RENOVARSE O MORIR



Entrada a cuatro manos por Libertad García-Villada y Jesús Durán


Saludos cordiales.


Hoy realizamos una entrada en prosa y verso, con un nexo común: el género punk.


El poema «Renovarse o morir» y el relato «La histórica despedida de soltero», que te presentamos, no estuvieron seleccionados en la última convocatoria promovida por la revista Pulporama —el tema era «Todo Punk»—. 


Sin embargo, no todo fueron lágrimas amargas, ya que nuestro segundo relato —sí, presentamos a cuatro manos tres textos a concurso; a veces nos da por escribir mucho— «Charles», parece que gustó y fue publicado en el número 4 de la revista. Te invitamos también a leerlo. Es un gran relato que contó con el beteo y una buena valoración del amo y señor del blog, Eduardo.


Adelantamos que el poema «Renovarse o morir» tienen un tono gamberro, pero adecuándose por completo al mencionado tema de la convocatoria. 


Esperamos que te gusten.



A veces un añadido resulta de ayuda dependiendo de la situación…


Renovarse o morir


Deseaba desesperado
cabalgar sin agotarse,
aguantar lo máximo posible.
Prolongarse.

Mantener vibrando
su ansiosa lengua
mucho mucho mucho tiempo.
Sin tregua.

Y acariciar sin prisa,
sin hacer una pausa.
De seguido.
Con maña.

Se instaló un motor
entre las piernas.
Un rotor de seis válvulas
—miniaturizado—
en el paladar.
Y un juego de pilas de alta energía
cerca de las costillas.
Ilimitado.
Perpetuo.
Imperecedero.

A sus manos les adaptó
reguladores térmicos:
dominaba el frío y el calor
con el pensamiento, 
desde su circuito de control dérmico
alojado bajo el cuero cabelludo 
de su rasurada cabeza;
allí llevaba tatuado 
el nombre de ella.

Llegó el día del encuentro.
Impaciente estaba.
De electricidad cargado.
Con toda la energía a tope.
Con todas las ansias apretando.
Y muy muy empalmado.

Deseaba desesperado 
gozar juntos su nuevo estado.
Pero el destino es injusto:
su amada lo dejó plantado.
Sí, lo dejó sin más.
¡Joder, estaba con otro!
Porque con tanto implante,
buscando un cuerpo óptimo,
tardó demasiado 
en volver con ella,
en regresar a su lado.

La pilló en el acto
con el hombre aspiradora.
¡Maldita succión!
Y compungido se retiró.
Menudos implantes los de aquel tipo,
ese sí que había acertado,
y no parecía desesperado.
Tampoco ella
que,
gimiendo,
le dio largas 
a su cuerpo tuneado.
 


La histórica despedida de soltero


No había dormido. 

Nada en absoluto. 

Sentía la boca pastosa por el alcohol consumido. Le costaba concentrarse. Mal asunto haber elegido la noche anterior para celebrar su despedida de soltero: debía realizar un ensayo y analizar los resultados del mismo poco antes de irse de luna de miel a Marte. Miró la hora: tenía el tiempo justo; un examen rápido y estaría de vuelta. 

Primero tuvo la sensación de que olvidaba algo.

Y luego un déjà vu.

Se levantó de la cama y miró por la ventana. Las vistas eran espectaculares: Júpiter, en su giro, mostraba el ojo de la tormenta. 

Iba a aprovechar las horas de sol para probar el nuevo vehículo. Allí, en Europa, utilizaban sólo transportes que funcionaban con energía solar. Pero este era un prototipo mejorado por Virginia, su estudiante de Robótica y Energías. Un modelo de solarland mucho más eficiente y rápido. «Y con un diseño molón», se dijo. 

Al llegar al hangar le extrañó no verla y la llamó por codecphone.

—¿Sí? —respondió una voz somnolienta.

—Te espero en el muelle de salida.

—Pero es que…

—Nada de peros —replicó y colgó.

Cuando se personó, Virginia hizo amago de decir algo, pero él no le permitió abrir la boca: ¡con el dolor de cabeza que tenía! Resignada, la estudiante puso en marcha el vehículo.

La órbita de Europa proporcionaba un tercio de luz: era una buena hora. La vía estaba bordeada de plantas que crecían gracias a captadores de humedad. Las sustituyeron a las afueras de la ciudad los aerogeneradores, que giraban silenciosos. Las zonas adyacentes a los primeros kilómetros estaban en gran medida cubiertas de paneles fotovoltaicos que reflejaban la luz del sol. Miró a su alumna concentrada en la conducción y luego volvió la cabeza para tener una visión de la ciudad. Brillaba toda: cada superficie expuesta era un captador de luz. Algunos diseños eran suyos. Era un paisaje hermoso. Se estiró para desentumecerse. Sonrió satisfecho porque en breve estaría de viaje, y se acomodó mejor en el suave y mullido asiento.


Despertó cuando llevaban recorridos más de cien kilómetros. Se había quedado profundamente dormido por el vaivén de la conducción. La sorpresa de haberse amodorrado le duró unos instantes. Miró a Virginia por si se había dado cuenta. Parecía que no. «Mejor: queda fatal que me duerma cuando tengo que estar controlándolo todo», pensó. Se sentó algo más erguido y se sobresaltó al ver la hora en el panel del vehículo y después, aunque era innecesario, para asegurarse, en su codecphone. «No no no no».  

Recordó lo que había olvidado: que habría un eclipse de sol que duraría horas.

—¿Qué autonomía tiene el vehículo sin energía solar? —preguntó de repente.

—Cincuenta kilómetros —respondió Virginia.

—Pero habrá un eclipse en breve. ¡¿Cómo es que has continuado si hemos sobrepasado el punto de no retorno?! 

—Ya. Me extrañaba también, por el eclipse precisamente. Pero como no ha dicho usted nada mientras conducía, he considerado que era parte del examen.

—¡No puede ser! No voy a llegar a tiempo al embarque para mi luna de miel. —Miró a la joven muy serio—. Vas a tener que usar tus poderes. ¿No tenéis los neuromantes la capacidad de viajar veinte minutos en el tiempo?

—Pero, profesor, aún no domino bien la gestión de la escala temporal ni el punto de encuentro. Estoy en los primeros cursos. Mis maestros de «Viajes al Pasado» me han comentado que no debo hacerlo, que…

—Por favor, es bien sabido que lleváis implantes de contención para no sobrepasar el tiempo establecido. Escúchame: necesito que recurras a tus facultades. Así tendremos energía para regresar a la hora.

—El implante cerebral aún no está operativo en esta fase del curso. Y ya he dicho que no controlo bien mi parte sobrenatural y no quiero pasarme de los veinte minu…

—¡Hazlo!


No había dormido. 

Nada en absoluto.




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