Hay libros que atraen tu atención de manera irresistible y, una vez en tus manos, deseas con avidez sumergirte en sus páginas.
Los lees con la esperanza y la expectativa de que representarán a un autor y conseguirán cautivarte de tal manera que buscarás más novelas del mismo para disfrutar en futuras ocasiones.
Me aproximé a Luís Landero a través de Una historia ridícula, impulsado por el deseo y las recomendaciones, en uno de esos momentos en los que anhelas una lectura que te proporcione un equilibrio entre historia, mensaje y humor. Así me la definieron.
Sin embargo, no he alcanzado del todo lo que buscaba. Quizás es que había depositado demasiadas expectativas en las recomendaciones —en particular en este libro—, o en la trayectoria del autor y, por supuesto, en las ganas que tenía de leerlo.
Quiero dejar claro de antemano que Una historia ridícula es un buen libro.
Y que Luis Landero narra fenomenal, con un uso del lenguaje maravilloso, vaya esto a la par de lo anterior.
Sin embargo, surgen dos preguntas: ¿Qué pasa con la novela? ¿He acertado con la primera lectura de este autor? Creo que no, porque al terminar el libro me ha quedado la sensación de que la historia es algo insulsa.
Intentaré explicarlo, muy brevemente, sin desvelar demasiado sobre la novela.
El ejemplar de Una historia ridícula que poseo es de Tusquets Editores, de la Colección Andanzas, 1ª edición del febrero de 2022. La cubierta es una fotocomposición de Moelmo.
Vamos con una tanda de porqués.
La historia…, la novela trata sobre un personaje difícil de catalogar. Y desde el primer momento queremos hacerlo. Como con los malotes de las películas. Dan ganas de echar mano del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales). Cito este manual como podría citar a Robert D. Hare, con su libro Sin conciencia: «Los psicópatas son depredadores que encandilan, manipulan y se abren camino en la vida sin piedad, dejando una larga estela de corazones rotos, expectativas arruinadas y billeteras vacías». ¿Por qué?
Porque el protagonista parece violar todas las normas sociales; porque no todo el mundo va —no es lo habitual— a todos lados con una navaja y un frasco de veneno en el bolsillo. A ver, que podríamos pensar que es como el protagonista de la película Inception, que lleva siempre una peonza en el bolsillo, pero no es el caso; porque va de pedante y oculta sus intenciones; porque se cree poseedor de poderes sobrenaturales; porque se describe como filósofo; porque tiene ideas agresivas y las oculta con verborrea…; podría seguir así un buen rato.
¿Y esta referencia cruzada, esta necesidad de un manual o la cita? Lo justifico con que el personaje es peculiar. Posee un aire cautivador y perturbador a partes iguales. Por tanto, comento mirar el DSM —de manera figurada— ya que es probable que, si le echamos un vistazo, todos encontraremos algo a lo que referirnos y/o catalogarnos.
También al personaje, que es lo que buscamos.
Y es que tiene pensamientos y reflexiones inquietantes que han pasado por nuestra cabeza en alguna ocasión. Al catalogarlo a él terminaremos por sonsacarnos parte de nosotros. ¿Quién no ha tenido pensamientos turbulentos?
¿Sí? Con certeza. Todas estas peculiaridades, del personaje, sus ideas y su vida, Luis Landero conseguirá juntarlas —cual tejedor de hilos con agujas de varios tamaños— y extraerlas poco a poco según transcurra la historia. De manera gradual la hilvanará y nos mostrará un tapete de trabajado ganchillo. Vistoso en conjunto y esmerado en lo cercano. No nos permitirá perder detalle, absortos a lo que se desarrolla.
Y es en este punto en donde radica su grandeza: es capaz de mantenernos atentos a lo que ocurre en cada capítulo —cortos y enlazados— con una mueca, una media sonrisa, durante todo el tiempo de lectura. Incluso en aquellos momentos en los que desconocemos por dónde va.
Sí, tiene un punto de humor sostenido. Esto es algo de agradecer. Y difícil de hacer.
Pero me estoy desviando de lo que tenía que contar: la historia.
No hace falta ir demasiado lejos.
En el primer capítulo ya tenemos definido al personaje principal, Marcial Pérez Armel, que se dedica a contarnos en primera persona, a veces en segunda, como si fuese su propia conciencia —ya se sabe, ángel bueno/malo—, todo el recorrido y los vericuetos necesarios para conquistar su objetivo, que es el amor de Pepita.
«De modo que esto es la historia de mi vida a la vez que un ensayo sobre mí mismo»
A partir de este momento, comenzará a aparecer una galería de personajes secundarios, que, perfectamente interrelacionados, darán forma a su destino final.
Porque al ver cómo se comporta Marcial Pérez Armel, con sus sagaces y esperpénticas deducciones, su malpensar, su manera de dirigirse al lector, y sus debates filosóficos con el doctor Gómez —geniales—, no podemos más que esperar un desenlace acorde al desarrollo. De hecho, lo que hace es contarnos unos últimos años desastrosos de su —antes— ordenada existencia.
El hundimiento de su tranquila vida.
«Naturalmente, no faltará el lector obvio e insolente que alce aquí la voz: “¿Adónde quiere llegar este con su historieta? ¿Qué importancia puede tener algo así?”. A lo que respondería: “Para usted, que es un comediante, ninguna, desde luego. Para usted es solo una menudencia, un chascarrillo sin gracia ni sustancia”».
Todo lo que hará para conseguir el amor de Pepita será lo que sirva para explicarnos su vida, la de antes, la del control y la mesura.
Sin censura nos desvelará sus pensamientos. Subversivos, como poco.
Al hilo principal de sus peripecias, se junta una fábula de animales. Un cuento dentro de otro cuento. Pero ¿es poseedor el personaje Marcial Pérez Armel del rol de escritor? Para nada, es un jefe de planta de una industria cárnica.
Luis Landero combina todas las piezas de manera magistral: por boca del personaje —reflejo de su mente— pasarán el honor, el amor, el odio, la inquina, el ridículo, la amistad, la venganza, el asesinato, la ironía, la pomposidad, la sátira, el rencor desaforado, la indiferencia, el escarnio, las chanzas…
Todo tiene cabida, todo termina siendo explicado, aunque a veces pensemos que se está desviando del tema, porque los giros en Una historia ridícula son continuos. Un narrador perfecto que se permite ir adelante y atrás con una prosa elegante. Y no dudemos de que todos los personajes y situaciones terminarán encajando. Al menos en su mente, que lo tiene que justificar todo.
«Lo admiraba tanto, necesitaba tanto de su amistad y su cariño, que pensé seriamente en matarlo».
Luis Landero escribe muy muy bien.Es un placer. Recuerda la satisfacción de leer a Chéjov, pero, aunque estamos alabando la escritura y lo acertado que describe el camino que sigue el personaje, de la historia, cuando la terminamos, es como si no quedase demasiado. Tenemos la sensación de que falta algo. Cierto que hay un trasfondo de crítica a la condición humana, pero que de tan repetido llega a un punto en el que parece intrascendente.
Deberé leer algo más del autor para desentrañar todo aquello que —a pesar de estar tan bien escrita— esta novela no ha logrado desvelarme por completo.
De hecho, al redactar la reseña en curso, me doy cuenta de que tiene una nueva publicación: La última función. Será cuestión de agregarlo a mi pila de pendientes.
Eso, o explorar alguna de las obras antiguas.
Seguro que alguien que escribe tan bien tiene que contar buenas historias.
«Muy a mi pesar, aquí me veo obligado una vez más a encararme con el lector, con ese moderno papanatas que al leer mis últimas frases habrá pensado: “Bah, una vida monótona, como tantas otras”».
Una historia ridícula, uno de los libros que tengo en la lista de pendientes y que ahora me da la impresión de que no tardare tanto en leer la historia de Luis Landero. Me gusta la idea de saber que es aquello que falta en la novela que no hace que sea una lectura del todo increíble.
En un buen libro y se disfruta. Otra cuestión es la historia.
Landero escribe muy bien. Por este motivo leeré más obras del autor.
Gracias por leernos.