MICRORRELATOS

Esta foto no tiene nada que ver con la entrada, la he puesto solo para atraer tu atención.

Buenas. Tengo una serie de microrrelatos acumulados que no he publicado. Unos los escribí porque me vinieron a la mente, así porque sí; otros, que también me vieron, los escribí para una u otra competición (que, por supuesto, no gané). Me daba pena que sucumbieran al olvido. Así que vengo aquí a publicarlos.

Algunos te parecerán algo extraños, sencillamente se ajustan a las normas de la correspondiente competición.

Espero que te gusten.


LA NECESIDAD TIENE CARA DE PERRO

A Manuel, como llevaba gafas, en el colegio sus compañeros de clase le llamaban el Cuatro Ojos. Podían apodarlo así porque no era ni alto ni fuerte, sino más bien bajo y menudo, un escuerzo. También porque era introvertido y callado y no tenía amigos que lo defendieran. Ni hermanos. Manuel era hijo único. Y como sus padres trabajaban hasta tarde, era, además, un niño con llave, uno de esos críos que cuando llegan a su casa del colegio no tienen a nadie esperándolos. Así que todas las tardes Manuel se preparaba la merienda y hacía sus deberes solo, sin ayuda. Pero, pese a todo, no se sentía solo, porque tenía a Curro. Curro era un perro canijo, peludo y feo como un demonio, un mil leches, uno de esos chuchos que la gente abandona por sistema en cuanto dejan de ser cachorros y ya no son bonitos ni hacen gracia. Manuel lo había recogido de la calle una fría tarde de principios de otoño y lo cuidaba con el sentido de responsabilidad de un adulto. Cuando llegaba a casa del colegio, lo primero que hacía era sacarlo a la calle y darle un buen paseo, para que el animal pudiera hacer cosas de perros. Ya de vuelta a casa, lo cepillaba y jugaba con él a la pelota un rato, porque si bien Curro no era ya joven, tenía alma de cachorro y la pelota le parecía una tentación insuperable. Jugaban hasta quedar agotados. Después Manuel compartía con el chucho su merienda y sin pausa le acariciaba la suave y confortante pelambrera mientras hacía los deberes, también cuando ya los había terminado y esperaba a sus padres viendo la televisión. Pero el perro era un secreto. Así, cuando Manuel oía que se abría la puerta del garaje, lo subía corriendo a su habitación para esconderlo en el armario. Curro, como todo buen chucho callejero, era muy listo, y cuando sentía a los padres de Manuel en el piso, se quedaba quieto quieto y no hacía ningún ruido. Por la noche, cuando los padres de Manuel ya dormían, el perro salía de su escondite, se subía a la cama del niño y se echaba a su lado con la cabeza apoyada en la almohada. Entonces Manuel lo abrazaba fuerte y soñaba con él.

Al otoño siguiente, a Manuel por su cumpleaños sus padres le regalaron un perro de verdad, y él no volvió a necesitar a Curro nunca más.


DONDE HABITA LA ESPERANZA

Vendieron la idea de que no ocurriría. Pero ocurrió. El calentamiento global causado por la contaminación derivó en un cataclismo. Seguido de una guerra mundial por el control del agua potable. Seguida de un invierno nuclear. Toda forma de vida pluricelular sucumbió. El planeta quedó convertido en un desierto de arena, hielo y agua contaminada.

Antes del final dio tiempo a lanzar un centenar de naves espaciales. Portan hembras en hibernación y una amplia variedad de muestras seminales criopreservadas; lo básico para empezar de nuevo. Su destino es el único planeta habitable conocido. Está a varios años luz. Procedentes de dicho planeta se recibieron ondas radioeléctricas que indicaron que está habitado por una raza con un cierto desarrollo tecnológico. Una raza que, por lo tanto, se consideró civilizada y dotada de empatía. Entendería y sería hospitalaria.

La probabilidad de que la misión fracase es alta. Pero había que intentarlo. Ese mundo distante es la única esperanza que existe de perpetuar la especie. Es el tercero de un sistema de ocho planetas. Y está lleno de vida. Debido a su color, los astrónomos que lo estudiaban lo denominaron “Planeta Azul”.


VEINTE AÑOS

Era su aniversario de boda y tocaba sí o sí. Además, llevaban sin follar ya más de tres semanas, entre el trabajo y los hijos, entre el estrés y el cansancio, entre unas cosas y otras. Él se tomó antes una pildorita azul, porque sin esta ayuda farmacológica ya no funcionaba. Ella se untó bien de lubricante, para que no le doliera. Se acostaron con las luces apagadas. Se besaron sin sentir nada. Sus manos recorrieron con desgana, sin explorar, los consabidos relieves. Ella le dio paso pronto, para acabar cuanto antes. Él trató de durar, aun a sabiendas de que era inútil: ella nunca alcanzaba el orgasmo antes de que él terminara. Ella hizo lo que pudo por él y después apeló a su imaginación para llegar al éxtasis, pero no hubo manera: estaba demasiado cansada.

—No importa, está bien —musitó.

Se separaron sin besarse antes. Se recuperaron en silencio, cada uno diciéndose a sí mismo, sin mucha fe, que la vez siguiente sería mejor. Al punto se pusieron a pensar en otras cosas.

—¿Te acordaste de sacar la basura? —preguntó de repente ella.

Pero no obtuvo respuesta: él ya estaba durmiendo.


EL FIN DEL MUNDO

El mundo colapsó y se detuvo para siempre instantes después de que la última mariposa viva aleteara por última vez.


DESTINO
El joven alpinista perdió pie y una gran historia de amor como cualquier otra, dos casas (una en la ciudad y otra en la playa), tres hijos desagradecidos, cuatro infartos de miocardio, cinco coches (el último, un deportivo), seis “lo siento” sin sentirlo, siete canas al aire, ocho meses de divorcio litigioso, nueve años de soledad y diez lustros más de vida se rompieron en mil pedazos junto con un millón de sueños sin cumplir contra el fondo de un barranco.


SOLEDAD

Un nuevo día amaneció. Pero para él, desde que tenía memoria, eran todos iguales. De nuevo estaba allí, en medio de aquel monótono terreno que se extendía por todos lados hasta donde alcanzaba la vista, sin nadie que le hiciera compañía. De nuevo solo toda la jornada. Una vida así, como la suya, le parecía carente de sentido. A diario a los únicos que veía era a los pájaros. Venían a comer en bandadas por la mañana. Pero, temerosos, se posaban lejos de él y lo miraban aterrados. No eran pájaros agradables a la vista: grandes, negros y algo desproporcionados; además, de continuo hacían un ruido infernal. Pero eran mejor que nada. Por lo menos su presencia le entretenía, le ayudaba a pasar el tiempo. Había tratado de llamar su atención, sin éxito. Al contrario: sus intentos de comunicación los habían espantado y habían tardado en volver a posarse donde él pudiera verlos. Tras mucho cavilar concluyó que lo mejor que podía hacer para ganarse su confianza era moverse lo menos posible. Puso en el propósito todo su empeño: relajó las piernas, los brazos, la cabeza y el cuerpo, y se mantenía inmóvil tanto tiempo como podía. Poco a poco los pájaros fueron salvando la distancia que los separaba: cada día se posaban más cerca y al cabo de una semana ya se posaban a sus pies. Mantenerse estático no era fácil, pero el esfuerzo tenía su recompensa: con los animales cerca ya no se sentía tan solo y la vida le parecía más llevadera. Unos días más tarde, un valiente se atrevió incluso a posársele en el hombro. Entonces el dueño de la granja apareció y sin miramiento alguno lo sustituyó por otro espantapájaros.


CONTRARIEDAD

A medianoche la puerta de la casa se abrió lento, como si bostezara. En el umbral apareció una figura que, pese a la oscuridad, reconocí al momento: era mi esposa. Se me heló la sangre en las venas, porque hacía ya tres largos días que había acabado con su vida.


EL SENTIDO DE LA VIDA

Miró la placa a través del microscopio. Un cristal se estaba formando. Por experiencia supo que probablemente serviría para conseguir la estructura de la proteína. Por fin, tras veinte años de fallidos intentos, ahí estaba: un resultado positivo. Pensó en todo el esfuerzo y el tiempo que le había llevado conseguirlo. No solo a su equipo: laboratorios de todo el mundo competían por obtener aquella estructura. Había sido un largo y agotador proyecto de vida. Ahora, inesperadamente, tocaba a su fin.

Con cuidado tiró la placa a la basura y en el cuaderno de trabajo anotó “Experimento fallido”.


REGALO INESPERADO

Después de treinta años de matrimonio, por vez primera su mujer no le regaló la consabida corbata por el aniversario de bodas. La puñalada le dolió; además, fue a traición, en la espalda. Con todo, no pudo evitar sonreír: había por fin un cambio en su rutinaria vida.


LAS CARGA EL HOMBRE

Como era un adolescente, no lo pensó mucho. Tan solo se le ocurrió que presentarse en la fiesta con la automática de su padre atraería la mirada de todos, incluso la de ella. Esto era lo único que quería: ganar la atención de ella. No era tonto: por supuesto que vació por completo el cargador para evitar cualquier accidente. Y allá que fue, pistolita en mano. Como esperaba, cautivó por completo con el juguete, en especial cuando, apuntando a los presentes con él, fingió que disparaba. ¡Pum, pum! ¡Estás muerto! ¡Estás muerto! Todos le reían la gracia. Pero cuando se le acercó ella, cuando por fin logró su atención, hizo la gracia completa: con cuidado apuntó a su cabeza y apretó el gatillo. En ese instante, que nunca jamás olvidaría, se dio cuenta de que se le había pasado quitar la bala de la recámara.


EL FIN DE LA ESPERA

Le habían notificado que su hija llegaría ese día y estaba nerviosa: hacía ya casi cuarenta años que no la veía. Se preguntó si habría cambiado mucho, acaso demasiado, pero después se dijo que era carne de su carne y que nada ni nadie podría haber alterado este hecho hasta el punto de hacerla irreconocible para ella. Aún sería su niña. Se moría de ganas de saber de su vida, y también de la de sus hijos, de los que no había tenido noticia alguna hasta la fecha, afortunadamente. Se moría de ganas de abrazarla, sobre todo de abrazarla. La larga espera había por fin terminado. Con todo, no podía evitar tener sentimientos encontrados: estaba contenta de reencontrarse con su hija, sí, pero sentía en el alma que su vida hubiera acabado allí abajo, en la tierra. Esperaba que al menos la transición, la muerte, le hubiera sido leve.

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