Entrada y microrrelatos escritos por Libertad García-Villada y Jesús Durán.
Comenzamos este mes de septiembre con tres microrrelatos, cada uno perteneciente a un género diferente: ciencia ficción, fantasía y terror.
Estos textos se enviaron al I Certamen de relato corto, microrrelato y poema organizado por Cuentos del bosque oscuro, un podcast de gran calidad que lleva en solitario J.C. y que os recomendamos encarecidamente.
En cada género se permitía participar con las tres modalidades: un relato, un microrrelato y un poema.
En esta ocasión, el jurado se inclinó más por un poema que también enviamos. Dado el altísimo nivel de participación y la calidad de las obras presentadas, era difícil destacar como ganador o finalista.
Estamos contentos con la selección y aprovechamos para usar el anuncio de ganadores de poema (ciencia ficción) como imagen de la portada.
Nuestro poema será publicado en formato de audio en el podcast, lo cual nos entusiasma.
Ya tuvimos la suerte de que Cuentos del bosque oscuro publicara nuestro relato El desenlace en su programa, a principios de este año. Una experiencia enriquecedora.
Aquí tenéis los microrrelatos.
Esperamos que te gusten.
AHORA
Miró de soslayo cómo seguía segando la hilera de trigo.
Su hijo.
Sonrió orgulloso porque no podía seguir su ritmo. Su energía no era ya comparable a la de él en ese momento, tampoco su cuerpo. Hoy se notaba más viejo. Viejo.
Esa era la palabra.
Hasta hacía unos instantes se sentía vital y ahora, de golpe, con una energía de cuerpo consumido, que parecía haber estado oculta detrás de su propósito de lucha y voluntad de cada día. Quizá estuviera equivocado, tan solo debilitado en su arrojo, el necesario para mantener esa cosecha adelante y no ser un lastre.
Miró de soslayo a su padre mientras segaba la hilera de trigo.
Le pareció que sonreía y que al instante siguiente le cambiaba el semblante, como si algo le hubiese enturbiado de repente el pensamiento. Había aprendido todo de él. Recientemente le comentó que poco podía ya enseñarle. Él le respondió que siempre era momento de aprender, de respetar las ideas y actuar desde el cariño.
Siguió con la vista fija en la hilera.
Tal vez era esto lo que preocupaba a su padre en aquellos momentos. O tal vez el incesante recuerdo de la guerra mundial que acabó con media humanidad y con la energía, tras lo cual los supervivientes tuvieron que retornar al cultivo tradicional de la tierra para sobrevivir.
De aquellas historias que le había contado su padre y que a él le contó el suyo, hace ya muchos años.
NOSTALGIA
El verano ya se percibía en el ambiente: el inconfundible aroma a yerba fresca y a hojas calentadas por el sol.
Pronto llegaría.
Se sintió contenta. Su querido hijo vendría entonces a visitarla. Y le traería a sus nietos. Ya no se encontraría sola: durante tres semanas estaría acompañada por los niños. Su corazón rebosó de alegría; reparó en ese agradable calor que provoca el regocijo.
Tenía diversos y variados planes: los llevaría al cine, a la piscina, al parque; les compraría helados y chucherías; jugaría con ellos incontables horas; les cocinaría todos sus platos favoritos; verían juntos los programas de dibujos; cantarían canciones; les contaría cuentos al anochecer. Sus risas llenarían la casa. Se los comería a besos a cada momento. Tomaría infinidad de fotos que contemplaría una y otra vez durante las eternas tardes del invierno…
Entonces recordó algo que a veces aún se le olvidaba: que había muerto a principios de primavera y que, junto con la vida, lo había perdido todo.
SIN SUEÑO
Cuando despertó, su cuerpo todavía estaba allí.
Dentro del ataúd, aprisionado en el acolchado, con un traje que le apretaba; seguro que era el de la boda, de un tiempo en que aún estaba en forma.
«Voy a morir».
Se desmayó.
Y volvió a despertar.
Bullía.
Una fauna cadavérica devoraba su carne. Notaba la comezón, por dentro y por fuera de sí. Podía oír el ruido y sentir el calor, incluso cómo emanaban los gases de su organismo.
Un nuevo desmayo.
Y un nuevo despertar. Y su cuerpo…, bueno, esto era discutible.
No había carne. Tan solo huesos dentro de un traje ajado y vetusto. Oyó el tintineo de las falanges al mover las manos.
«Joder».
Y no se desmayó.
Siguió despierto.
Decidió salir, escapar. No fue tan difícil como pensaba. Tenía fuerza para ser un esqueleto. Y la tapa y la tierra no representaron ninguna dificultad.
«Joder».
Era de día cuando renació. Se ocultó en un panteón abierto. No sabía qué hacer. Con gestos adquiridos, la costumbre, se tocó el cráneo hasta que un dedo se le introdujo sin querer por un agujero de bala en su hueso occipital.
Recordó a su amante con el arma.
«Joder».