Estilo, estilo, estilo.

Una vez, participando en un curso para aprender a escribir microrelatos (creo que ya lo he contado alguna vez), me dijeron que no había encontrado mi voz al escribir, que cuando me comunicaba por correo electrico, o en foros de Internet, solía ser mucho más distendido y ameno de lo que era escribiendo relatos.

Es decir, con otra palabras, me dijeron:

Con lo majo que pareces en el foro, hay que ver lo plomazo que son tus relatos.

Descripción gráfica de un relato mío.

Eso me hizo pensar. Me di cuenta de que mi estilo no se llevaba bien con los relatos cortos, ya que para desarrollarlo necesito un cierto espacio. Es decir, el plomo, extendido en una superficie más amplia, parece que pesa menos, ¿verdad?

Sí, yo tampoco. Así me va.

Ese estilo, que ya empleé en algunos fragmentos de El Parlamento de las Plagas, es el que estoy intentando implementar en una historia que estoy escribiendo, sin forzarlo, porque entonces no sería propio.

¿Es tan importante que un escritor tenga un estilo propio? Creo que sí, que es importante, porque igual que un actor tiene una forma particular de interpretar a un personaje, un escritor debe plasmar parte de sí mismo en la forma de contar una historia determinada. Si no lo hace… Bueno, el mundo está lleno de libros que podrían haber sido interesantes.

 

* Fragmento de Duerme la ciudad

Después del desayuno se había citado con Jennifer Santos, la única amiga que le quedaba, para que le recomendara otro abogado. Mucho se temía que seguía necesitando uno.

—Abogado no sé, querida —Jennifer era tan encantadora como sencilla, y sus pensamientos más profundos no alcanzaban para mojar los tobillos de un niño tumbado en un charco—, pero tienes que ir a ver a mi analista. Te va a encantar.

—Pero es que yo necesito alguien que me asesore, Jennifer, que me diga lo que puedo hacer con los embargos, y que me explique los resultados del último juicio. No quiero que me digan que me siento mal por haber perdido a mi marido. —“Porque tampoco es cierto”. Lydia tomaba un café americano sin azúcar y miraba con envidia el cruasán a la plancha que se zampaba su amiga, con mantequilla y dos paquetitos de mermelada. No era muy aficionada a los dulces, pero en aquel momento necesitaba darse algún capricho—. ¿Cómo se llamaba el que te atendió en tu primer divorcio? Era bueno, ¿no?

—Era un vago y un inútil, Lydia, y no me habría servido de nada si no me lo hubiera tirado. Pero lo hice, y por eso se portó tan bien conmigo al final. Luego le cayeron tres años al pobre. Creo que todavía no ha salido de la cárcel. Me llama de vez en cuando…

—Vaya. Pues no sé qué hacer. —Aprovechó para llamar al camarero—. ¿Puedes traerme un cruasán, por favor?

—Deberías cuidar tu línea, querida. Ahora no tienes marido y… En fin, ya sabes, tienes que cuidarte para que alguien pueda cuidar de ti, jaja. Pero Lydia, tú lo que necesitas es una gestoría, como hace la gente, ¿no? Las gestorías hacen las declaraciones de la renta y sus papeles y esas cosas. Cuando tienen problemas y no pueden pagarse un abogado, la gente busca una gestoría.

Jennifer tenía un concepto algo distorsionado del mundo. “La gente” eran todos aquellos obligados a trabajar para vivir. Era una de esas mujeres que no miraba los precios más que como curiosidad, y que no necesitaba reservar mesa en los restaurantes. Tenía crédito en las tiendas de ropa y complementos, y nunca llevaba dinero en efectivo encima. Eso era para los demás, para la gente.

—Creo que no es así exactamente, Jennifer, pero tienes razón. Buscaré una gestoría.

—Y mi analista. Tienes que ir a verlo. Ya verás, da unos masajes maravillosos.

Lydia cerró los ojos y respiró profundamente.

7 comments on Estilo, estilo, estilo.

  1. El síndrome de “hablar con una pared”, muy común hoy en día, sobre todo cuando intentas comunicar tus problemas a otro, es como si hablaras con una persona que vive en un mundo paralelo, igual que Jennifer.

    1. Y de la capacidad de no sorprendernos por ello, ¿qué me dices? Estamos tan acostumbrados a que en muchas conversaciones la gente no escuche, o sólo se escuche a sí misma, que es lo mismo, que ya no nos parece extraño.

      Lo llamo el “síndrome del político con mayoría absoluta”.

      No sé, a mí me ocurre mucho. O soy un pelmazo hablando, cosa que ya he asumido, o me rodeo de las personas inadecuadas, cosa que por caprichos del destino me resulta imposible cambiar.

      Lo mejor es no decir nada de uno mismo y conversar a base de hacerle preguntas a los demás acerca de sí mismos. De ese modo, inexplicablemente, te conviertes en un brillante conversador. 🙂

  2. El tema del estilo es muy interesante! Es cierto que todos los escritores tienen el suyo y es como una huella dactilar que los retrata. Nada más feo que intentar copiar el estilo de otro…

    Por cierto, me encantan tus fotos y tus comentarios al pie, jijiji 😉

    1. Hay escritores que tienen un estilo muy definido que realmente se identifica muy bien, y que los caracteriza. La mayoría, por lo general, somos bastante anodinos.

      Creo que una prosa con estilo propio es la mejor carta de presentación de un lector. Eso y escribir bien, claro.

      Los comentarios al pie de las fotos, por cierto, algún día me darán un disgusto. 🙂

        1. Vale, admito que mi estilo no es muy del montón. Me defino a mí mismo como rariponcio. Es una forma de decir que la gente, cuando me lee, suele levantar una ceja antes de hacer ningún otro gesto. 🙂

          Lo del disgusto… Mi sentido del humor puede resultar complicado y retorcido, y no siempre resulta divertido… Me dicen que bromeo con cosas que no tienen gracia, como si el humor no consistiera, la mitad de las veces, en reírse de las desgracias para sobrellevarlas mejor…

          Vamos, que a veces tengo la gracia en el primer chakra. La culpa es de mi amigo imaginario, que es vulgar y soez.

          Por otra parte, cuando escribo un pie de foto metiéndome con alguien, muchas veces lo cambio para no herir susceptibilidades. Algún día se me olvidará cambiarlo y alguien me denunciará por decir, por ejemplo, “me encantaría abrirle un tercer ojo de empatía a este señor con un martillo y un cortafríos”, cuando hablo de determinados políticos.

          Con las nuevas leyes, expresar ese deseo debe ser equivalente a secuestrar a un banquero, por lo menos.

          1. Jajaja, pues no cambies nunca!! Me gusta tu sentido del humor, seguro que a mucha más gente le pasa lo mismo 🙂

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