Aunque parezca el título de un cuento (de terror, quizá), puede que sea una realidad.
No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe…
Ray Bradbury
Recientemente, mi marido y yo hemos comprado una casa. Aquí, en Carolina del Norte (EEUU), donde vivimos. Entiendo que este hecho no sea del interés de nadie que lea el blog. No vendría yo a contarlo si no fuera porque el proceso de compra me ha brindado la oportunidad de echar un vistazo a las casas de otra gente, a la vida de otra gente, de mucha gente en realidad, pues si sumo las casas que visitamos físicamente y las que estudiamos a través de internet, el resultado será unas cien, casi todas todavía ocupadas por sus dueños.
No voy a hablar del buen o mal gusto de la gente a la hora de poner su casa; si bien horrores estéticos haberlos haylos, no ha lugar tratarlos aquí. Lo que sí me ha llamado la atención, y mucho, es que en pocas, muy pocas, quizá solo tres o cuatro de las casas que consideramos, había libros.
Su escasez no responde a una falta de recursos, puesto que las casas de las que hablo corresponden, exactamente, a un nivel adquisitivo propio de la clase media. Tampoco a que nos encontremos en la era de los libros electrónicos, por cuanto estos artilugios aparecieron en el mercado no hace tanto, y si bien mucha gente ahora los prefiere, es de esperar que la misma gente antes acumulara libros de papel que todavía deberían estar en su sitio: estanterías, que tampoco había. Sencillamente, parece que hay una cantidad preocupante de gente que no lee. Aquí, en Carolina del Norte y, mucho me temo, en el resto del mundo que conozco, el de nuestro tiempo, marcado por la presencia de la televisión e internet en todas partes.
No vengo aquí tampoco a rasgarme las vestiduras y a manifestar que esto en mis tiempos no pasaba, como hacen otros escritores desde sus púlpitos, porque no es cierto. La masa gris nunca ha leído gran cosa y antes, además, en gran medida no podía: había analfabetos a mansalva. Pero el hecho le hace a una pensar y sacar conclusiones, no sé hasta qué punto certeras.
La verdad es que los adultos, en este drama del que hablo, me importan bien poco y muchos tienen excusa. Vivimos tiempos cada vez más exigentes. Yo misma me las veo y me las deseo para encontrar tiempo para leer, entre el trabajo, lidiar con mi hija de dos años, escribir, hacer algo de ejercicio físico, llevar una casa y tratar de dormir al menos seis horas al día.
Los que de verdad me preocupan son los niños.
La cuestión es: ¿qué hacen los niños, si no leen? Antes, si no leían, al menos jugaban con otros niños en la calle o en los parques. Pero esto se ha acabado. Ahora los niños en su mayoría, entre las actividades extraescolares, por un lado, y la falta de seguridad en la calle y de suficientes parques (y la falta de tiempo de los padres para llevarlos a estos), por otro, apenas juegan con otros niños. La respuesta más elemental es ver televisión. Pero seguro que jugar con videojuegos y navegar por internet son otras respuestas certeras. Nada bueno en cualquier caso. Es cierto que hay programas de televisión, videojuegos y páginas de internet muy educativas. Pero la programación infantil, que no siempre es educativa, es de continuo interrumpida por anuncios no siempre dirigidos a los pequeños, o dirigidos, con el objetivo de incentivar el carácter consumidor, que es casi peor. Los videojuegos más populares no son los intelectuales, sino los que contienen una violencia brutal. Y en internet solo Dios sabe qué consultan, si no están controlados en todo momento.
Pero, en cualquier caso, no es la educación de los niños el tema que ha de importarnos aquí, sino su aprendizaje de valores. Porque lo que enseña la Literatura, sobre todo la que está dirigida a los niños, pero también la dirigida a los adultos, son valores, valores éticos y morales. Enseña a diferenciar sin duda lo que está bien de lo que no lo está y a apostar siempre por el Bien.
Por supuesto, en la literatura el Bien es recompensado y el Mal es castigado en esta vida o en la otra. Por desgracia, esto en la realidad no suele pasar. El Bien no suele ser recompensado, por lo que resulta en un esfuerzo fatuo, en especial cuando hacerlo supone una desventaja. Y el Mal no siempre es castigado, y aunque lo sea, aunque se aplique la Ley en su contra, no siempre la Justicia prevalece; efectivamente, una cosa es aplicar la Ley y otra muy diferente que se haga justicia. Así, quien no ha mamado estos valores y los ha hecho suyos sin condiciones, no hará el Mal no porque no haya de hacerse, sino por miedo a las consecuencias (esto explica que en período de guerra, las violaciones y el pillaje se conviertan, de toda la vida, en prácticas habituales), o lo hará, creyéndose impune ante una Ley que muchas veces funciona de aquella manera. En relación con este tema recomiendo este artículo de Adela Cortina sobre el anillo de Giges, francamente interesante.
Para evitar estos comportamientos que no favorecen en absoluto a la sociedad, los valores éticos y morales son algo que los seres humanos deberíamos aprender desde la cuna, y hacer el Bien debería ser, al menos en parte, el sentido de nuestra vida. Y como ya he dicho, la Literatura está ahí para ayudar en el proceso. Desde los cuentos infantiles a las novelas que el tiempo ha transformado en obras maestras.
Un ejemplo claro de lo que digo es Ana Karenina. Quien no la haya leído, pero haya oído sobre ella, creerá que se trata no más que de una novela romántica bien escrita. Pero Ana Karenina es mucho mucho más que esto. La parte romántica de la historia le sirvió a Tolstoi para presentar sus preocupaciones sobre la “cuestión femenina”, como se denominaba en la época a la situación absolutamente infame en que vivían las mujeres. Y también para que sirviera de cebo para que la gente leyera lo que realmente quería transmitir por encima de todo: la historia de Levin.
La historia de Levin corre paralela a la de Ana a lo largo de la novela y está ligeramente relacionada con esta. Es menos entretenida, pero no por ello es menos importante. Relata el proceso de maduración de este personaje, Levin, desde un joven impetuoso a un hombre casado y padre de familia. Esta parte de la historia le permitió a Tolstoi tratar un tema que el lector siente que le preocupaba: la situación de agro en Rusia. Pero, sobre todo, una serie de cuestiones filosóficas, la más importante: cuál es el sentido de la vida. El último párrafo de la obra lo deja bastante claro:
Pero a partir de hoy mi vida, toda mi vida, independientemente de lo que pueda pasar, no será ya irrazonable, no carecerá de sentido como hasta ahora, sino que en todos y en cada uno de sus momentos poseerá el sentido indudable del bien, que yo soy dueño de infundir en ella.
Otro ejemplo, por citar alguno de los miles que existen en el ámbito de la literatura infantil, es la maravillosa serie de libros Los Cinco, de Enid Blyton. Esta saga en su día despertó mi amor por la literatura y fue para mí, durante una larga temporada, como el pan nuestro de cada día. Hasta el punto de que me corté el pelo “a lo chico” y conseguí que todo el mundo, profesores del colegio incluidos, me llamara George, como una de las protagonistas de la saga, mi personaje favorito. De hecho, algunos antiguos compañeros del colegio aún me llaman así.
Los Cinco son un canto al espíritu aventurero, a la amistad y a hacer siempre lo correcto. A través de sus páginas aprendí que las chicas son tan capaces como los chicos, algo que va en contra de lo que, aún hoy en día, las niñas perciben de la sociedad, y que mentir es de cobardes. Y que ser cobarde es lo peor. Una gran serie, trasgresora en su momento, por cuanto niñas y niños tenían el mismo protagonismo; eran libros dirigidos a ambos. Ahora se la ha tachado de misógina y racista y se la ha reeditado “corregida”. En mi humilde opinión, esto es un sinsentido. Algunos personajes puede que fueran machistas o racistas, reflejo de su época, pero la serie no lo es. O al menos yo no la recuerdo como tal. Lo que sí recuerdo es que la leí, hace ya más de treinta años, sabiendo que contenía historias y personajes de otro tiempo, porque es imposible no percibirlo. Con mucha más intensidad deberían notarlo los niños de ahora y entender que las cosas desde aquel entonces han cambiado…, o esto es lo que queremos hacerles creer.
Por favor señores editores, dejen de “corregir” libros, que la gente, especialmente los niños, debe pensar por sí sola.
Pero bueno, que me voy por las ramas. A lo que iba: si los niños de ahora no leen libros con valores como “Los Cinco”, están perdidos y estamos perdidos.
No vengo aquí a dar clases de ética ni de moral. Nada mas lejos de mi intención. Pero creo que viviríamos en un mundo mucho mejor si la gente aprendiera pronto estos valores y los hiciera suyos, como tanta gente se propone como objetivo vital hacer dinero o disfrutar la vida al máximo, por todos los medios, porque al fin y al cabo solo se vive una vez. Da autentico repelús oír a chavales de quince años decir estas barbaridades. Da miedo una vida con semejantes aspiraciones. Da miedo una sociedad con semejantes aspiraciones y sin valores éticos y morales. Da miedo una sociedad que no lee, que no aprende, que no sabe y que vive por y para hacer dinero sea como sea.
Por supuesto que lo que expongo aquí no es más que una simplificación de un tema que es muy complejo, con innumerables puntos de vista. Daría para una conversación quizá eterna. Pero no nos espera nada bueno como sociedad si los niños no leen y pasan un tiempo inadmisible delante de las pantallas, porque su formación ética y moral entonces no está en manos de los reconocidos clásicos de la Literatura, sino en la de unos perfectos desconocidos.
Muy bueno
Gracias por el comentario y gracias por leernos.