Dos genialidades y una tontería sobre Harry Quebert

Este libro se convirtió en un súper ventas en su día, y tienes un montón de reseñas en Internet… Aunque es complicado encontrar una reseña interesante, porque se ha hecho una serie, y la televisión fagocita a la literatura que da gusto.

Y mira, para que veas si tiene éxito, en Amazon puedes comprar ediciones en papel desde 10,40€ y en formato digital desde… 9,49€. Ejem. Viva y Bravo. Luego que si se venden pocos libros en digital. En fin, vamos al lío.

La frase de la portada es una idiotez. No hagas caso, el libro está bien escrito.

Hablando mal y pronto, el libro cuenta las investigaciones que realiza el protagonista para exculpar a un amigo suyo, acusado de un asesinato ocurrido hace más de treinta años. Contiene intriga bien llevada, mucha subtrama y muchos personajes bien descritos. Te lo recomiendo, es un libro estupendo y pasarás un buen rato.

Ahora vamos con sus dos genialidades y su tontería.

GENIALIDAD 1

Durante la narración se critican las tácticas de algunas editoriales para vender libros. Por ejemplo, un editor sin escrúpulos le pide a un escritor que introduzca en su obra un par de escenas subidas de tono, aunque las camufle de algún modo (porque la protagonista es una menor), pero que debe escribirlas porque eso gusta y suben las ventas.
Y, ¿qué nos encontramos en el libro La verdad sobre el caso Harry Quebert? Un par de escenas de sexo protagonizadas por una menor, consentido en un caso y forzado en el otro, para darle más impacto al asunto. El autor no cae en el tópico, el gancho del sexo, que critica en esta misma obra, sino que es un acto premeditado, estudiado y sincronizado a la perfección, porque la crítica en el libro se expone más o menos al tiempo que las escenas de sexo. Jöel Dicker nos advierte de un recurso inapropiado y acto seguido lo utiliza él mismo, de forma disimulada e integrada en la trama.

GENIALIDAD 2

El autor te mantiene tan atrapado en la historia que te olvidas de pensar en los detalles que podrías resolver algunos de los misterios. No da toda la información, pero mantiene al lector convencido de que sí lo ha hecho. Deja caer una pista, introduce una conversación hilarante del protagonista con su madre y, con ese recurso tan tonto, el lector de pronto se ha olvidado de lo anterior. Además, la construcción de la trama es brillante y cumple paso a paso con los “consejos para escribir un buen libro” que se ofrecen en forma de conversación a lo largo de la obra, y ver estos consejos implementados en la misma es divertido.

Y AHORA, UNA TONTERÍA

El título del libro me parece incorrecto.

Harry es un tipo acusado de un asesinato y el misterio gira en torno al mismo, pero el nombre de la portada es el de un tipo que se enamoró de la víctima. Porque, al fin y al cabo, ella es sólo el gancho, el “personaje zanahoria”. Nola es una víctima en todos los sentidos posibles, durante toda su vida y no sólo por haber sido asesinada. Pero en el título no se habla de Nola, sino de Harry.

De acuerdo, lo admito, el interés del libro no está en descubrir al asesino de Nola, sino en desentrañar todo lo que rodea a los dos protagonistas. Por eso el nombre de uno de ellos da título al libro, y no porque los personajes femeninos del libro no tengan ninguna relevancia.

Recapitulemos. Tenemos a una madre graciosa (como madre, no como graciosa), una madre loca peligrosa, una niña enamorada, una jovencita enamorada (que se transforma en mujer florero), una ancianita encantadora y… nada más. De profesiones no hablamos, porque la que no es madre es camarera, secretaria, o actriz.

-¡Mientes! ¡Una de las mujeres es propietaria de una cafetería y otra de una tienda!

Cierto, he olvidado ese detalle. Las pondré a la misma altura que el resto de personajes: escritores, millonarios, policías, médicos, editores y psiquiatras. Ya está, arreglado. Sin duda, el autor se ha limitado a reflejar la realidad de las diferentes épocas en las que se desarrolla la acción. No es él, es la sociedad.

Lo que ocurre es que, desde que escribí un relato en el que hablaba de médicos y enfermeras de forma automática, me sentí un poco idiota y procuro fijarme en esas cosas. Porque si en la portada del libro se cita que “los escritores quieren cambiar el mundo”, y sin embargo seguimos escribiendo sobre jovencitas asesinadas y hombres que solucionan problemas, apaga y vámonos.

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