Algunos de los autores de este blog vamos a participar en el concurso de relatos sobre el cambio climático que organiza Zenda Libros. Somos así de optimistas.
Empiezo publicando uno de los míos. No aparecen monstruos ni fantasmas, pero de verdad que lo he escrito yo. Me lo ha dictado mi nieto desde el futuro, accediendo a mi mente en forma de un rayo de luz rosa mientras dormía.
Como está escrito en el futuro, ya sé que te va a gustar. Así que gracias por leerlo.
Eduardo Enjuto Vázquez
VUELTA A EMPEZAR
El Plan Thunberg no funcionó.
Normal, ¿qué esperabas? Fue implantado demasiado tarde, cuando ya se había superado el punto de no retorno. Nunca subestimes la resistencia al cambio de la sociedad, de cualquiera de ellas. Es más fácil negar la verdad.
En su defensa, debo decir que era muy ingenuo. Pretendía convencer a las personas para que redujeran el consumo energético y, por extensión, el consumo de todo tipo. Ya sabes, con ayudas al coche eléctrico y a las placas solares. Pero aquello no sirvió de nada porque si el gasto no crecía, los mercados se desplomaban, así que por un lado se animaba a reducir el consumo y por el otro se invertía una fortuna en publicidad. Ya ves.
Entonces cobró fuerza el Proyecto Gore, que machacaba con impuestos a las petroleras y gastaba enormes cantidades en plantar árboles. Pero al ciudadano de a pie no le convencía y tampoco funcionó, porque si las personas no cambian, nada cambia. Ahora te lo explico, que te vas a reír.
¿Has escuchado alguna vez que resulta más fácil cambiar de religión que de dieta? Pues ya sabes por dónde van los tiros. Los estudios y avisos a la población eran inútiles, y entiendo el rechazo, de verdad, esa mezcla visceral de culpa y angustia es natural cuando la pelota está en tu tejado. Pero siete mil millones de personas querían consumir cien kilogramos de carne al año, unos veinte animales cada uno, así a ojo, y los números no cuadraban. Echa cuentas y calcula el consumo en agua y recursos. Es imposible.
La solución llegó gracias a las hamburguesas. Quién lo iba a decir, ¿verdad?
La gente quería comerse un buen filete, pero a efectos prácticos daba igual de dónde viniera mientras, bueno, mientras supiera a filete, y los más avispados encontraron un filón. La producción de carnes vegetales se disparó, y poco a poco desaparecieron los millones de rebaños, piaras y vacadas que poblaban el mundo. Esa iniciativa sirvió para cambiar la conciencia a nivel global, y las personas comprendieron que cualquier gesto era importante por pequeño que pareciera.
Al fin y al cabo, todo camino empieza dando un primer paso.
¡La humanidad es maravillosa cuando trabaja unida! La informática y las comunicaciones movieron el trabajo a los pueblos, y las ciudades dejaron de crecer por primera vez en la historia. Los plásticos, los viajes en vacaciones, las montañas de ropa usada y los teléfonos obsoletos… Todo eso quedó atrás en poco tiempo, porque lo exótico dejó de ser atractivo y se demandaban productos duraderos. Cada persona daba lo mejor de sí misma, cuidando de la especie y el planeta de forma generosa y honesta. Fue una época fantástica.
Y breve.
Lástima que, como te he dicho, el punto de no retorno había quedado muy atrás. Los esfuerzos de gobiernos, empresas y personas no sirvieron de nada cuando el permafrost, al descongelarse, comenzó a liberar dióxido de carbono y metano. Cuantos más gases se emitían, más se calentaba la atmósfera y más tierra se descongelaba, y así una y otra vez. El planeta había entrado en una espiral destructiva imparable y, a partir de ese momento, cualquier esfuerzo resultaba irrelevante.
Nadie quiere escuchar a los agoreros, a los que dicen que debes cambiar tu modo de vida, a los que pronostican un futuro muy negro si las cosas no cambian, porque el cambio, por lo general, exige sacrificio. No hicimos caso y, cuando quisimos reaccionar, era demasiado tarde. El resto, como suele decirse, es historia. Ya sabes lo que pasó entonces, la crecida del nivel del mar y las guerras por los recursos naturales… Fue terrible.
Así que aquí estamos, esperando, confiando en que la superficie vuelva a ser habitable en algún rincón del planeta y podamos salir de esta asquerosa Estación Espacial, pisar tierra firme, desplegar los laboratorios y comenzar a trabajar con los embriones. Estaría bien, ¿verdad? Volver a la vieja y buena Tierra.
Con un poco de suerte, nuestros descendientes habrán aprendido la lección y no buscarán el desarrollo a cualquier precio. Pensarán en el futuro de sus hijos, y con eso será suficiente. En caso contrario, quizá puedan disfrutar de un pequeño paraíso durante cinco o diez mil años, como hicimos nosotros.
Y entonces, supongo, vuelta a empezar.