedó para siempre en suspenso, petrificada, sin alma. Los bebés no nacidos, en el vientre de su madre, con todas las esperanzas que se habían puesto en ellos, se convirtieron en cenizas. Los niños, en el colegio, se transformaron también en sombras, tampoco su futuro sería ya incierto. Los jóvenes, con sus pasiones y sus sueños, con las emociones a flor de piel y la muerte en el olvido, dejaron de ser el mañana. Los hombres y mujeres que construían la humanidad día a día, con sus miserias y sus dramas, sus alegrías, sus ilusiones, sus continuas decepciones y sus siempre pequeñas e insuficientes victorias, fueron borrados sin piedad de la faz de la tierra, como si nunca hubieran existido. Los enamorados, con todas sus promesas siempre incumplidas de amarse hasta el final de los días, dejaron de sufrir en el acto. También los enfermos, y los locos, y los soñadores, y los poetas. La existencia de los ancianos perdió por completo su sentido. Y los muertos…, los muertos dieron gracias por no haberlo vivido.

Entonces fue más claro que nunca que ganar la guerra era lo menos importante. Pero ya era tarde: los relojes se habían detenido y el relojero había también muerto.



LA PRUEBA DEL LABERINTO

(Letras laberínticas)


El ratón entró con cautela, explorando, y después, sin mucha dilación, siguió los consabidos pasos: recto, izquierda, derecha, derecha, izquierda…, hasta llegar a un pasaje sin salida. Entonces dio media vuelta y regresó por el mismo camino a la entrada. Y así una y otra vez. Javier a punto estuvo de tirar con rabia su cuaderno al suelo. Aquel era el sujeto número doscientos, y la prueba era la seiscientos. Y los resultados no variaban: todos los ratones testados habían seguido la misma secuencia. Javier había llegado a pensar que algo estaba mal en aquella prueba de plástico, en aquel laberinto de juguete, y lo había lavado repetidas veces con lejía, de arriba abajo. También había cambiado su ubicación en el laboratorio. Nada. Los ratones seguían la misma pauta, como si hubiera un camino marcado que solo ellos pudieran ver. Ni uno solo era diferente.

Javier torció el gesto, fracasaba donde otros habían fracasado antes: ese proyecto había pasado de un estudiante a otro sin que ninguno consiguiera un ratón que encontrara la salida del laberinto, o al menos que siguiera un camino distinto al de sus otros congéneres. Suspiró, derrotado: era el momento de hablar con su supervisor.

―Seiscientas pruebas, ningún resultado positivo. Quizá la hipótesis de partida no sea correcta ―se atrevió a indicar.

Su supervisor lo miró con una ceja más levantada que la otra.

―La hipótesis es perfectamente correcta ―dijo―. Lo que pasa es que no la has entendido.

―¿Perdón? ―soltó Javier con un atisbo de enojo.

―Sígueme ―le dijo su supervisor.

Lo condujo al laboratorio. Sin decir palabra, selló la entrada del laberinto con cinta adhesiva y con un cúter realizó otra entrada en un lateral. Tomó de la jaula un ratón, uno de los que ya habían sido testados, y lo dejó ante esta nueva abertura. El roedor entró y siguió la misma pauta de siempre, pero por un recorrido distinto al habitual, hasta dar con la salida del laberinto.

Javier miró con cara de sorpresa a su supervisor. Este lo miró a él con gravedad y le dijo:

―La prueba no testa a los ratones. Y como tus anteriores compañeros, tampoco tú la has pasado. Búscate otro laboratorio para realizar tu tesis.



DELANTE DE LOS OJOS


Sostenía a su nieta recién nacida. En el jardín de la casa, su hijo jugaba con el cachorro de labrador que le había traído Santa Claus la noche anterior. Su mujer acababa de decirle que estaba embarazada; se le antojó deslumbrante con el vestido de novia. “¿Cómo te llamas?”, le preguntó sonriendo la chica de sus sueños. Estaba de estreno: sus padres le habían regalado por su cumpleaños la bici más bonita del mundo. Con un guiño su abuelo le dio la primera piruleta que recordaba haber comido, era de cereza.

Esbozó una última sonrisa: había tenido una buena vida.



AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS


Al llegar a casa se dio cuenta de que los narcisos del jardín estaban floreciendo. Los había de todos los colores: anaranjados, amarillos y blancos. “A Elena le gustarían”, se dijo: de niña esperaba todos los inviernos con impaciencia que florecieran y había pasado horas admirándolos, le parecían las flores más bonitas del mundo. Pensó cortar algunos y llevárselos, como hacía siempre por esas fechas desde que su hija se mudó a su propia casa. Ella los pondría en un florero sobre la chimenea. Entonces tuvo que recordarse que hacía ya dos largas semanas que Elena, su niña, había muerto.



EL JARDINERO


Estudió el fruto con detenimiento. Estaba casi maduro, casi listo. Pronto sus semillas servirían para sembrar otras tierras y quizá surgieran nuevos frutos.

Admiró una vez más su belleza, tan poco habitual: el azul de la superficie no solía ser tan abundante. Además, la variedad de sus simientes era extraordinaria. Lo había estado observando durante mucho tiempo. Lo iba a echar de menos.

Aún no había decidido cómo diseminaría sus semillas. Primero pensó que lo haría mediante un desequilibrio interno, pero últimamente le parecía más atractiva la idea del meteorito gigante.



EN SON DE PAZ

(Microrrelato escrito a cuatro manos con Jesús Durán)


Dejó al bebé, por fin dormido, en su cuna, y decidió aprovechar para realizar algunas tareas del hogar; disponía ahora, si el pequeño no volvía a despertarse, de varias horas «libres» por delante. Tenía colada de la que ocuparse. Recoger los platos. Darle un repaso al suelo. Y un largo etcétera. Luego, se daría una ducha. Pero lo primero, lo que más le urgía, era seguir las noticias. Eran todas, desde que había empezado la emisión, hacía ya unas horas, bastante preocupantes.

Había llegado una enorme nave espacial.

Sabían, desde hacía tiempo, de la existencia de vida en otros planetas. Pero lejanos, eso sí. Así que la visita no dejaba de ser inesperada. Ahora lo prioritario era determinar las intenciones de los visitantes. Encendió la radio. No tuvo que buscar: todos los canales hablaban del suceso. Se había producido un avance. Uno de los visitantes había salido de la nave en su traje espacial y, por medio de signos, había conseguido transmitir su primer mensaje: «Venimos en son de paz».

Sintió alivio y respiró tranquila por primera vez en horas. Entonces se dispuso a empezar sus tareas. Pero la detuvo el sonido del teléfono. Levantó el auricular. Era su marido. Llamaba desde el trabajo, el Centro Astronómico.

―Cariño ―le dijo―, ¿has escuchado las noticias?

―Sí ―contestó ella―. ¿No es maravilloso?

―No, cielo, no lo es. Es muy preocupante. Prepara maletas con ropa imprescindible. Coge también comida y carga el vehículo con todo. Llegaré a casa en cuanto pueda. Salimos para el norte esta tarde.

―No entiendo ―dijo ella desconcertada.

―En el Centro hemos determinado el origen de la nave. Los visitantes son humanos.

―¿Humanos? ―preguntó ella sintiendo un escalofrió.

―Sí.

Se oyó de repente llorar al bebé: había vuelto a despertarse.



ACCIDENTE PROVOCADO

(Poema escrito a cuatro manos con Jesús Durán)


Dos vueltas de campana, colgando del asiento,

boca abajo, accidentados y malheridos.

Conducías, a tu lado ella, a quien querías asesinar,

y lo has logrado, en esa noche, en medio de peñascos.


Todo a oscuras, solo la radio funcionando,

casualmente suena el tema Money, de Pink Floyd,

el motivo para liquidarla; el destino te la ha jugado.


Estás inmovilizado; ella te mira, sonríe triunfal: se ha vengado.

Antes de que le disparases, agarró el volante y lo giró al barranco.

Un instante de paz mientras escucháis una última canción.


Juntos y malogrados. Ahora es Tragedy, de Bee Gees.

Se os escapa la vida, y la música, ya sin oyentes, sigue sonando.


Y recordad…




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