La ondina y los senderistas

Una ondina es un espíritu del agua, una ninfa más o menos humana (en el sentido de un-par-de-cada-cosa) de espectacular y femenina belleza, según dicen, porque quienes lo dicen suelen ser hombres.2099911-bigthumbnail

Aquí parece que la ondina tiene cola de pez, pero ni caso.

La wikipedia se explica muy bien en este sentido, quizá porque cualquiera puede escribir en base a su experiencia propia, y ya se sabe que las ondinas son como los talleres mecánicos: antes o después, siempre piensas que te la han jugado.

El año pasado conocí a una ondina llamada Safilia. Mi chica y yo recorríamos algunas etapas del sendero GR11, una ruta que atraviesa los Pirineos de costa a costa, y estuve a punto de golpearla sin querer mientras me refrescaba los pies en un arroyo.

Escribí acerca de esos días en forma de crónica, con mi solemnidad habitual, y ahora os dejo la verdad única y sin mentiras acerca de Safilia, para acallar de una vez los rumores que dicen que en realidad era un duende, que estaba financiada por los gnomos, y ese tipo de cosas.

Todos los datos que aparecen en el relato, distancias, tiempos, localizaciones, etc, son rigurosamente ciertos. He cambiado los nombres de los personajes, eso sí, porque entre los Pueblos Libres hay muchos que no gustan de los humanos, y no quiero buscarle más problemas a Safilia, la pobre.

Como el texto es un poco largo, he pensado que sería mejor colgarlo en un par de formatos para que elijas cómo quieres leerlo.

LA ONDINA Y LOS SENDERISTAS (Archivo comprimido con los textos en PDF y EPUB.)

LA ONDINA Y LOS SENDERISTAS (PDF puro y duro. Soy así de redundante.)

 

En realidad, este texto es la excusa para contarte, en otra ocasión, lo que sucedió cuando un duende me pidió que le acompañara en la búsqueda de una ondina desaparecida, en plan detective, pero con menos jazz y cigarrillos.

Otro día te lo cuento. Pero te dejo un fragmento de este texto para animarte.

Muchas gracias.

 

Safilia les seguía de cerca y escuchaba sus conversaciones. Los humanos iban a recorrer durante varios días ese sendero, que estaba señalado con marcas de pintura rojas y blancas, y esa noche iban a dormir en un refugio.

—¿No pasamos por Sant Maurici? —preguntó el hombre.

—No, nos desviamos diez minutos antes, hacia el refugio de Mallafré. Por el lago pasaremos mañana, porque el camino lo bordea durante un rato. Luego veremos un desvío hacia el refugio de Amitges, pero nosotros seguiremos las marcas sin desviarnos hacia Colomers. ¿No estudiaste el mapa, o qué?

—Para eso estás tú, cielo. Para cuando yo me pierdo.

Safilia abrió mucho los ojos. ¡Colomers! Los lagos en aquella altura eran hermosos, y hacía años que no los visitaba: El lago Obago y sus aguas profundas, el Monges, que reflejaba las montañas como un espejo, y los fantásticos Lac de Mar y Lac de Ríus, donde dormían los vientos de los valles del norte cuando cruzaban los Pirineos.

“Iré con ellos”, pensó. “Hace mucho que no veo a los céfiros de los collados, y las dríadas de Estós, la última vez que bajaron al valle, me dijeron que podía pasar a verlas cuando quisiera”.

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