LA ÚLTIMA CERVEZA

Parece que en la Cantina Mos Eisley nos quieren decir algo…, a ver.

Relato escrito a cuatro manos entre Libertad García-Villada y Jesús Durán.

En noviembre del año pasado participé en una convocatoria organizada por un bar cultural cuyo nombre omitiré. No era Mos Eisley.

Sí, tal cual. Una variación en la organización de mi antigua agenda de competiciones escritoriles. Pero ¿participar en una convocatoria promovida por un bar? Ciertamente resultó de interés; en las bases solicitaban relatos —con un máximo de caracteres— que tuviesen como elemento central de la historia un bar o/y alguna bebida, entre otros requisitos. Se permitían marcas. 

Comentando a mi compañera Libertad recientemente que no salió seleccionado, le pasé el relato y decidimos mejorarlo juntos y compartirlo aquí.

Por cierto —ejem ejem—, si el relato le gusta a algún fabricante de cervezas, y quiere utilizarlo de guion, puede contactar con nosotros o enviarle un mensaje a Eduardo, señor de este blog. Nunca se sabe. Si contactan con nosotros tal vez nos permitan disfrutar de barra libre durante todo un año. O dos. 

Y para los tres.

Esperamos que te guste el relato.


LA ÚLTIMA CERVEZA

El premio era una cerveza.

Estaba custodiada por siete guardias armados hasta los dientes. 

Aquel era uno de los bares más antiguos de todo el trípode galáctico. Se ubicaba en la frontera, en el punto más lejano del universo conocido. A partir de esa zona de descanso todo era espacio profundo y planetas por descubrir. «Qué menos que tomarte una copa antes de salir allá fuera», pensó Rachel.

Los presentes al completo observaban la botella, que se mostraba en los distintos monitores repartidos por la zona pública y encima de la barra.

Una cerveza.

No era una A.K. DAMM, pero era una IPA Ireneandvictor’s artesana, que también había pasado a la posteridad como una de las mejores. Mantenida, además, a temperatura de consumo. 

La cerveza estaba dentro de un campo de éxtasis ―que conservaba cualquier objeto en un instante temporal, sin alteración― desde el momento en que se había embotellado. Un campo así solo se podía cerrar sobre un objeto una única vez y para abrirlo era imprescindible usar una clave; imposible una apertura por la fuerza. Por lo tanto, era de una certeza absoluta que esa cerveza tenía los seiscientos treinta y cinco años terrestres que indicaba, parpadeante, un contador, segundo a segundo, dentro del mismo campo.

Una cerveza que podía ser la última del universo explorado.

Rachel, como piloto veterana —y también por sus juergas—, conocía todos los tipos de bebidas estimulantes de los diferentes mundos habitados. «Ejem, una tiene el paladar selecto». Aunque se habían intentado replicar muchos de los componentes para lograr esa cerveza, no se había conseguido. Movió su esbelto cuerpo para acomodarse mejor en el taburete y se recogió el negro pelo con una cinta, dejando al descubierto su hermosa cara curtida. Ocupaba, como siempre, su sitio en la barra. Ese sitio estaba reservado a perpetuidad para ella, nadie tenía el valor de ocuparlo.

Hacía ya mucho tiempo que los habitantes evolucionados de este universo habían descubierto que no estaban solos. También, que un bar es un bar para cualquier especie, que tanto si tenías cuatro brazos, nueve piernas, o ventosas, a todos los seres medianamente inteligentes les gustaba pasar un buen rato rodeado de conocidos en un ambiente distendido y ameno. 

Y en aquel bar todos se conocían bastante bien.

Rachel estaba esperando que apareciese Egiostu. Era el más poderoso transportista de todo el trípode galáctico. De vez en cuando ofrecía y montaba competiciones, apuestas y premios.

Y el premio ahora era esa cerveza. 

Rachel observó el vidrio oscuro; la etiqueta artística, con información sobre su origen; la chapa de cierre dorada… «¿Qué sabor tendrá?». Si bien había probado diferentes bebidas similares, producidas por distintas especies, nunca había tenido la oportunidad de saborear una de la lejana Tierra.

El magnate apareció en el escenario. Innumerables brazos, tentáculos, zarcillos y todo tipo de extremidades se alzaron en son de bienvenida en medio de un griterío en más de cien lenguas. El ruido era ensordecedor.

Egiostu levantó uno de sus seis brazos principales y movió tres de sus ojos, de los muchos que tenía en una cara redonda y cubierta de escamas. Esa combinación de gestos significaba que requería silencio. Todos los presentes se callaron al momento.

—Estimados y despreciables colaboradores —dijo en galastre, un idioma mezcla de palabras de múltiples lenguas—, hoy voy a proponer una competición cuyo premio será esta valiosa cerveza.

Cientos de cabezas dirigieron sus ojos a los monitores, a excepción de quienes estaban cerca del escenario y la podían ver de cerca.

Unas luces iluminaron la botella. La chapa brilló aún más. Alguna expresión de placer se oyó entre los asistentes.

Los concursantes deberán dejar en depósito su nave —siseó Egiostu—. Corresponde al pago si pierden.

Esa cerveza tendría el valor de un planeta. Quien la obtuviese dejaría de preocuparse por ganarse la vida: obtendría la única oportunidad de replicarla, adquirir la formula exacta a través del contenido.Pero de lo contrario…

Después de este comentario no se escuchó ni un ruido, únicamente el sistema de aire acondicionado.

—Tenéis una hora para decidiros —dijo moviendo sus brazos inferiores—. Dejo la información monitorizada y en los puntos de acceso. Cuando lo tengáis claro, avisadme.

De un salto se introdujo en la parte trasera del enorme escenario. Tras un momentáneo silencio, la algarabía de cientos de voces inundó el bar de nuevo.

Rachel dio un largo trago a su copa de vino y reflexionó cerrando un momento los ojos.

La competición, en este caso, era cantar: figuraban todos y cada unos de los requisitos en los monitores; también los había descargado a su holotech de muñeca.  

Cualquier canción. Cualquier estilo. Cualquier composición.

Rachel estaba rumiando todas las posibilidades. Era la primera vez que Egiostu montaba una convocatoria de música. Habitualmente se requerían otro tipo de habilidades y ella no participaba. Valoraba mucho su nave como para arriesgarse a perderla.

Pero es que el premio es una cerveza, resonaba en su cabeza…

A los participantes se les permitía utilizar realidad virtual para la actuación. Rachel sabía que disponía de una gran voz de soprano; era amante de la ópera, una música muy valorada por multitud de especies. Estuvo barajando todas sus opciones, incluidas las económicas en caso de que perdiese la nave. El premio era muy muy tentador y por una casualidad la convocatoria le ofrecía la oportunidad de participar usando sus competencias musicales.

Se levantó del taburete de una manera tan brusca que asustó al barman, provocando que se le quedaran bloqueadas las branquias. Se acercó a la zona trasera del escenario, mostró su identificación y entró.

Allí estaba Egiostu, apoltronado en su sillón.

—Vaya vaya… —Sus dos bocas sonrieron—. La gran Rachel se digna a participar después de todo. Nunca lo habías hecho…

—Siempre hay una primera vez.

Empezaba a tener dudas.

—Deja los códigos de transferencia de tu nave. —Se oyó un sonido que significaba mostrar respeto—. Suerte —añadió el magnate.

Rachel salió con un nudo en el estómago a preparar la simulación. 

Se efectuó el sorteo: al final fueron doce los participantes y le había tocado salir en último lugar. Una vez que aparecieron todos los nombres, disponían de tres horas estándar para preparar las simulaciones y efectos especiales. Mientras se dedicaba a programar la música y escenarios, empezó a pensar que quizás no era bueno cantar en último lugar: pensaba que tal vez Egiostu estaría tan cansado que apenas le prestaría atención.

El tiempo pasó rápido y llegó el momento de las actuaciones. 

Por una de esas casualidades de la vida, cada participante era de una especie diferente. El nivel comenzó muy alto: allí se encontraban seres que cantaban con seis bocas; otros con nueve pulmones podían estar sin inhalar aire la mitad de la canción. Los efectos lumínicos de las simulaciones también estaban muy logrados.

Rachel miró de soslayo la botella de cerveza. El ansiado premio parecía estar muy muy lejos y le entró un sudor frío. Tan bloqueada estaba que no se dio cuenta de que la habían nombrado: era su turno. 

La última participación para intentar conseguir la que podía ser la última cerveza.

Subió al escenario y colocó en el suelo su simulador. Marcó la secuencia y lo puso en marcha. El escenario cambió de aspecto, ahora era el proscenio de un gran palacio de la ópera con una orquesta de ciento veinte músicos. Rachel estaba situada en el centro con un atuendo negro, ajustado. La escenografía era impresionante.

Empezó a sonar la música, que inundó por completo el bar. Incluso los despistados que estaban al fondo y se habían reído en todas las actuaciones callaron ante la potencia de los acordes y el inicio de todos los violines en una entrada apoteósica.

Comenzó Rachel de manera lenta y, luego, con una voz aguda que estremeció todos los objetos sólidos del bar, prosiguió sosteniendo los tonos de una manera que parecía que terminaría acabándosele el aire.

Si bien el tema era espectacular desde el inicio, mejoró aún más al ejecutar una sucesión de notas rápidas embellecidas con escalas; algunos de los presentes se cayeron de las sillas de tan embelesados que estaban.

Después de ese momento ornamentado, lanzó una nota tan aguda y prolongada que rompió el campo de éxtasis que protegía la cerveza.

Todos los presentes contuvieron la respiración, pasmados. 

Rachel dejó de cantar, por completo sorprendida. El simulador continuaba reproduciendo la ópera. 

La cerveza, sin su protección, estaba allí, a la vista de todo el mundo, en contacto con el mundo real después de cientos de años. Nadie en la historia del universo conocido había sido capaz de abrir un campo de éxtasis sin la correspondiente contraseña de acceso. 

Mucho menos romperlo.

Rachel apagó la música y se acercó a la botella. Todos la observaban en silencio, nadie movió ni un tentáculo. Estaba a la temperatura perfecta. La abrió, cogió una copa de la barra, se sirvió el líquido ambarino y espumoso, y bebió un largo trago.

Chasqueó la lengua.

—Esto es una maravilla —sentenció.


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