Hace poco leí un artículo en Jot Down que hablaba de canciones que han envejecido mal. Tenía su gracia y me dio por pensar si los libros también envejecen, así que pregunté a los autores de este blog lo que opinaban al respecto, y bueno, alguna de las opiniones te va a hacer levantar una ceja. O las dos.
Miguel dice que el arte no envejece, y el que diga lo contrario no está siendo objetivo. Y ya. Ni un ejemplo me da el hombre, que ya le vale. Y parte de razón tiene, porque si una obra de arte ha envejecido mal, quizá no sea una obra de arte.
Así que, ¿a qué nos referimos con que un libro “ha envejecido mal”? Pues a que las reacciones que provocó en su lanzamiento no habrían sido las mismas en la actualidad, o que los personajes, situaciones, tramas y demás, a día de hoy, parezcan ridículas. Ojo, no digo desfasadas, sino ridículas.
Las ediciones originales de Los Cinco de Enid Blyton son un buen primer ejemplo, porque leerlas a día de hoy dan algo de repeluzno, y de hecho se han reeditado modificando las partes más misóginas y casposas. A día de hoy, dejar cada verano a cuatro mocosos en situaciones llenas de ladrones, asesinos y maleantes no está bien visto.
Dicho esto me encantan esos libros, aunque las reediciones no las he leído.
Libertad se moja un poco más y pone otro buen ejemplo: la saga de Los Hijos de la Tierra, que conocerás por su primer libro, El Clan del Oso Cavernario.
Esta serie se inició hace algo más de treinta años y tuvo su gracia al principio. La historia comenzaba con las andanzas de Ayla, una cromañón en un mundo de neandertales que, más o menos, se sentía como una feminista en casa de Bertín Osborne.
El libro tuvo sus críticas por algunas licencias artísticas de la autora, pero en general fue un superventas que, a día de hoy, se vería como literatura romántica regular tirando a mala, llena de clichés, de escenas bochornosas para el lector y, en general, bastante pobre. El barniz antropológico no resulta suficiente para ocultar lo que hay detrás y, bueno, digamos que tuvo su momento y ya está.
También le he preguntado a Borja, porque soy así de inconsciente, y esto es lo que me ha respondido:
Drácula, de Bram Stocker. El peso de un siglo le duele. Estamos hablando de un clásico que definió para siempre a un personaje legendario, Drácula, pero se nota que el libro tiene más de cien años.
El inicio es cojonudo, eso no se lo niego, y luego se va creando una tensión interesante… pero hacia la mitad, el libro se vuelve denso, pastoso y aburrido. El formato epistolar se hace estomagante y la sensación de terror es nula. Y por si eso no fuera poco, el final orbita entre el “meh” y la decepción. Entiendo que hay que ver esta novela con perspectiva y respeto muchísimo lo que ha supuesto para la literatura, pero siendo honesto, he tenido que remar para terminarla. Aun así la recomiendo.
Ahí queda eso. Hablamos de Drácula. Es un tipo que rapta bebés y se los da a comer a sus vampiresas, transforma a las personas en seres horribles a su servicio y viaja a Londres para arramblar con todo. Sabiendo esto, cuando Borja Alonso dice que no da miedo me recuerda a Bart Simpson escuchando el relato de El Cuervo de Poe. Pero aun así es majo y lo queremos como es.
A Borja, no a Bart Simpson.
Y ahora, mi ejemplo particular de libros que es mejor no releer: cualquiera de Carlos Castaneda.
Este buen hombre se convirtió en un autor famoso y vendió lo que no está escrito con su metafísica new age llena de drogas y visiones mágicas. Era la época de los viajes iniciáticos basados en antiguas culturas y valía cualquier cosa. Pero si Dan Millman tenía su gracia con El Guerrero Pacífico (adaptado en una película con Nick Nolte como el nota evolucionado a místico) y la serie de El Monje que vendió su Ferrari no dejaba de ser una charla motivacional que se ha venido arriba, Castaneda se tomaba muy en serio a sí mismo y sus seguidores ni te cuento. ¿Por qué? Porque el autor encontró una motivación espiritual para escribir: el dinero.
Las enseñanzas de Don Juan, el primer libro que escribió, era una tesis de final de carrera, novelizada en su primera parte para hacerla comercial, que contaba la experiencia del autor con un indio que le dio drogas y del que obtuvo revelaciones místicas. Pero que le dio drogas, no nos olvidemos. Por aquel entonces estaba muy de moda ese tema, con Jim Morrison cantando a la gran serpiente y ese tipo de cosas, y el libro caló hondo en la gente que se quedó con la primera parte, la novela, e ignoró alegremente la segunda, en la que se veía claramente que aquello no era más que el trabajo de un estudiante que había tenido suerte con un editor.
Total, que se vendió muy bien, la gente pidió más y eso es lo que obtuvieron, más de todo, más libros, más viajes de peyote y más locura en general, en una serie de refritos de diferentes ideas chamánicas muy de andar por casa, ligeras, ingenuas y simplonas, que por aquel entonces parecían novedosas e imprescindibles para aprender a vivir en la recién estrenada era de Acuario. Su influencia es enorme, mucho más de lo que crees, en música y cine (George Lucas y la jedi Delta Force, por ejemplo) y también en literatura, inaugurando todo un subgénero lleno de fantasía, superación de la mediocridad (expresión que debería patentar) y “psicología transpersonal”, como explican muy bien aquí.
Pero en fin, son libros que a día de hoy no hay quien se los lea, y no sólo por el fraude que hay detrás (se llegó a ocultar la muerte de Castaneda para hacer creer que había “trascendido”, signifique eso lo que signifique), sino porque carecen totalmente de interés literario, ya que en ellos no hay ni trama, ni estructura, ni dios que lo fundó. Lo he intentado, sé de lo que hablo.
Así que, mal que nos pese, algunos libros envejecen muy mal… Y si el arte no envejece, esto significa que no todos los libros son arte. El tiempo, como sucede y ha sucedido siempre, pone a las personas (y a sus obras) en su sitio. Algunos reyes caen y otros se alzan, y lo que hoy es obra maestra, mañana puede usarse para calzar un armario.
Si es que no somos nada.