COMPROMISO

La cultura de Japón nos llama mucho la atención. Quizá nos parezca exótica y llamativa por el concepto que tenemos de ella a raíz del cine y la literatura, aunque la globalización puede que haya acabado con la idiosincrasia de ese pueblo tan peculiar y ya no seamos muy diferentes.

Pero quizá, en su forma de comprender el mundo, la sociedad y a sus semejantes, sigan siendo diferentes y, en algunos aspectos, un modelo que me encantaría tomar como referencia a la hora de darnos palmadas en el pecho y decir lo buenos que somos nosotros.

En otros aspectos supongo que serán como el resto de pueblos. Todos tenemos luces y sombras. Y pensando en si el compromiso con una familia o grupo social es una cosa o la otra, si es una virtud o una atadura sin un sentido claro, escribí este relato.

La idea original la leí en un cómic que creo que pertenece al gran Stan Sakai. Digo «creo» porque lo he buscado y no lo encuentro, pero estoy seguro de que la idea original es suya. Yo me he inspirado libremente en ella, pero sin duda él la ha desarrollado mucho mejor.


La atención de este autor por el detalle es maravillosa

He intentado escribir un relato rápido, en el que la urgencia de la situación se refleje en el ritmo y el estilo. Los diálogos y las expresiones están pensadas de este modo, con más o menos acierto. También he querido reflejar la relación que existe entre personas que pertenecen a la misma familia, aunque no compartan lazos de sangre. A veces vemos la lealtad como algo alejado del cariño, y no debería ser así.

Creo que no es un buen relato. No sé por qué. Quizá he trabajado con ideas que no tengo interiorizadas y no he sabido plasmarlas. O quizá el cuerpo me pedía escribir algo más intenso y no me he atrevido a hacerlo.

Lo escribí para una convocatoria en la que no ha sido elegido. Me siento más cómodo cuando escribo sin ese condicionante. En cualquier caso, escribirlo fue divertido. Meterse en la piel de alguien que tiene claro lo que significa el compromiso, hasta las últimas consecuencias, siempre es agradable.

Que lo disfrutes.



Raiko respira hondo y procura que no se note su nerviosismo. Itô Kira, el hijo del jefe, conduce como un loco. El asfalto está en mal estado y en cualquier momento se pueden salir de la carretera. Isao, en el asiento trasero, se mueve de un lado al otro y lamenta no haberse puesto el cinturón de seguridad.

—¡Chico! —dice el anciano a gritos para hacerse oír—. ¡Te dije que te pusieras el cinturón!

—No pensé que tuviéramos tanta prisa —responde el joven entre jadeos—. Y la carretera está fatal.

—Tenemos que llegar cuanto antes —dice Kira. Está concentrado y serio, como corresponde a la situación—. El tiempo es crucial.

El hombre asiente; cuanto antes lleguen, más posibilidades tendrán de ayudar a los heridos. Pero también sabe que hay otro motivo detrás de tanta urgencia: deben ser los primeros en llegar. Si no quiere ver dañado su prestigio, la familia Itô debe estar quitando escombros y vendando heridas antes de que se presenten bomberos y ambulancias. Ellos cobran por mantener a salvo a aquellas personas y, aunque su trabajo consiste casi siempre en tratar con timadores, policías y otros delincuentes, hoy harán una excepción. El terremoto que han sufrido solo es un problema más. Un enemigo más.

Las naves del puerto están en peor estado del que esperaban. La última pared en pie de un almacén se derrumba a su paso y algunas piedras golpean la carrocería. Hay humo y fuegos por todas partes. Cuando llegan al edificio de administración, una mujer con la ropa sucia y manchada de sangre corre hacia ellos. Kira frena en seco y se baja del coche sin detener el motor.

—¡Ayúdenme! —grita la mujer mientras lo agarra del brazo—. ¡Tenemos a tres personas atrapadas en el muelle!

Kira ordena por señas a Raiko que saque las cuerdas. El chico corre detrás de él; tiene instrucciones de no dejar solo en ningún momento al hijo del jefe. El anciano da la vuelta al coche y lo acerca marcha atrás al almacén. Mueve la cabeza con desaprobación; parece muy dañado y a punto de derrumbarse. Baja y saca unas cuerdas del maletero. Las fija a la bola de remolque y lleva el otro extremo hasta unas vigas que bloquean el acceso al edificio.

—¡Isao, coge la barra y haz palanca! —grita Kira—. ¡Señora, cuando levantemos la viga pase las cuerdas por debajo!

—¿Esto es todo lo que trae la yakuza? —dice la mujer—. ¿Un hombre, un niño y un anciano?

—¡Tengo casi dieciocho años, señora! —dice Isao—. ¡No soy un niño!

—Vienen dos camiones con gente y máquinas —dice Kira sin dejar de hacer fuerza sobre la viga—. La carretera está bloqueada y están despejándola. Nosotros nos hemos adelantado… ¡Ahora, muchacho! ¡Con fuerza!

Entre gruñidos y gritos consiguen levantar la viga y atarla con las cuerdas. Con cuidado, Raiko pisa el acelerador y la arrastra unos metros para sacarla del camino. Luego acerca de nuevo el vehículo para repetir la operación.

El trabajo es pesado y peligroso. Kira le dice a la mujer que se marche, pero ella se niega. Sus empleados están atrapados en el edificio y no va a abandonarlos.

—¡Baje del coche! —le grita al anciano—. Usted es más fuerte, eche una mano aquí y yo conduciré.

El hombre mira a Kira, que asiente y le apremia con un gesto. Es corpulento y se encuentra en buena forma para su edad; con la mujer manejando el vehículo y seis brazos fuertes levantando peso, avanzan más rápido y en unos minutos tienen despejadas las puertas.

—Mucho cuidado ahora —dice la mujer—. La estructura está muy dañada. Hay dos personas al fondo y una en la sala de la derecha. Hay que sacarlas cuanto antes.

Entran los cuatro a la vez en el edificio. Hay polvo por todas partes y las paredes crujen de forma alarmante.

—¡Vosotros a la derecha! —dice Kira—. ¡Usted, señora, guíeme hasta la parte trasera!

Raiko va a decir algo, pero el hijo del jefe desaparece rápidamente entre el humo.

—¡Señor!—dice a gritos— Deje que nosotros… —El hombre masculla una maldición y se vuelve hacia Isao—. Vamos, tenemos que darnos prisa… ¡Debemos ser más rápidos y anticiparnos a lo que vaya a hacer! ¡No teníamos que dejarle solo!

El muchacho y el anciano encuentran al primer herido y lo sacan con dificultad de entre los escombros. Está casi inconsciente pero no parece tener heridas externas. Cuando lo dejan junto al coche y se disponen a entrar de nuevo, se escucha un fuerte estruendo y gritos provenientes del interior.

—¡Itô sama! —grita Raiko—. ¡Vamos, muchacho!¡Rápido!

No hace falta que le insista. Los dos hombres entran en el edificio mientras un polvo espeso se extiende a su alrededor. No piensan en su seguridad ni en el peligro que corren, porque debían proteger al hijo de su jefe a cualquier precio. Aunque sea unos instantes y siguiendo sus órdenes, lo han dejado solo y eso es imperdonable.

—¡Por aquí! —dice la mujer—. ¡Dense prisa!

 Entre el humo y el polvo aparece la mujer sujetando a Kira, que apenas puede caminar. Tiene una herida en la cabeza y sangra mucho por el costado derecho. El anciano lo sujeta justo cuando va a caer al suelo.

—Al fondo, chico… —dice Kira con un susurro—. Ve a por los demás… Sácalos de ahí.

Entre Raiko y la mujer lo llevan al exterior. Lo tumban junto al coche y ella le retira los restos de la chaqueta.

—Presione en esta herida o se desangrará —dice al anciano. ¿Botiquín?

—En el maletero.

La mujer se mueve rápido. En unos segundos está aplicando gasas limpias en la herida de la cabeza y comprobando sus constantes vitales. Pero al quitarle la camisa, ninguno de los dos puede contener una exclamación.

—Dios mío… —dice el anciano en voz baja—. Tiene el brazo destrozado.

—Hay que frenar la hemorragia —responde la mujer—, o perder el brazo será el menor de sus problemas.

El hombre asiente y ayuda como puede. Hace tiempo que no se enfrenta a heridas tan graves y ella parece tener más experiencia. Se le humedecen los ojos por el polvo en suspensión y por la visión de Kira, a quien conoce desde que era un niño, que está casi inconsciente.

La mujer termina de atenderlo y suspira con satisfacción.

—Está estable, no se preocupe —le dice a Raiko—. Es fuerte; sobrevivirá.

En ese momento sale Isao del edificio con una mujer cargada sobre los hombros. Avanza dando pasos cortos y sujetando su cabeza para que no se golpee.

«El chico es fuerte y valiente» piensa el anciano con orgullo. Entonces echa un vistazo a Kira, a su brazo destrozado, y a la vida que le espera a partir de ese día… 

También se pregunta qué será de ellos. Que ocurrirá después. En cualquier caso, sabe lo que debe hacer.

Se acerca al muchacho y entre los dos dejan a la mujer en el suelo con cuidado.

—¿Hay alguien más?

—Sí, hay otro hombre —responde el muchacho—, pero no hay nada que hacer. —Ve a Kira tendido en el suelo, pálido y manchado de sangre, y ahoga un grito—. ¡Dios mío! ¿Está…?

—Se recuperará —dice el anciano.

—¡Aquí! —grita la mujer— ¡Dejen de hablar y ayúdenme!

Los hombres reaccionan y echan una mano como pueden. Al cabo de un rato han contenido las hemorragias de los heridos y los han puesto a salvo.

—Los camiones estarán a punto de llegar —dice Raiko—. Vamos a ver si podemos sacar al otro hombre.

La mujer asiente con un gesto de agradecimiento. Sabe que no pueden hacer nada por él, pero recuperar el cuerpo será bueno para su familia. El hombre y el muchacho se acercan a las puertas del edificio. Sigue saliendo humo y polvo del interior, y los crujidos de las paredes y los techos son cada vez más fuertes.

—Nos ordenaron quedarnos junto a Kira —dice el anciano—. No podemos volver con él en ese estado. Su brazo derecho está muy mal, no creo que lo puedan salvar… Y seguro que tiene más lesiones que ahora no vemos. No se explica que él haya sufrido heridas tan graves y nosotros estemos ilesos. Esto solo demuestra que lo hemos dejado solo.

—Lo entiendo, señor —dice el muchacho muy serio. Toma aire y suspira levemente—. Gracias por todo lo que me ha enseñado —añade haciendo una reverencia—. No lo olvidaré.

El hombre lo detiene antes de que entre en el edificio.

—No, muchacho. Esto es cosa mía.

Se coloca ante la puerta y se vuelve para echar un último vistazo al hombre que yace unos metros más atrás. Está recuperando la consciencia. Eso es buena señal.

Mira a su compañero y asiente complacido. El chico no ha dudado ni un instante; iba a entrar sin pensárselo. «Pero yo soy su senpai, el mayor de los dos, y la seguridad de Kira es mi responsabilidad», piensa. «Esto me corresponde a mí».

Se escucha el rugido de grandes motores que se acercan a ellos. Los camiones por fin han llegado al puerto. 

Raiko se vuelve y entra en el edificio. Avanza a través del polvo y llega hasta el cuerpo del último hombre. Está muerto, tal y como ha dicho el muchacho. Nada puede hacer por él. Se quita la chaqueta, la coloca con cuidado sobre su cuerpo y musita una oración.

Se sienta a su lado y esboza una sonrisa. Los crujidos de las paredes son continuos y cada vez más fuertes. Con la tranquilidad de haber hecho lo correcto y la conciencia tranquila, espera hasta que el edificio se derrumba sobre ellos.

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