
En el verano de mi vida, mis abuelos aún vivían, mis padres eran jóvenes y hermosos, y yo desconocía los límites de mi libertad. El amor era amor del corazón y el odio no existía, todavía no. El mundo era mi mundo y viceversa. El cielo no tenía límite; las nubes componían formas imposibles; el arcoíris llevaba a un maravilloso tesoro; y la Luna jugaba al escondite con el Sol. Aunque a veces lloviera a mares, los días eran luminosos, ornados con vivos colores; el gris no estaba presente. El aire olía a Nivea y a Chispas, a castañas asadas y a sandía, a melocotones maduros y a mandarinas, a ilusión y alegría. El tiempo era infinito: en un día cabía un mundo entero y un año duraba una eternidad. Por las mañanas jugaba a aprender y por las tardes aprendía a jugar. Cualquier cosa era un juguete y había juguetes que valían por mil. Los palos eran espadas y las peleas, batallas. Las caídas no dolían y las heridas eran medallas. Mis amigos eran para siempre, pero mi lealtad cambiaba de continuo. Las vacaciones duraban tres meses y el resto del año era un viaje irrepetible. Los sueños eran el futuro y el futuro estaba por venir.
En el verano de mi vida, el otoño y el invierno eran impensables. Y yo, ahora lo sé, era feliz.
Siempre esta el futuro , nunca como cuando somos niños ,todo brilla y esperamos impacientes . El futuro tiene cosas bonitas algunas mas . Es precioso
Es un relato muy curioso porque nos trae emociones que a veces hemos dejado atrás, ¿verdad? Pero el futuro, como bien dices, siempre tiene mucho que ofrecer
¡Muchas gracias por leernos!