Seducida por las criticas que había leído (incluso en este mismo blog, de mano de Eduardo Enjuto) y oído por parte de algún amigo (en particular Cristina Alonso Andicoberry), decidí darle una oportunidad a la novela La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker No soy muy amiga de los best-sellers: por experiencia sé que me suelen decepcionar, por lo visto no tengo un gusto literario popular. Pero, lo dicho, personas de confianza me la habían recomendado, así que piqué.
La compré en español, porque el idioma galo, en el que está escrita, no lo domino, y si tengo que leer una traducción, prefiero hacerlo en el idioma propio. Cuando llevaba leídas unas cien (de un total de seiscientas sesenta y una) páginas del libro, me di cuenta con pesar de que pasaría sin pena ni gloria a engrosar mi corta pero lamentable lista de libros que no he podido terminar de leer (o ni siquiera empezar). No son muchos, como digo, porque si un libro se me resiste, me lo tomo como un reto y habitualmente consigo terminarlo. Más que nada porque los libros que se me tornan difíciles de leer no suelen ser de mi elección, sino obsequios, y uno siempre tiene la sensación de que, aunque solo sea por respeto a quien regaló el libro, ha de terminar su lectura.
Las razones por las que han sido para mí libros interminables son muy variadas. En el caso particular de La verdad…
Novelas malas
Pues porque la novela me parece mala. Aun diría más: bastante mala. A poco de empezar a leerla me dije: esta película la he visto ya como un millón de veces (aclararé aquí que no, que su adaptación a la pantalla no la he visto ni una ni un millón de veces). Y es que al leerla uno tiene la impresión (o al menos yo la tuve) de que el autor ha aglutinado sin ton ni son en una misma historia todas las fórmulas que funcionan bien comercialmente en el cine (la novela es bastante cinematográfica) o en la literatura: una relación maestro-discípulo, que tanto gusta a la gente y que tan manida fue en el cine en los años ochenta y noventa (de hecho, me ha sido imposible no imaginarme a Harry Quebert como Sean Connery, actor al que, por aquel entonces, encasillaron un poco en el papel de maestro); un pueblo tranquilo del norte de Estados Unidos en el que nunca pasa nada de nada hasta que es asesinada una cría que era en apariencia un ángel de inocencia (Twin Peaks); una madre manipuladora y obsesiva (Carrie, de Stephen King, y Psycho, de Robert Bloch, por poner dos ejemplos bien conocidos) y otra que es como un dolor de muelas (El diario de Bridget Jones, de Helen Fielding); un amor prohibido entre un hombre maduro y una adolescente (Lolita, de Nabokov), y posiblemente muchos otros ejemplos que no puedo aportar porque, como ya he dicho, no he sido capaz de avanzar mucho en la trama.
Por otro lado, los diálogos no están bien construidos: a veces los personajes sueltan frases fuera de lugar que no sirven sino para dar información necesaria al lector; al parecer el autor no supo introducirla de otra manera. Y los personajes son, en muchos casos, meros clichés. Aparte de que el protagonista, Marcus Goldman, quien cuenta la historia, me parece de lo más repelente.
Además, la traducción no ayuda en absoluto: el otro día, recorriendo sus páginas, mis ojos pasaron por la expresión “sexo bucal” y mientras se ponían en blanco me vinieron a la mente muchas extrañas asociaciones entre bucal y oral y otras cosas de comer. En fin.
Ya sé que no hay nada nuevo bajo el sol y que no es fácil tener una idea original. Pero lo que ha hecho Joël Dicker, el autor, me parece, si bien inteligente, feo. Muy muy feo.
Novelas indefinibles
Hace poco tuve que abandonar también la lectura de American Gods, de Neil Gaiman.
Aunque considero La historia interminable, de Michael Ende, una de mis novelas favoritas, la fantasía es un género que, así, en general, no me gusta. Quizá sea por deformación profesional o porque soy una persona poco crédula, no sé.
Pero juro que empecé a leer American Gods de buena fe, con la mente abierta y con curiosidad. Y si bien me parece que Neil Gaiman no escribe mal (en realidad, su estilo me recuerda bastante al de Stephen King y, como este, eso sí, opino que mete mucha, pero que mucha morcilla), la historia se me atragantó del todo a poco de empezarla. Una cosa es fantasía y otra lo que uno escribe fumado, y yo tuve la sensación al leer American Gods de que Gaiman cuando se pone a escribir se pega unos viajes siderales.
Novelas lentas y aburridas
Otra novela que me ha parecido infumable es El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, por razones obvias (este comentario solo lo entenderán quienes la hayan leído o lo hayan intentado; y por favor, que no salga el típico listillo repelente de turno diciendo que le encantó). Eco, como buen filósofo, era muy pesado, por expresarlo con delicadeza. Incluso tuve problemas con El nombre de la rosa, de la que había visto la película y me había gustado la historia. No fue hasta la quinta o la sexta vez que la intenté leer cuando finalmente tuve éxito. El prólogo, totalmente innecesario, y la descripción inicial de la abadía en que transcurre la acción, que ocupa así como las primeras doscientas páginas del libro, me habían vencido en toda ocasión anterior.
Entran en este grupo de novelas para mí imposibles por lentas y/o aburridas también Moby Dick, de Herman Melville, ese clásico de la literatura americana (no pude pasar del sermón en la iglesia), y El señor de los anillos, de Tolkien (aunque he de alegar en mi defensa que El Hobbit sí lo terminé y me gustó).
Seguramente haya otras obras que en el pasado no pude leer por malas o por lentas. Pero estos son los casos más notables.
Novelas de otros tiempos
Otras novelas no las pude terminar porque no era el momento de leerlas. Por ejemplo, justo antes de que naciera mi hija estaba leyendo Los hermanos Karamazov, de Tolstoi, pero no es esta la novela más adecuada para el periodo postparto, la verdad. Tuve que abandonar su lectura, pese a que me estaba gustando, porque en ese momento la mente me pedía algo más alegre y ligero. En otras palabras, menos ruso.
Novelas angustiosas
Y otras no las pude terminar por la angustia profunda que me estaba generando leerlas. Incluyo en este grupo La narración de Arthur Gordon Pym, de Poe, y El peor viaje del mundo, de Apsley Cherry-Garrard, un libro autobiográfico sobre la expedición de Scott a la Antártida narrada por uno de sus compañeros que sobrevivió al viaje.
Novelas no empezadas
Por otro lado están las novelas que no he podido siquiera empezar. Un ejemplo es Patria, de Fernando Aramburu, que me llegó como un regalo hace un par de años y aún no he sido capaz de leerla (perdóname Cris). Hay ciertos temas que me ponen de muy mal café y prefiero evitarlos. Incluyo en este grupo también Una mujer en Berlín, de Marta Hillers.
Otras no he podido leerlas porque ya no era el momento de hacerlo. Por ejemplo, leí Dune, de Frank Herbert, y tres de sus secuelas con incomparable placer en la adolescencia. Años después llegaron a mis manos otras novelas de Herbert (Los ojos de Heisenberg, Estrella flagelada y El experimento Dosadi) también de ciencia-ficción, y sin duda buenas, pero no he podido empezarlas, porque mi mente ya no es la adecuada para este tipo de lecturas o este tipo de ciencia-ficción.
Incluyo aquí una serie de best-sellers que igualmente llegaron a mis manos como regalos pero que nunca tuve interés por leer, como El tercer gemelo, de Ken Follet, Estado de miedo, de Michael Crichton, El código Da Vinci, de Dan Brown, o cualquier novela de Arturo Pérez-Reverte.
Te negaré tres veces
Y, finalmente, me gustaría incluir aquí también las novelas que leí y que desearía no haber leído. El ejemplo más notable es It’s me, Eddie, una novela de tintes autobiográficos que me regaló mi pareja justo cuando empezábamos a salir juntos. La novela, además de levantarme ampollas, me despertó un odio apasionado por Eduard Limonov, su autor, un personaje muy exasperante. Así que, al terminar de leerla, me di cuenta de que mi pareja no podía quererme de verdad si me había pedido leer semejante bodrio. Cosas que pasan.
Cualquier novela de Javier Marías después de Corazón tan blanco. Marías no escribe mal, pero carece por completo de imaginación. Y si bien sus novelas tienen casi siempre una primera escena magnífica (como las películas de Tarantino), el resto no suele valer nada.
Corazones en la Atlántida y El cazador de sueños, ambas de Stephen King. Creo que desde que le pasó un camión por encima no ha vuelto a escribir nada decente o comparable a su obra anterior.
En otros casos la decepción ha sido determinada por el final, que era malo en contraste con el resto de la novela, que era buena y me había inducido expectativas. Aquí incluyo El cartero, de David Brin, e It, de Stephen King, como los ejemplos más notables.
Y tú, ¿qué novelas no has podido terminar?