Porque si no lo haces, serás un desgraciado.
Qué tontería, ¿verdad? A mí se me olvida a menudo. Al cabo del día, unas cuantas veces. Jo.
Estaba leyendo este excelente artículo de Chuck Palahniuk (escribió El Club de la Lucha, por ejemplo), llamado Trece consejos para escribir, y se me ha ocurrido una idea:
SOY UN IDIOTA
Me he dado cuenta leyendo este consejo:
Seis: Utiliza el escribir como una excusa para hacer una fiesta cada semana, incluso aunque llames a esa fiesta “taller”. Pasar tiempo con otra gente que valora y apoya la escritura, compensa esas horas que pasas a solas, escribiendo. Incluso si algún día publicas y ganas dinero con tus textos, ninguna cantidad te compensará del tiempo que pasas a solas. Así que coge tu “cheque” por adelantado, haz de la escritura una excusa para estar con gente. Cuando llegues al final de tu vida, confía en mí, no mirarás atrás saboreando los momentos que pasaste a solas.
Yo no paso tiempo NUNCA con personas que escriban. Internet no cuenta, por supuesto. Tampoco sé si me apetece hacerlo. Me da vergüenza. Por eso soy un idiota.Los escritores somos ceporros hasta para relacionarnos.
Si yo fuera escritor sería un ceporro, quiero decir. Ahora soy ceporro así, sin más.
Pero lo que realmente me ha gustado del artículo es el último consejo.
Disfrútalo.
Trece: Casi cada mañana, desayuno en el mismo restaurante. Esta mañana un hombre estaba pintando el escaparate con dibujos navideños. Muñecos de nieve, copos de nieve, campanas, Papa Noel. Permanecía de pie, fuera, en la acera, pintando con pinturas de diferentes colores. Dentro del restaurante, los clientes y los camareros observaban como esparcía pintura roja y blanca y azul en el exterior de la gran ventana. Tras él, la lluvia cambió a nieve, cayendo de un lado a otro con el viento.
El pelo del pintor era de todos los tonos de gris, y su cara, flácida y arrugada como el culo vacío de sus vaqueros. Entre colores, paró para beber algo de un vaso de papel.
Observándolo desde el interior, comiendo huevos y tostadas, alguien dijo que era triste. Este cliente dijo que el hombre era, probablemente, un artista fracasado. Que lo del vaso de papel probablemente sería güisqui. Que probablemente tenía un estudio lleno de pinturas fracasadas y ahora vivía de decorar escaparates de restaurantes y tiendas. Triste, triste, triste.
El pintor siguió poniendo colores. Primero el blanco nieve. Después, algunas extensiones de rojo y verde. A continuación unas líneas de negro que delimitaban las formas de los colores y las convertían en paquetes de regalo y árboles.
Un camarero caminó por el restaurante sirviendo café a la gente y dijo: “Qué bonito. Ojalá yo pudiera hacer algo así…”
Y tanto si envidiábamos como si nos daba pena el pintor en el frío, él siguió pintando. Añadiendo detalles y capas de color. Y no estoy seguro de cuándo pasó, pero en algún momento ya no estaba allí. Las pinturas eran tan ricas, llenaban el escaparate, los colores eran brillantes, pero el pintor se había ido. Tanto si era un fracasado como un héroe. Había desaparecido, se había largado a donde fuera, y todo lo que quedaba era su trabajo.
Gracias, Señorita Inés, por compartirlo en FB