Relato escrito por Libertad García-Villada y Eduardo Enjuto
«Querida Laura:
Te escribo en respuesta a la carta que me enviaste con tus quejas por los regalos que te traje este año.
¿Por dónde empiezo?
Cuando pediste los regalos, en tu primera carta, dijiste que habías sido muy buena. Esto, lo sabemos tú y yo bien, no es cierto. Durante el año desobedeciste a tus padres muchas veces; en casa ayudaste poco y de malos modos; hiciste rabiar a tu hermano hasta hacerle llorar; y, para colmo, tus notas dejaron bastante que desear.
Por no hablar del incidente con el perro de tu vecino, los macarrones y la corbata de tu padre; mejor lo dejamos correr.
Pero lo más grave fue la pelea que tuviste con Marcos en el colegio. Él no te había hecho nada, pero tú le estuviste pegando un buen rato y lo dejaste hecho un guiñapo. Esto es inaceptable. La violencia nunca está justificada, menos aún a tu edad.
Pediste, además, una cantidad desorbitante de regalos. Puedes pedir cualquier juguete, pero no todos a la vez. Por otro lado, no tienes edad para conducir un coche como el de tu papá. Tampoco voy a traerte un helicóptero, ni un yate, ni un castillo para tener muchos sirvientes. Por supuesto, no voy a prenderle fuego a tu colegio, y olvídate del lanzallamas que me pediste “por si esta tarea me queda grande”.
Sobre esos seguidores que querías para tus cuentas en redes sociales, ni hablamos. Me es incomprensible que a tu edad ya tengas estas cosas. ¿Y qué es eso de que quieres una enfermedad para pegársela a Marcos, tu compañero de clase? ¡No sé ni cómo decirte todo lo que está mal en esta petición!
No te han gustado los regalos que ha recibido tu familia. Te quejas de que a tu abuelo Federico no le he traído un equipo de música, como querías. Tu abuelo está sordo como una tapia. Esto lo sabes, que bien que le gritas para que te oiga cuando le pides la paga. También de que no le he traído una máquina de depilar a tu abuela Rosa para que, cito textualmente, “se quite el bigotazo”. A ver, Laura, tu abuela tiene vello facial, nunca se lo ha quitado y no va a empezar a hacerlo ahora. Si sus besos pican, te aguantas. Tú tienes que quererla tal y como es, y punto. Que tampoco le traje una cena romántica a tus padres, para que discutan menos. No te preocupes, Laura, te aseguro que tus padres no dejan de quererte ni un poco pese a que discutan entre ellos. Y lo del cohete para tu hermano, para que se vaya al espacio y no vuelva… En fin.
No voy a decirte lo que les he traído a otras personas. Pero, como sospechas, a tus profesores no les he “regalado” los quinientos kilos de carbón que pediste. No puedo traerle un papá nuevo a Raquel, tu compañera que tuvo un accidente, y tampoco puedo quitarle sus cicatrices. Esto no está en mi mano. No le he regalado una minifalda a su mamá ni una colonia al conserje del colegio. ¿De dónde sacas estas ideas?
Pero volvamos al tema de los juguetes. Tienes que entender que no puedo traerte todo lo pediste, pero es que, además, tampoco serías feliz si lo hiciera. Aunque tú, como muchos otros niños —y algunos adultos, la verdad sea dicha—, pienses que si no consigues lo que quieres no podrás soportarlo. Esto pensaste también el año pasado, cuando tus padres te compraron un equipo completo para clases de baile, que tanta ilusión te hacía tomarlas. ¿Recuerdas cómo llorabas dos semanas después porque entonces querías ser patinadora y el baile ya no te gustaba? Tu mamá hizo horas extra para comprarte ese equipo. Y tú te pusiste a llorar tras usarlo solo dos veces porque ya no lo querías.
Llorona, que eres una llorona.
Confórmate con lo que te he traído. Los libros te van a encantar. Los patines son rápidos. El casco evitará que te hagas daño. Más daño, quiero decir. Y verás cómo agradeces que tus nunchakus sean de espuma y no de acero terminados en punta, como pediste.
Con todo, voy a hacer una excepción y te voy a decir lo que he traído a otra persona. A Marcos, tu compañero de clase, le ha caído un jersey de lana de los que pican. Créeme, esto es mucho más penoso que un sarampión. Porque el sarampión se pasa en una semana, pero donde tú vives el invierno es muy largo.
Lo he hecho porque ha sido malo, mucho peor que tú. Se ha dedicado todo el año a aterrorizar a Raquel. Le ha hecho la vida imposible. Esto es lo peor que puede hacer un niño a tu edad. Espero que tú nunca hagas algo parecido.
Aunque, ahora que lo pienso, quizá tú esto ya lo sabías… ¿Por eso le pegaste?
Me acaba de notificar mi elfo escribano, al que le dicto las cartas, algo que desconocía: que informaste a tus profesores del comportamiento de Marcos y que ellos no hicieron nada al respecto.
Bueno, quizá no has sido tan mala, después de todo. No has actuado bien, pero tus intenciones a lo mejor no eran tan… reprobables.
Mira, deja que haga unas llamadas. Unos amigos míos tienen que pasar por donde vives dentro de unos días. Hablaré con ellos a ver qué pueden hacer. Seguro que sacan un rato después de la cabalgata. No digo que vayan a llevarte todo lo que pediste, pero a lo mejor te dan una sorpresa.
Eso sí, del lanzallamas olvídate. Por ahí no paso.
Con cariño,
P.N.
P.D. Después de todo, creo que tus profesores sí van a recibir algo de carbón.»