El teatro vive, y su lectura no tiene sentido

En la serie de ciencia ficción Star Trek: la nueva generación, vemos una nave estelar que dispone de una sala muy especial: la holocubierta, un lugar donde se puede recrear, de forma digital (con hologramas «sólidos») todo tipo de historias, escenarios y situaciones.

Un lugar fantástico, ¿verdad? Donde uno puede no solo ver una película (o cualquier recreación de una historia), sino formar parte de ella al nivel que desee, como espectador o como protagonista.

Aquí los protagonistas de la serie están recreando una aventura de… Oh, vamos, no hace falta que lo diga, ¿no?

«¿Y se podría recrear pornografía, te preguntarás?». (Sí, te lo preguntarás antes o después, porque nos conocemos).

Pues en Star Trek no, porque es una serie familiar. Tendríamos que esperar a la serie The Orville para explorar ese concepto y los problemas derivados del abuso de la pornografía. Pero estamos aquí para hablar de otra cosa.

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Al lío. En varios episodios a lo largo de la serie, vemos cómo la tripulación asiste a la representación de obras de teatro. Con escenarios muy poco trabajados, compuestos por poco más que paredes y algunos muebles, los tripulantes ven a sus compañeros representar papeles complicados de personajes clásicos, en los que la interpretación es más importante que la vestimenta o el decorado.

«¿Qué sentido tienes eso?», me preguntaba al verlo. «¿Por qué ver teatro cuando tienes la holocubierta a tu disposición?». Si puedes ver todo lo que desees con la mayor de las resoluciones en una pantalla de tamaño infinito, si todo lo que desees puede ser recreado digitalmente con todo detalle, entonces… ¿para qué ver teatro en vivo?

A mi juicio, la respuesta es esta: junto con los conciertos de música (un tipo de espectáculo que también se explora en la serie, con las perfectas y poco emotivas interpretaciones realizadas por un androide), el teatro sería la única forma de ver algo único, artístico y diferente, es decir, la única posibilidad de disfrutar del talento interpretativo de una persona. Una película, en este contexto, sería un trabajo técnico en el que podrías valorar el guion o el ritmo, pero con el software ya desarrollado ni siquiera podrías admirar el talento de los desarrolladores. Tan solo en una representación en vivo podrías disfrutar de la interpretación en su definición más pura. Es decir, no solo disfrutarías de la actuación, sino también de la personal visión del personaje que transmite un actor determinado.

En un mundo en el que la imagen digital recrea la realidad a la perfección, el espectáculo narrativo más valorado sería el teatro. Así que larga vida al teatro, pues ver una obra de teatro, a mi juicio, es intenso y emocionante…

Pero claro.

El teatro tiene sus limitaciones. ¿Qué posibilidades tengo yo de ver a uno de los mejores actores del mundo en vivo? Casi ninguna. Sin embargo, gracias al cine (o al visionado de una obra de teatro en la televisión de mi casa) puedo disfrutar de sus interpretaciones una y otra vez, en primera línea, y emocionarme con ellas de una forma que una representación teatral convencional en vivo (con actores no tan dotados, a distancia, sin verles muchas veces los rostros con claridad) no podría igualar. Y eso sin entrar en las limitaciones más obvias de (casi) toda representación de teatro: escenarios, efectos, posibilidad de jugar con varias líneas temporales o narrativas, etc.

En teatro se puede hablar de la nostalgia, pero no se puede jugar con la luz de una ciudad como se hace en Medianoche en París, que es el ejemplo que tengo más a mano. De ver a Marion Cotillard ya ni hablamos.

El teatro tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En un mundo en el que comenzamos a recrear digitalmente a actores fallecidos, en el que dentro de poco quizá no podamos distinguir una imagen digital de una real, el teatro seguirá siendo valorado como una disciplina artística única, ya que literalmente cada representación es diferente. Por eso seguimos asistiendo a conciertos musicales, y la posibilidad de ver un concierto en un cine, pues… No es lo mismo. El teatro, a mi juicio, debe seguir vivo. Lo necesitamos para no perder a los actores.

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Y AHORA, LA OPINIÓN IMPOPULAR

¿Qué sentido tiene a día de hoy leer una obra de teatro? Desde el punto de vista de un escritor hay muchas razones: para mejorar los diálogos, para aprender a diferenciar las diferentes voces, etc.

Pero desde un punto de vista literario, es decir, como lector, no se me ocurre ninguno. Leer una obra de teatro es como leer un guion de una película. Puede servirte para conocer el argumento, los diálogos y poco más de la obra, pero no para disfrutarla como fue concebida.

Porque el autor de una obra de teatro no concibió la obra para ser leída, sino para ser representada (casi siempre, y Borja ha escrito una maravillosa excepción). La capacidad de emocionarnos con la lectura del teatro está relacionada con la capacidad que tenemos de recrear las escenas en nuestra cabeza… Como con cualquier lectura, cierto, pero en este caso estamos limitados a la única voz que somos capaces de representar en nuestro interior, que es, obviamente, la nuestra. No hay timbres, gravedad, ritmos o intensidades que no sean las que conocemos. Es imposible sorprenderse con la interpretación de una obra de teatro cuando la estás leyendo.

A día de hoy, tenemos a nuestro alcance muchas representaciones teatrales disponibles y gratuitas cuando queramos. Podemos ver representadas la mayoría de los grandes clásicos en teatro o incluso adaptadas a la narración del cine (aunque cuanto menos se toque el original, mejor). Si nos gusta una escena, podemos verla una y otra vez, o incluso ver una misma obra representada en su lengua original, si no la dominamos, y leer los subtítulos sin perder la sonoridad o las rimas. Así que me pregunto, y no es una pregunta retórica: ¿por qué leerlas? ¿Qué puede aportarnos leer a Lope, Plauto, Shakespeare o Moliere que no obtengamos viendo en la tele, cine o teatro una buena representación de sus obras? Puede que haya razones, pero las desconozco. Insisto: no es una pregunta retórica. Quiero saber si estoy equivocado, y por qué.

Porque, mientras no tenga otra respuesta, cuando alguien me diga «quiero leer a Shakespeare» (a quien adoro y aquí tienes el motivo), le seguiré respondiendo: «pues espero que te refieras a sus sonetos, porque las obras de teatro de Shakespeare no hay que leerlas; hay que verlas».

O vivirlas. Pero eso mejor solo para las comedias.

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