Hoy venimos Jesús Durán y yo con otro relato escrito a cuatro manos. Este, además, fue seleccionado entre el total de 1200 obras enviadas al 5º CONCURSO DE MICRORRELATOS DE LA REVISTA “AGUANAJ” 2023 y quedó entre los 43 finalistas.
Es un relato que te arrancará una sonrisa.
Esperamos que te guste.
El aburrimiento mata
—Padre, tenemos un problema —anunció un afligido San Pedro.
Asistían los dos, Simón y Dios, a su reunión semanal sobre el estado del Cielo; asuntos sobre los que arrojar luz divina.
—¿Otra vez los desesperados? —preguntó Dios con un deje de hastío.
Los desesperados habían sido, desde el principio de los tiempos, un problema que, de vez en cuando —según la época, o el lapso desde la entrada hasta el momento en cuestión—, se intensificaba. Algunas almas no llevaban bien eso de la vida eterna. Nada bien, en realidad. Al cabo de un cierto tiempo se cansaban, se aburrían, se desesperaban ante la falta de objetivos vitales, y el hastío se convertía en su único tema de conversación.
Las razones particulares eran incontables, pero la solución parecía ser siempre la misma: estas almas atormentadas antes o después recurrían a San Pedro buscando una alternativa a la vida eterna, porque no la querían, no la soportaban. No obstante, tras una conversación razonable, si bien intensa y larga —muy larga—, en la que se les enfrentaba a la situación de desaparecer para siempre, todos, sin falta, a pies juntillas, entraban en sus cabales.
El convencimiento, por desgracia, solía ser tan solo pasajero, fútil en realidad ante la extensión de la eternidad. Transcurrido un cierto tiempo, estas almas volvían a presentarse ante el portero con la misma desesperación. Una y otra vez. Estaba claro que la vida eterna no era para todo el mundo. Pero la alternativa lo era aún menos y nunca ningún alma había terminado pidiéndola sí o sí. Con todo, las siguientes conversaciones, esos nuevos y constantes intentos de convencerlas, eran siempre más tediosas que la primera.
—No, Padre. Es otro problema. —A San Pedro se le notaba cohibido.
—Dime, Simón, ¿de qué se trata?
—Son las últimas generaciones, Padre. Se aburren en el Cielo —contestó San Pedro, y le apartó a Dios la mirada, azorado.
—¿Cómo que se aburren? ¡Qué me estás contando!
—Padre, están acostumbrados a otro tipo de vida: leen muchos de ellos; ven películas o programas de entretenimiento y salseo en las plataformas de reproducción de video, constantemente; salen, entran, van a fiestas, a exposiciones, viajan… Están hechos a la molicie del ocio, pero, sobre todo, no pueden vivir sin la última tecnología: los teléfonos móviles, las tablets y los portátiles. Y sin internet. —San Pedro observó cómo comenzaba a enojarse Dios y reafirmó raudo lo dicho—: Sobre todo no pueden estar sin internet de banda ancha y con datos ilimitados…
Dios miró a San Pedro con los ojos entrecerrados.
—Y aquí no hay nada de nada de todo eso…, solo otras almas —concluyó el portero.
—Otras almas ha sido siempre suficiente. La posibilidad de reunirse con los familiares, con los amigos, con héroes de épocas pasadas, con gente que ha hecho Historia, de adquirir nuevos conocimientos… —Dios enumeraba con los dedos cada uno de sus argumentos.
San Pedro asentía pacientemente. Habló cuando ya parecía que había terminado de nombrarlos a todos:
—Sí, Padre, todo eso bastaba en otros tiempos. Pero ya no. La gente ahora tiene de continuo todos los conocimientos en la palma de su mano. Y la mayor parte del tiempo los ignora. Prefieren otro tipo de información. Sin relevancia por lo general. Sus mentes estas acostumbradas a la distracción, constante, y aquí no hay nada de eso. Se aburren tremendamente.
—¿Y a qué conduce todo esto? ¿A más gente deprimida? ¿Más desesperados?
—En realidad, Padre, lo que temo es una revuelta. —San Pedro no sabía cómo ponerse, se le notaba muy nervioso.
—¿Una revuelta? ¿Acaso es eso posible? ¿Eh?
Se produjo un momento de silencio. San Pedro se vio en la obligación de justificar sus razonamientos:
—Ahora mismo hay ocho mil millones de almas en el mundo, más que todas las que hay en el Cielo. Y muchas, muchas, tienen acceso a internet de una u otra manera. Pronto acabarán aquí. No serán como los desesperados, casos aislados, no: serán la mayoría. Preveo un problema grave. Porque además las comunicaciones irán a más: mejorarán internet, la realidad virtual y la aumentada. Representarán una dependencia absoluta. Creo que, con el tiempo, las almas acostumbradas a tenerlas podrían organizarse e intentar un cambio, no sé, o exigirlo.
Dios parecía, de repente, muy preocupado: «Lo que me faltaba, un golpe de Estado en el Reino de los Cielos».
—Quizá haya llegado el momento, Simón —dijo de repente con tono grave—. La coyuntura lo exige —añadió.
—Padre…, ¿lo creéis? ―respondió San Pedro. Su voz denotaba miedo—. Pero, ¿y las Escrituras?, ¿no habría que respetarlas?
—¡Por favor! ―soltó Dios poniendo cara de paciencia—. Ese absurdo panfleto.
—Padre, ¿estáis seguro? —insistió Simón con preocupación.
Dios meditó su respuesta unos instantes, después asintió y dijo:
—Llama a los Cuatro Jinetes a mi presencia.