Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, un libro de esos

El título es un juego de palabras con el título del libro Zen en el arte del tiro con arco, de Eugen Herrigel. En la introducción, el autor explica que, a pesar del título, “de ninguna manera debe asociarse con ese gran cuerpo de información fáctica relacionada con la práctica ortodoxa del budismo zen. Tampoco es muy factual en las motocicletas”.

 

Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta: una investigación sobre los valores es un libro de esos que tú nunca habrías elegido leer, de esos que te regala una persona con la que quieres quedar bien y te ves en la obligación de leerlo por no quedar mal, de esos de los que ni siquiera habías oído hablar. O así lo fue para mí. Sin embargo, en el país en que vivo, Estados Unidos, esta obra de ficción filosófica está considerada como un icono cultural de la Literatura, y su autor, Robert M. Pirsig (Minnesota, 1928 – Maine, 2017), es un reconocido filósofo del siglo XX. Lo cual dice mucho sobre mis conocimientos de literatura de Estados Unidos y de Filosofía en general… Diré en mi defensa que fui una víctima temprana de la ESO, y también que he preguntado a mi alrededor sobre la obra y nadie parece conocerla, tampoco a su autor…, pero bueno, esto no es de extrañar: como ya he dicho, vivo en Estados Unidos.

Me estoy dispersando…

A lo que iba. ¿De qué puede tratar una obra con semejante título, tan original? Zen y el artecontiene cuatro historias diferentes, que Pirsig, el autor, con una habilidad digna de admiración va entrelazando a lo largo del libro hasta que todas terminan a un mismo tiempo al final. El hilo conductor es la reseña del viaje de diecisiete días que el autor hizo en motocicleta con su hijo Chris (que entonces contaba once años) en el verano de 1968 de Montana a California. Lo cierto es que esta historia no es muy interesante, no sucedió durante dicho viaje nada fuera de lo normal que pueda cautivar el interés del lector, pero Pirsig escribe tan bien (no en vano fue profesor de lengua inglesa) que uno pasa por las descripciones que la componen con no poco deleite.

 

En primer plano, Pirsig y su hijo Chris durante el viaje. Al fondo, un horizonte inclinado.

 

Otra historia nos habla, someramente, de la relación que el autor tiene con su hijo, bastante compleja debido al particular carácter de Pirsig.

 


“–¿Papá?

–¿Qué?

Un pequeño pájaro sale volando de un árbol frente a nosotros.

–¿Qué debería ser cuando sea grande?

El pájaro desaparece sobre una cresta lejana. No sé qué decir.

–Honesto –digo finalmente.”


 

La tercera historia está centrada en el propio autor. Robert M. Pirsig fue una “mente maravillosa” de la Filosofía. Como John F. Nash, tenía una inteligencia fuera de lo normal (su cociente intelectual con nueve años era de 170), pero, también como John F. Nash, sufría de esquizofrenia. Cuando escribió Zen y el arte… ya había sido sometido, por la fuerza, a tratamiento por electroshock varias veces tras sufrir una crisis nerviosa a principios de los años sesenta. Y lo que Pirsig cuenta en esta historia es lo que recuerda de sí mismo antes de enfermar, lo que recuerda de su yo anterior, del que apenas queda ya nada en su yo presente.

 

Mencionar a John F. Nash me sirve de excusa para colgar aquí esta magnífica foto de Russell Crowe, que es mucho más aparente que Pirsig.

 

La cuarta historia relata la búsqueda personal de Pirsig de lo que define lo bueno, en términos de calidad. Este es el tema central de su tesis, que desarrolla en relación al carácter de la sociedad actual del mundo occidental y su contraste con el carácter oriental. El relato está basado en un resumen de la historia de la Filosofía, que Pirsig centra en la Antigua Grecia. Contiene también esta parte una serie de pautas a seguir, cosecha del autor, para lograr una vida mejor, más satisfactoria.

 


“La tranquilidad produce valores correctos, los valores correctos producen pensamientos correctos. Los pensamientos correctos producen acciones correctas y acciones correctas producen trabajo que será un reflejo material para que otros vean la serenidad en el centro de todo.”


 

Es, en efecto, una obra bastante compleja. Las ediciones modernas cuentan además con un afterword de Pirsig que hará que el lector se conmueva profundamente; no voy ni a dar detalles ni a adelantar información al respecto, quien tenga curiosidad que lo lea.

Pese a que, sin duda, la búsqueda de lo que define lo bueno es la historia de mayor peso en Zen y el arte…, cuesta determinar qué es lo que Pirsig realmente quiere contarnos. Me explico. Todas las novelas contienen un cebo y un anzuelo. El cebo es lo que atrae al lector, y el autor lo ha puesto en el papel única y exclusivamente con este fin, el anzuelo es lo que el autor quiere hacernos tragar, lo que de verdad quiere contarnos. Y en este libro, que no es una novela pero tiene muchas trazas de serlo, el lector al final se queda con la duda de cuál de las cuatro historias es la que el autor necesitaba sacarse del pecho. Quizá todas ellas.

El libro está organizado en diferentes lecciones filosóficas o “chautauquas“, como las denomina el autor. Cada lección coincide con una etapa distinta del viaje, porque Pirsig las va pensando según recorre medio país con su motocicleta. Viajar, ya sabemos, induce al ensimismamiento. Y Pirsig, de una manera u otra, siempre relaciona lo que está viviendo en el momento con lo que piensa. Por ejemplo, en una ocasión en que hace un alto en el viaje para ir de excursión por el campo con su hijo, piensa: “Las montañas deben ser escaladas con el menor esfuerzo posible y sin deseo. La realidad de tu propia naturaleza debería determinar la velocidad. Si te vuelves inquieto, acelera. Si te quedas sin aliento, desacelera. Escalas la montaña en un equilibrio entre inquietud y agotamiento. Entonces, cuando ya no estás pensando en el futuro, cada paso no es solo un medio para un fin sino un evento único en sí mismo… Vivir solo para un objetivo futuro es superficial. Son los lados de las montañas los que sostienen la vida, no la cima”.

Desde mi punto de vista, el mayor atractivo del libro es el autor. En particular su personalidad, que aparece reflejada en todas las páginas, no solo en las partes que, de una manera u otra, tratan sobre él. El lector percibe con intensidad que de hecho está tratando con una persona dotada de una mente privilegiada, absolutamente racional y lógica. La obra está plagada de ejemplos que lo demuestran, ya que en su mayor parte está compuesta por los pensamientos de Pirsig. No obstante la fascinación que Pirsig despierta, el lector no puede sino sentir también una cierta lastima por él, por su incapacidad para relacionarse con su hijo de once años y por su tendencia a la depresión y a los pensamientos obsesivos, patente en el libro.

El único inconveniente que le veo a Zen y el arte… es que, si uno carece de unos conocimientos básicos de Filosofía, como es mi caso, puede perderse un poco, especialmente hacia el final del libro, donde el autor se centra más en su tesis y hace continua referencia a conceptos filosóficos. Así, una lectura sensible puede requerir tener a mano algún libro de introducción a la Filosofía o la correspondiente guía de este libro (Guidebook to zen and the art of motorciycle mantenance, de Ronald L. DiSanto y Thomas J. Steele S.J.).

Y para finalizar esta reseña, un dato anecdótico: para publicar Zen y el arte…, Pirsig contactó por carta con un total de 122 editores. Solo uno quiso publicar la obra. Pero, como dijo Pirsig, “uno solo es todo lo que necesitas”.

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