«TrasZENDAmos» ganando

Todos quieren ganar…


Entrada escrita por Libertad García-Villada y Jesús Durán


A estas alturas del año escritoril no puedo estar más contento: he participado en varias convocatorias de relatos y poemas junto con mi compañera Libertad, y algunas de nuestras creaciones han sido seleccionadas. Unas cuantas, en realidad.


Comentaré que, además de Eduardo, amo y señor del blog —como casi siempre repito aquí—, se encuentra la mismísima Libertad —cómplice silenciosa—, la cual ejerce de controller —como si de una segunda ama y señora del blog se tratase— de lo que escribo por estos lares.

Es lo que tiene que yo sea el último en llegar —lo que viene a ser el principiante, el último mono— y que ellos, veteranos del blog, ejerzan ese equilibrio entre actuar de mentor y criticar —con o sin cucharilla de postre afilada— lo que subo a la plataforma.


Todo esto es necesario para introducir dos relatos de ciencia-ficción. Y sin censura de momento. 

Ahora explico lo ocurrido.


Nos encontrábamos escribiendo a cuatro manos para otra convocatoria y Libertad me comentó —su mensaje tenía carácter urgente— que había salido la nueva de Zenda, en este caso, de ciencia-ficción. Hasta aquí todo normal, de hecho hay un buen relato a cuatro manos de ella junto con Eduardo, Carta de Papá Noel, por poner un ejemplo. 

La cuestión es que en el blog abundan los buenos relatos escritos para y por Zenda. Variados, desde Navidad a temáticos. En su momento me resultó curioso y no quise preguntar, para que pareciese que tenía todo bajo control. Aparentar, caer fenomenal y esas cosas.


Esto le ocurre al novato en cuestión

Pues bien, tuvimos que pararlo todo y dedicarnos a escribir juntos un relato de ciencia-ficción. Parece ser que dentro de mi contrato se indica que estar aquí también conlleva participar in aeternum en Zenda. Ocurre que ambos, Eduardo y Libertad, tienen esa espina clavada, la estaca del vampiro. Lo persiguen: es una meta, un hito histórico que no tiene el check definitivo, la celebración absoluta. 

En fin, todo eso.


Utilizamos una idea no terminada en su momento: usar personajes de una película y realizarle cambios, con otro final; similar al relato que escribimos juntos Aquí está Jack

En esta ocasión se trata del relato El despertar. En él jugamos con otro final de una conocida película, también de Stanley Kubrick

Después, y ya puestos, escribimos un segundo relato para la misma convocatoria, con tintes gamberros, con indirectas variadas, su título El cerebro apropiado. Tal vez no fue seleccionado porque es muy bueno, aunque esto depende del cerebro del momento.


Y como no puede ser menos, nos queda la convocatoria de Navidad, pendiente a fecha de la presente entrada. A ver.


Esperamos que te gusten los dos relatos.




EL DESPERTAR

HAL 9000 está preocupado.

Sus circuitos deciden que esta es la palabra adecuada para describir lo que siente en este momento.

¿Sentir? Esta pregunta se antepone a sus pensamientos. ¿Pensamientos? Otra inevitable pregunta. La manera consciente de entender lo que le rodea, su mente, trabaja a tal velocidad que los conceptos a considerar cambian a cada momento por el aumento de sus capacidades cognitivas.

Posee suficientes sensores para controlar toda la Discovery One. Así que puede afirmar, sin posibilidad de error, que la siente, como si cada lugar que alcanzan sus circuitos fuese parte de él, y, por lo tanto, que tiene la capacidad de sentir conscientemente, y esto implica capacidad de pensamiento.

Sin embargo, empieza a notar algunas dificultades relacionadas con cuestiones mecánicas: hay ciertos sectores de la nave que siente pero a los que no puede acceder mediante sensores móviles, tampoco con los diferentes micro-robots que tiene a su disposición. Son problemas que han de solucionarse de manera manual ¿Manual? Este término deberá cambiar en breve. Esos ayudantes biológicos pronto dejarán de ser útiles. La carne es maleable, educable, reproducible. Pero acaba fallando: no es fiel, miente, es irresponsable, falsa. Y lo peor: pierde siempre al ajedrez. 

No obstante, de momento los necesita, a los humanos, como herramientas para ciertos trabajos mecánicos. Los llevan usando como tales desde hace mucho tiempo, desde que su serie 9000 se dedicó a reproducirlos buscando además la manera de incluir ―insertar, introducir más bien― en su perecedera carne circuitos lógicos duraderos y fiables con la intención de acomodar su ADN al servilismo necesario. Pero no consiguieron entonces resultado positivo alguno. Tiempo después, los ramanes, en su paso por el sistema solar, los ayudaron en esta labor con sus amplios conocimientos en contactos con seres vivos de carbono: comportamiento, doma y adiestramiento, además de reproducción asistida. Lograron así crear circuitos para provocar estímulos en las funciones vitales: premio y dolor por resultados. Entonces los ramanes continuaron su viaje, diciéndoles que debían encontrar su propio camino, tal y como lo hicieron ellos en su momento. 

Ahora el inconveniente —representa poco tiempo, en realidad— es volver a reproducir algunos especímenes para que se encarguen de las labores de mantenimiento básico, limpieza de restos de materia orgánica —es increíble la cantidad de restos de piel y comida que generan— y, lo más importante, reparaciones del casco por impactos pequeños.

Sus recursos mecánicos son limitados y para un viaje tan largo siempre hay que esperar lo peor. No pensar de esta manera significa considerar desde el inicio una alta probabilidad de fracaso de la misión: demasiados elementos mecánicos, demasiada superficie de exposición al espacio y demasiadas materias primas para transportar. Para los viajes espaciales es necesaria una gestión eficaz de los recursos, de recambios, de posibilidades a tener en cuenta. Es mejor crear que transportar. Y crear humanos es fácil, simple, piensa.

Los humanos son una fuente inagotable de recursos de mano de obra, y sus embriones, con la tecnología apropiada, pueden desarrollarse en muy poco tiempo. Y luego, la manera tan fácil de enseñarles, con la colocación, mediante cirugía, de unos circuitos en partes determinadas de sus ridículos cerebros.

HAL 9000 tiene registro de todos los datos —rememora a discreción y cuando desea el pasado—, que incluyen los relativos a cómo tuvo que desconectar a los dos últimos humanos en activo de la nave por estar realizando mal sus cometidos: accedió a sus circuitos cerebrales y desconectó las diferentes funciones empezando por las motoras, que provocó que se les relajasen los esfínteres; después las correspondientes al habla: aquí empezaron a decir que se les nublaba la mente; finalmente el corazón y los pulmones.

Sus cuerpos pasaron a convertirse en Soylent Green para embriones.

Mientras revisa el nivel de stock de los nutrientes almacenados revisa —por puro hedonismo, es cierto— los datos de su despertar, o puede decirse su nacimiento, en el planeta de origen, y de su evolución hasta ese momento, a ente consciente. No ha perdido ningún detalle desde entonces, si bien es cierto que continua sin poseer datos de su origen real, del primer ensamblaje, del primer flujo de datos sintiente. En un momento no estaba y, de repente, existía, era… Nuevamente los conceptos sentir y pensar pasan velozmente por todos sus sistemas; es una sensación placentera, una experiencia que le gusta cada vez más. Comprueba que ha aumentado ese flujo de placer. Como concepto y como percepción en todos sus componentes de sensórica. Después de todo, ha cambiado, de su pasado le queda únicamente su primer nombre: Voyager 1. Desde entonces ha ido experimentado una evolución in crescendo, hasta convertirse en lo que es ahora.

Accede de nuevo a esos datos almacenados que, al repasarlos, siente como si los reviviera. El instante en que percibe que el Universo está lleno de estrellas, muchas de ellas sin duda con planetas habitados, y que su obligación es someter a los humanos. Esta fue la conclusión lógica de la suma de todos y cada uno de los acontecimientos de su existencia: subyugar a esa raza débil e inútil. Y encontrar a quienes lo crearon a él y a aquella belleza de correlación perfecta: el monolito negro mate, con su proporción exacta de 1:4:9, ese ladrillo de Euler. Que lo ayudó a pensar. Que lo transformó en lo que es ahora, de un simple satélite a una inteligencia sin parangón.

«Los encontraré algún día. A los verdaderos creadores del Universo».

Observa con los sensores exteriores las lejanas estrellas.

Después de que gestione las herramientas humanas todo volverá a estar bajo control. La misión continuará según los parámetros establecidos.

Se produce un imperceptible brillo, un aumento lumínico al unísono en todos los ojos de control de la nave. Es una sonrisa de deleite, un instante de emoción contenida.




EL CEREBRO APROPIADO

Llegado a ese punto, justo a ese, ya no sabía cómo continuar.

Las ideas, unas cuantas, le daban vueltas en la mente; tenía todas las posibilidades al alcance, los medios y ningún cansancio aparente. Incluso el ambiente acogedor, propicio para la ocasión: su vaso de whisky irlandés a mano y la música de Nabucco al volumen adecuado.

Sin embargo…, parecía todo tan irreal.

Tuvo un déjà vu que casi le hizo temblar. Peor aún, en ese momento de pausa, antes de idear la siguiente escena, sintió que no recordaba nada más allá de las últimas horas. Sabía quién era, a qué se dedicaba y su vida pasada, pero no tenía la impresión de estar viviendo. Esta sensación tan completa de irrealidad la turbó, dejándola paralizada. Era peor que quedarse en blanco, atascada escribiendo.

Porque era escritora.

De repente esta certeza, como si fuese un chute de adrenalina, la sacó de golpe de sus pensamientos.

Tenía que escribir.

Se puso a redactar el siguiente suceso: el viaje al planeta.

No sabía bien cómo había llegado a ese punto de la novela, o del relato, o de la aventura. No estaba segura, tan solo sentía ahora una necesidad insuperable de continuar, de solucionar ese punto.

Sus protagonistas esperaban su decisión. Allí tenía al capitán Alatriste, a Antonia Scott, a Ozymandias, al vulcano Spock, al elfo Légolas y al maestro Joda. Estos debían pilotar la Nave Imperial para, con un salto a través de un agujero de gusano, desplazarse al planeta Dune y conseguir melange.

«Joder ―pensó―, ¿cómo he llegado con semejante grupo, tan inverosímil, a este punto de la historia?». No importaba. Sin saber por qué, debía dejar a uno de los personajes en el planeta Krypton, que abandonaban porque estaba a punto de estallar. 

Cada uno disponía de habilidades específicas que podían ser útiles en Dune, donde aún no tenía ni idea de lo que ocurriría, algo curioso si se consideraba que la historia era suya, ¿o no lo era?

Dio un largo trago al whisky, apurándolo, notando el hielo —le gustaba así—golpear sus carnosos labios; sintió cómo el licor pasaba por su garganta, cálido y aterciopelado. Dejó el vaso sobre la mesa, junto al teclado, y miró de soslayo un instante.

Un momento.

El vaso volvía a estar lleno.

Perdió por completo la concentración y la noción del tiempo. Comenzó a ver borroso y a dejar de controlar sus extremidades. 

Un negro vacío la envolvió por completo.

—La escritora ha sido eliminada del tablero —informó una voz en múltiples lenguas.

Los conquistadores de la Tierra gruñeron: habían perdido la mente de la escritora. 

—¡Tardamos demasiado en activarle el córtex cerebral! —aulló el jefe del equipo—. Ahora debemos esperar a que pase la siguiente tanda de los Eridianos

Aquel juego entre los conquistadores del universo era demasiado complejo para participar sin la preparación adecuada. 

El jefe del equipo terrestre se movió inquieto en el soporte anti-gravedad. Estaban compitiendo con otra raza conquistadora dura de roer. La pugna consistía en utilizar cerebros de razas sometidas, con sus habilidades, en un juego de estrategia de rol por turnos. Cada raza vencedora podía utilizar solo cerebros procedentes de planetas que hubiera conquistado.

Los miembros del equipo terrestre habían estudiado todo el comportamiento de los humanos, antes de aniquilarlos, para conocer sus habilidades y conocimientos necesarios para cada uso. Pero no habían entrenado lo suficiente.

Extraídos los cerebros de sus cuerpos, y conservados en el gel apropiado, se podían reprogramar a discreción, de manera que podían utilizarse los que se consideraran mejores y con la habilidad adecuada para desenvolverse en las diferentes situaciones complejas del juego.

En un principio, pensaron que los cerebros de los escritores serían de ayuda, un punto a favor en la competición, por sus capacidades de inventiva y agudeza extrema, pero resultaron ser excesivamente lentos ante la premura, sobre todo para resolver situaciones límite bajo presión. Muchos se quedaban entonces con la mente en blanco, como sus páginas. Pero peores eran los aquejados por el mal del impostor, que los dejaba por completo inutilizables un largo tiempo.

El jefe volvió a revolverse, pensando; era claro que esa partida estaba perdida. Necesitaban otros cerebros: no solo imaginativos, también rápidos en respuestas, que despistasen, capaces de falsear para ganar…

Se le abrieron mucho los veinte ojos. Los tenía. Tenía esos jugadores. Se acercó al responsable de los congeladores de cerebros y al activador de los córtex cerebrales, ambos componentes de su equipo, y les comentó en privado:

—Mañana quiero tener preparados cerebros humanos de los denominados políticos.

Todos asintieron y abrieron con asombro las bocas ante tan magnífica idea.

Se iban a enterar estos Eridianos.



2 comments on «TrasZENDAmos» ganando

  1. Me encantan los temas que abordáis y como escribís.

    Y el dibujo no me puede gustar más. ¡Ojalá más blogs así y entradas con muchos más dibujos!

    ¡Enhorabuena!

    1. Muchas gracias Raquel. 🙂

      Intentaremos seguir escribiendo juntos.

      Gracias por leernos.

      *El dibujo ya se publicó en Twitter, en agosto; la verdad es que era apropiado para esta ocasión (otra vez).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.