Escribí un pequeño relato “de acción” hace poco. El resultado es una escena curiosa, pero creo que entretenida y divertida. Intenté contar una historia completa con cuatro pinceladas, y el resultado parece sacado del cine de acción de los 80.
Eso es bueno.
También aproveché para jugar un poco con los personajes y cambiar algunos roles. Te va a gustar, ya verás.
LA SUPERVIVENCIA DE LA ESTIRPE
—Aquí vamos otra vez —dijo Yashiro en un susurro.
La mujer se escondió detrás de la pared del pasillo antes de que la detectaran. En la habitación había dos hombres y, por lo que había podido ver, se encontraban bien armados.
“Estoy harta de esto”, pensó mientras comprobaba la munición de sus automáticas y colocaba los silenciadores. “Pero ¿cuántos tipos de estos hay?”. En realidad no importaba la respuesta, porque no tenía otra opción que seguir avanzando. Respiró profundamente, realizó un mudra de protección (muy rápido, porque necesitaba las dos manos y para ello tuvo que dejar las armas en el suelo), pensó en la razón por la que se encontraba allí, y entró en la habitación.
“Al frente, siempre al frente”. Yashiro giraba el cuerpo en la dirección en la que disparaba, porque sabía que así no fallaría ningún blanco. El primer hombre recibió dos impactos en la cabeza y el cuello. El otro hombre apuntó a la mujer, pero fue demasiado lento. Yashiro se tiró al suelo y le disparó tres veces, dos en las rodillas y una en el estómago. Los gritos atraerían a más tipos como él, sin duda, pero dejándolo con vida disponía de unos segundos para obtener más información.
—Pero… —El hombre, a pesar del dolor, puso los ojos como platos— ¡Si tú eres…!
—Sí, sí, ya lo sé. Soy Yashiro. Ya sabes a quién busco, dime dónde está y te dejaré vivir —respondió ella—, pero no me mientas o volveré a buscarte.
—No sé de qué me hablas. No tengo ni idea de dónde está la niña… —El hombre realizó una pausa e intentó disimular—. Quiero decir… No sé… yo no sé nada.
Yashiro suspiró y se llevó la mano a la cara. “¿De dónde saldrán estos idiotas?”, pensó. El hombre tragó saliva cuando vio el filo de un tanto delante de sus ojos. El cuchillo le sacó la información en cuestión de segundos. Dijo dónde estaba la niña: en el último piso del edificio, en el despacho de la Taka Onna. También explicó con detalle que se encontraba sana y salva, que había comido bien y que echaba de menos a su madre. El tanto era muy persuasivo.
—En fin —dijo Yashiro en voz alta—, nadie dijo que sería fácil. Aguanta, cariño. Te voy a sacar de aquí por encima de una montaña de cadáveres, si hace falta.
La mujer salió por la terraza hasta las escaleras de emergencia y subió a la siguiente planta. Ya sabía lo que se iba a encontrar allí, así que estaba preparada: lanzó una bomba de humo y, al tiempo que explotaba, entró en la habitación con el tanto en una mano y una automática, ya sin silenciador, en la otra. A esas alturas, el sigilo ya no era importante.
La Taka Onna, que era una mujer de edad avanzada y no un demonio, como sugería su apodo, encerró a la niña en el aseo privado de su despacho en cuanto oyó los disparos.
—Parece que tu mamá viene a buscarte, pequeñaja —le dijo—, así que tendré que ocuparme de ella. Tú no te preocupes de nada, cielo, pronto pasará todo.
La niña no dijo ni una palabra. Se sentó en el suelo y se quedó mirando fijamente a la pared, como si estuviera viendo la televisión, mientras pasaba una navaja de plástico entre sus dedos. Tenía tres años y aún no había pronunciado ni una palabra.
“No sé si esta niña es muy inteligente o si es retrasada”, pensó la mujer mientras observaba a la niña. “Habrá salido al idiota de su padre”.
Salió del aseo y se quedó de pie, apoyada en su escritorio mientras fumaba un cigarrillo. No tuvo que esperar mucho. Tal y como pensaba, al cabo de unos minutos se escucharon gritos al otro lado de la puerta y, segundos después, las hojas se abrieron de golpe. Al otro lado, cubierta de sangre y con una katana partida en las manos, se encontraba Yashiro.
—Has tardado mucho —dijo la Taka Onna—. Eres más lenta. Y te has quedado sin armas.
—Tenías más soldados de los que imaginaba —respondió Yashiro—. Te habrás gastado una fortuna contratándolos.
—Esa fortuna podía haber sido tuya.
—Te lo dije antes de marcharme y lo repito ahora: no quiero saber nada de tus negocios. Tu dinero está manchado de sangre y no lo quiero.
—Pasaste demasiado tiempo con tu padre, chiquilla, y por eso has crecido débil y consentida. Pero tu hija crecerá a mi lado, y cuando tenga edad para ser mi sucesora, no pondrá tantos…
Yashiro no siguió escuchando. Corrió hacia la mujer con las piernas ligeramente flexionadas, se agachó, giró rápidamente y atacó con los restos de su katana. La mujer esquivó el golpe con facilidad, sacó un wakizashi de su vestido y devolvió el ataque. El filo de la espada pasó a dos centímetros de su frente, y detuvo el golpe por pura suerte.
—No tienes nada que hacer contra mí, Yashiro. Yo te he enseñado todo lo que sabes…
El tiempo pareció ralentizarse, y los pensamientos de Yashiro se sucedieron muy rápido. “No puedo dejar que se acerque a mí, o estoy perdida”, pensó. “Adoptaré Ka No Kata”.
Mientras la anciana se preparaba para atacar, Yashiro se anticipó al movimiento. Avanzó con rapidez, encadenando un golpe tras otro, forzando a su enemigo a defenderse, una y otra vez, sin dejarle responder. Lanzó la katana a sus pies, saltó hasta ella, pasó a su espalda y, agarrando su mano derecha, le cortó el cuello con el filo de su propio wakizashi. Ni siquiera pudo pronunciar unas últimas palabras de desafío.
—Aprendí muchas cosas cuando me alejé de ti —dijo Yashiro al cadáver de la mujer.
Se acercó con cautela al aseo, pero no había más guardias armados ni nadie que pudiera hacerla daño, así que se limpió la sangre de las manos y la cara, abrió la puerta y cogió a la niña en brazos.
—Tranquila, cariño, ya pasó todo. Volvemos a casa, cielo. No te preocupes por la abuela —dijo mientras tapaba su cara con la mano—, que ya no volverá a hacernos daño.
Yashiro realizó una llamada de teléfono según bajaba las escaleras. Mientras se alejaba del edificio se escucharon las sirenas de la policía. Se montó en el coche y condujo despacio, sin superar el máximo permitido, para no llamar la atención.
Cuando llegó a su casa, encontró a su marido sentado en el jardín. Tenía la cara hinchada y un brazo vendado. Todavía le dolía la paliza que había recibido hacía dos días, cuando intentó evitar que los hombres de la Taka Onna raptaran a la niña. En cuanto las vio, echó a correr hacia ellas y las abrazó con fuerza.
—¡Yashiro! Oh, Dios mío, pensé que no volvería a verte. ¡Estás herida! Tenemos que ir a un hospital…
—No te preocupes —respondió ella—, no es nada. Sólo necesito darme una ducha y descansar. Tamiko está bien —dijo mientras acariciaba la cabeza de la niña—, no te preocupes. Sólo quiere dormir dos días seguidos, como yo.
—Y… ¿Qué ha ocurrido? ¿Está…?
Yashiro bajó la mirada un instante y cogió aliento.
—Se acabó, querido. Mi madre está muerta. Ya no podrá hacernos ningún daño.