Sapiens. De animales a dioses es uno de esos libros que no leo a no ser que me los regalen. Porque no me gusta leer libros de divulgación. Porque siempre tengo la sensación de que el autor me está intentando vender la moto (su brillantísima idea, la que le ha determinado a escribir el libro) desde la primera página. Y a mí me gusta sacar mis conclusiones solita. Pero, vaya por Dios, se dio la casualidad de que me cayó en las manos como un presente. Y me he visto en la obligación de leerlo. Y, ya que hago un esfuerzo por leerlo, me dije, escribo una reseña. Aquí va.
Hay un sinfín de reseñas publicadas sobre Sapiens, y probablemente cualquiera sea mejor que esta, porque estará escrita por alguien con conocimientos profundos de historia, antropología, sociología, teología, filosofía, economía o cualquier otro campo de conocimiento que toca el libro (aunque sobre genética molecular, que es a lo que me dedico, sí podré hacer algún comentario). Así que esta reseña va a ser de andar por casa, que es por donde solemos andar la mayoría.
Sapiens, como su propia portada indica, es una breve historia de la humanidad. Clarifiquemos: no es un libro sobre Historia, sino sobre la historia de la humanidad, sobre cómo el Homo sapiens ha evolucionado culturalmente hasta el momento actual. El contenido, por tanto, se extiende desde la revolución cognitiva hasta la revolución científica y sus consecuencias, pasando por la revolución agrícola y la unificación de la humanidad. Es decir: es un recorrido de setenta mil años a lo largo de nuestra existencia como especie. Al final, el autor especula sobre el futuro del ser humano en relación al proyecto Gilgamesh: un proyecto científico cuyo objetivo final es hacer al Homo sapiens amortal.
Algunos científicos serios sugieren que hacia 2050 algunos humanos se convertirán en amortales (no inmortales, porque todavía podrían sufrir un accidente, sino amortales, que significa que, en ausencia de un trauma fatal, su vida podría extenderse indefinidamente).
Sapiens
Curiosamente, el autor no revela sus fuentes, esos científicos serios que hacen semejantes afirmaciones. Parece que aludir a científicos serios ha de ser suficiente para que lo crean a uno. A James Watson, uno de los padres de la Genética moderna y ganador del Premio Nobel, se le considera un científico serio y sin embargo sugiere cosas como que los negros son menos inteligentes que los blancos y que la diferencia es genética. La ciencia y todo lo que le concierne, especialmente en estos días en que se ha convertido en un turbio negocio, está sobrevalorada. Y esto lo digo por experiencia.
Pero a lo que iba: ¿por qué un libro sobre un tema tan manido y tedioso como la historia de la humanidad se ha convertido en un bestseller casi de la noche a la mañana? Porque su autor, Yuval Noah Harari, es muy listo. No hay más que verle la cara para darse cuenta.
En primer lugar, tiene el mérito de haber escrito un libro sobre historia que entretiene, y mucho. Entre otras razones porque cada párrafo termina con una frase ingeniosa, divertida o que hace pensar. Es un libro lleno de humor e ironía. Y de citas para recordar, como estas:
Existen algunas pruebas de que el tamaño del cerebro del Homo sapiens medio se ha reducido desde la época de los cazadores-recolectores. En aquella época, la supervivencia requería capacidades mentales soberbias de todos. Cuando aparecieron la agricultura y la industria, la gente pudo basarse cada vez más en las habilidades de los demás para sobrevivir y se abrieron nuevos nichos para imbéciles. Uno podía sobrevivir y transmitir sus genes nada especiales a la siguiente generación, trabajando como aguador o como obrero de una cadena de montaje.
La historia es algo que ha hecho muy poca gente mientras que todos los demás araban los campos y acarreaban barreños de agua.
Otra razón es que lo ha compuesto de manera que el lector no tiene la sensación de que le está intentando vender la moto; al contrario: la da por vendida. Harari ha escrito la historia de la humanidad como si su punto de vista sobre la misma fuera el único existente y válido. Y así, el lector medio lee la obra relajado, sin luchar contra ella con ideas propias o asimiladas diferentes, y la adopta como si fuera la verdad. Mis conocimientos de historia no me permiten censurar su exposición, como han hecho otros críticos en sus reseñas del libro, pero sí decir que no me parece descaminada en absoluto, sigue en general una línea muy lógica, si bien su visión de las sociedades de cazadoes-recolectores me parece asaz romántica. Pero, ya se sabe, lógica y realidad no siempre van a la par.
Y, finalmente, porque ha llenado Sapiens con anécdotas y datos curiosos. Lo cierto es que parece un compendio del Muy Interesante. Es decir: es divulgación pop. Y ya sabemos que lo pop vende porque gusta y es de fácil digestión, está diseñado para satisfacer al consumidor.
En resumen: es un libro bien escrito, divertido, entretenido y educativo. No se puede pedir más.
¿Qué defectos le veo yo?
Cuando Harari trata el tema de las jerarquías, después de demostrar con contundentes argumentos que las jerarquías raciales y sociales carecen de base biológica, sus argumentos en contra de las teorías que establecen una base biológica para la jerarquía del sexo son bastante flojos y deja el tema, tan peliagudo, un poco para el debate. Creo que en este punto debería haber sido más cuidadoso: no está el horno para bollos. Carezco de conocimientos en relación a este tema, pero me sorprende que no haya considerado una explicación tan sencilla como la maternidad. Si en los albores de nuestra historia, las mujeres pasaban toda su vida fértil –es decir, casi toda su vida– embarazadas, amamantando, cuidando día y noche de sus vástagos y recuperándose de partos, difícilmente podían formar parte de las partidas de caza o bélicas, quedando así al margen de las decisiones de tipo político y de gobierno en general. Y en algún momento posterior seguramente fue muy sencillo aducir que las mujeres carecemos de actitudes para este tipo de actividades. Pero esto no es más que una idea propia sin ningún tipo de base.
Y el final del libro, esa parte que se centra en el proyecto Gilgamesh y que pretende generar expectativas de inmortalidad, me parece un completo desacierto. Harari está especializado en historia medieval, así que supongo que, por muy bien que se haya documentado a la hora de escribir Sapiens, su visión de la ciencia es bastante irreal o naive. No digo que sea imposible lo que propone, que el ser humano pueda (al menos en teoría) llegar de una u otra manera a ser amortal. Pero lo veo muy muy lejano. Por ejemplo, una de las maneras que plantea es a través de la ingeniería genética. Si bien se han hecho muchos avances en este campo, y Harari incluye en Sapiens algunos ejemplos muy llamativos, en realidad no sabemos qué contiene la mayor parte de nuestro genoma ni cómo se orquesta su expresión.
Además, lo que Harari ha dejado fuera del debate casi por completo son todas las circunstancias que pueden impedir tal evento, problemas actuales o futuros de importancia: una guerra nuclear (tenemos unos líderes mundiales que se amenazan casi un día sí y otro también con empezar una en el marco de una competición constante por ver quién la tiene más larga), un virus mortal (después de años de estudios aún no hemos sido capaces de crear una vacuna efectiva contra el VIH), la degradación del medio ambiente hasta unos límites inhabitables para el ser humano (en este sentido estamos haciendo muchos avances sin vuelta atrás) o, sencillamente, un meteorito, como el que sentenció a los dinosaurios después de que hubieran rondado por estos lares mucho mucho más tiempo que nosotros.
Pero acaso Harari sepa perfectamente lo que hace, es decir, como un político en campaña con su electorado, le dice al lector exactamente lo que este quiere oír: que el ser humano es poco menos que un dios, y que llegará a ser amortal. No considera Harari tampoco, quizá a propósito, problemas obvios que podrían surgir si es que alcanzamos la amortalidad alguna vez. En primer lugar, la tasa de natalidad descendería terriblemente: ¿para qué tendría la gente hijos o trascendería biológicamente si no esperase morir? Porque, aunque uno se dé a sí mismo una u otra razón para tener hijos, trascender está cuando menos en el subconsciente de todos. En cualquier caso, reducir la tasa de natalidad se haría imprescindible, porque si la gente no muere, nos podemos encontrar con un problema de superpoblación mayor incluso del que tenemos ahora. Pero la peor consecuencia sin duda es que si la esperanza de vida media aumentara hasta, digamos, los cuatrocientos años, los gobiernos elevarían la edad de jubilación a los, digamos, trescientos cincuenta años. En consecuencia, el paro en la juventud se dispararía y los hijos vivirían en casa de sus padres hasta los cien o los ciento cincuenta años (he aquí otra razón para no trascender). Por si esto fuera poco, uno tendría que aguantar a su jefe durante, digamos, unos doscientos años. Sinceramente, yo prefiero morirme antes.
Tras este desatino, no obstante, Harari cierra Sapiens con un epílogo muy acertado, en el que indica que, a pesar de todos los avances logrados por el hombre, a nivel emocional seguimos como hace setenta mil años, dominados por las mismas básicas pulsiones que nuestros antepasados antes de llegar a ser humanos. Y Harari pregunta: ¿hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren? La respuesta es clara.