Preparé el relato que presento en esta entrada para un concurso que, por supuesto, no gané (este parece ser mi sino), hace unos cuantos años ya. De hecho, es uno de los primeros relatos cortos que escribí, quizá se note.
Si bien el concurso era de tema libre, el relato debía incluir la descripción de una habitación, pero no de una habitación cualquiera: se nos daba, a los concursantes, varias fotografías a elegir, cada una de una habitación diferente. Yo me decanté por esta.
Quizá no gané porque para mí la descripción de la habitación era lo de menos. Lo que me interesaba de verdad era escribir un relato que fuera como una obra de M. C. Escher. Ya sabes, Escher, el artista gráfico de las construcciones imposibles. A lo mejor el nombre no te suena, pero es seguro que a lo largo de tu vida has visto varias de sus obras y no te has olvidado de ninguna de ellas. Son únicas. Como esta, por poner un ejemplo.
Escher no tuvo una vida fácil, como mucha otra gente de su generación. Nos quejamos nosotros de crisis económica y de pandemia de coronavirus, terribles ambas sin duda, pero hubo no hace mucho una generación cuya vida estuvo marcada por la gripe española y dos guerras mundiales separadas entre sí por una gran depresión económica. Esta generación sí que lo tuvo difícil.
Una de las obras más conocidas de Escher es esta, que muestra una banda de Möbius.
Una banda de Möbius se caracteriza, entre otras cosas, por ser un objeto no orientable, sin principio ni final. Infinito, de alguna manera. Así quería que fuese mi relato. ¿Lo conseguí? Te lo dejo aquí para que seas tú quien lo juzgue. Por cierto: cualquier parecido con Origen es pura coincidencia. En serio.
MUÑECA RUSA
Soñó que despertaba. Al abrir los ojos se encontró con que estaba en una habitación que conocía. De hecho, como concluyó tras echarle un vistazo, era muy parecida a la suya propia, casi idéntica, pero no era la misma, pues, como notó también, le faltaba un detalle que sería imposible de detectar por alguien que no fuese él: la imborrable huella del tiempo transcurrido desde la última vez en que se había despertado. Es decir, una vez más era ayer. Esta circunstancia, aunque le molestó, no le produjo susto ni extrañeza, porque sabía que todo el decorado era irreal, parte de un sueño que era ya demasiado recurrente. Se levantó de la cama y se asomó a una de las ventanas de la alcoba: como cada jornada, el impasible mundo estaba ahí fuera, esperando no ser perturbado. Decidió que lo más conveniente sería seguir la habitual rutina. Así pues, se duchó en la ducha de un cuarto de baño que no era el suyo pero lo parecía; desayunó, por no romper su costumbre, en el bar de la esquina, que continuaba siendo la tasca de siempre; acudió al trabajo, donde todo estaba como lo había dejado; trabajó como solía, hizo la consabida pausa para almorzar, continuó trabajando; al atardecer regresó del trabajo al lugar del cual había partido por la mañana; preparó la cena como la preparaba todos los días, cenó y, después, como todas las noches, vio un rato de televisión, cuya programación daba la impresión de que fuese intemporal. Cuando se sintió cansado, se acostó y casi inmediatamente se durmió. Y soñó. Pero no soñó por soñar, sino que soñó que soñaba. A la mañana siguiente, soñó que despertaba…