En la última entrada, acerca de la cháchara de ambiente, decía que con un diálogo se puede describir a un personaje de forma ágil, entretenida y bastante precisa.
Echa un ojo a este diálogo, sacado de una historia en la que estoy trabajando, y dime si el carácter de los dos personajes te parece definido o crees que es una castaña.
Dicho de otro modo: ¿Quieres conocer al monstruo y su guardaespaldas?
No son como te los imaginas.
Como no me gusta influenciar al lector con imágenes claras, te dejo un dibujito de sus siluetas. Te advierto que los dos parecen personas normales y molientes.
Mientras la policía hacía su trabajo en casa de Lydia, en un sótano asqueroso y maloliente, en otro punto de la ciudad, un monstruo con el aspecto de un hombre se limpiaba la suciedad y la sangre de la cara con un trapo viejo. El monstruo había pasado mucho tiempo recluido allí, en la oscuridad, descansando y reponiéndose de sus heridas, hasta que consideró que se encontraba listo para presentarse de nuevo al mundo.
Subió las escaleras y abrió la puerta. Al otro lado se encontraba un gorila de cabeza afeitada, músculos marcados y una expresión neutra en la cara, entre la sonrisa y la frialdad profesional. Los hombres que habían registrado la casa de Lydia eran el músculo del Puño, el propietario de esa casa en la que se escondía el monstruo, y no necesitaban ser inteligentes. Este otro hombre, sin embargo, era el asistente personal del monstruo, su guardaespaldas y su consejero, todo en uno.
—¿Todo bien, señor? —preguntó el hombre.
—Todo bien, Memo. Cada día me encuentro mejor. Creo que hoy saldré a dar una vuelta.
—Es verdad que tiene mejor aspecto, señor. ¿Quiere que avise a alguien? El Puño se encuentra con su chico en la casa de la colina pero, si usted le llama, perderá el culo por venir lo antes posible.
—Claro que lo haría —dijo el monstruo—, ese hombre sabe lo que le conviene. ¿Es verdad que mandó a su mujer al hospital de una paliza? ¿Qué está en coma por su culpa?
—Eso dicen, señor. El Puño tiene mal carácter.
—Maldito imbécil. No he llegado a conocer a esa desgraciada, pero espero que no se recupere. Si es incapaz de abandonar a un tipo como su marido, es mejor que se muera. O mejor aún, espero que se recupere, llegue a su casa y le meta dos tiros a ese idiota. —El monstruo empezó a echar una meada larga y sonora con la puerta abierta—. ¿Has pegado alguna vez a una mujer, Memo?
—No, señor. Nunca lo he necesitado. No me gusta la violencia.
—Jaja, muy gracioso. Vamos, hombre, te ganas la vida dando palizas a la gente.
—Pero eso son negocios, señor. —El hombre le acercó una toalla al monstruo para que se secara las manos—. Además, usted me paga una pasta gansa por hacerlo. Es diferente.
El monstruo se puso una camisa de color rosa intenso. Se miró frente al espejo y sonrió. Estaba muy delgado y algo pálido, y se veía todavía una gruesa cicatriz que le llegaba desde la nariz hasta el cuello, pero volvía a tener todos los dientes y los dos ojos. En unos días, la cicatriz habría desaparecido.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo.
—Claro, señor.
—¿Por qué te llaman Memo?
—Es mi apellido, señor. Me llamo Baptisto Memo.
—Baptisto… —El hombre se acarició la mejilla—. Es un nombre bonito. ¿Crees que me quedaría bien la barba? No, no me veo con ella. Un bigote, quizá, largo y espeso. ¿No te molesta que te llamen Memo?
—No, señor, nadie lo hace para insultarme. Nueve Dedos lo hizo una vez, delante de los chicos, pero no volvió a hacerlo.
—¿Por qué?
—Antes de hacerlo, todo el mundo le llamaba Benito. Luego se quedó con Nueve Dedos, señor.
El monstruo se lavaba las manos con fuerza. Le faltaban dos uñas, pero ya estaban comenzando a salir de nuevo. Se fijó en el dedo anular de la mano izquierda, que lo tenía torcido en un ángulo imposible. Puso las manos bajo el agua y, apretando los dientes, colocó el hueso en su lugar. Memo permanecía cerca, por si necesitaba algo.
—Pensaba que no te gustaba la violencia —dijo el monstruo finalmente. Observaba su mano frente al espejo. El dedo ya no parecía roto, aunque colgaba de forma fláccida.
—Y no me gusta —respondió el hombre—. Eso fue una cuestión territorial, de respeto, ya sabe. Una discusión amistosa entre un bocazas alfa y un hombre con un cuchillo de cocina.
El monstruo terminó de abrocharse la camisa y ajustarse los puños. Suspiró, satisfecho, y se volvió hacia Memo.
—Baptisto… ¿Cómo me llaman los chicos de Sebastian? Cuando hablan de mí, quiero decir.
—El Puño siempre se ha referido a usted como la cosa del sótano, señor.
—Bien, pues si voy a empezar a salir a la calle, necesitaré un nombre. A partir de ahora me llamarás… ¿Qué día es hoy?
—25 de octubre, señor. San Crispín. ¿Le parece bien?
—No, ni hablar, es un hombre horrible. Dime uno que te guste, que creas que puede quedarme bien.
—Jerjes, señor… —El hombre hizo una pausa—. Como el persa, ya sabe. Lo pensé la primera vez que le vi, cuando El Puño me hizo ir a buscarlo al bosque. Se parecía un poco al tipo de la película. En peor estado, claro.
—Muy bien. Me gusta. Me llamaré Jerjes. ¿Memo? ¿Qué tal estoy? ¿Me ves preparado para salir a la calle?
—Como una estrella de cine, señor.
—Vamos entonces. Se me ha terminado la comida y quiero reponer la nevera yo mismo. Estoy harto de que me hagan los recados.
Salieron a la calle. La casa estaba situada frente a un colegio de secundaria. Por fuera parecía un chalet unifamiliar bien cuidado y reformado con esmero, sencillo y sobrio. En la puerta estaba aparcado un Volkswagen Touareg negro, limpio y con la matrícula nueva. Era el coche de Baptisto.
—¿A dónde nos dirigiremos, señor?
—Me apetece algo exótico, algo oriental… Ve hacia la facultad de ciencias.
—Muy bien, señor. ¿Hombre o mujer?
—Oh, me da igual. Pero que esté un poco gordo. No demasiado, ya sabes, pero sí un poco. Que tenga grasa.
El hombre asintió con la cabeza, se montó en el coche y arrancó el motor. El monstruo, al que el hombre había bautizado como Jerjes, se montó en el asiento trasero. Era una tarde soleada y hacía tiempo que no salía a la calle, así que estaba de buen humor. Además, le agradaba la compañía de Memo. Estaba pensando muy seriamente en dejarlo con vida.
cuaL ES EL TITULO DE LA HISTORIA
Hola…
La historia se llama “Duerme la ciudad”, y es un libro que saldrá a la venta en cuanto encuentre un editor interesado en publicarlo.
Si conoces alguno y le hablas bien de mí, prometo darte el papel, no sé, de víctima del monstruo en el próximo libro que escriba!