EL RESULTADO



Entrada y relato escritos a cuatro manos por Libertad García-Villada y Jesús Durán.


El relato que os ofrecemos en esa ocasión trata sobre superhéroes. Sí, era para una convocatoria.

Lo escribimos con buen rollo, muchas risas, y un toque (bastante grande) de humor. Tal vez ese humor fue lo que llevó a que lo descartasen. Quizás el jurado tenía la piel muy fina; o que no les sedujo y ya está.


Creemos que es muy divertido y tiene un tono gamberro. Eso sí, necesitas estar un poco al tanto de este mundo de seres (variados) con poderes.


Lo entenderás al final.


Esperamos que te guste.



EL RESULTADO


El doctor abrió la puerta de su despacho y se encontró con que la estancia estaba atestada de gente.

Parecía el camarote de los hermanos Marx. Pero con un cierto toque circense. Y sin huevos duros.

Se sorprendió aún más al ver rotas las dos sillas frente al escritorio. Destrozadas más bien, hechas migas. Y allí, entre ambas, su paciente esperaba de pie; se lo veía muy muy agitado. Cuando el doctor posó la mirada en él y luego sobre las sillas, respondió:

—Con los nervios apreté mucho las nalgas y las rompí. Sin querer. Primero una y luego la otra. Lo siento, me embarga la impaciencia, me encuentro ansioso en grado sumo.

El doctor asintió, algo ausente, indeciso sobre si tomar asiento en su silla o permanecer de pie también. Se sentía incómodo: el rostro de las decenas de presentes vuelto hacia su persona. Demasiados ojos clavados en él. Demasiada atención. Le sobraba el público. Decidió que lo primero era despejar la estancia, sacarlos a todos: seguiría el protocolo estándar, es decir, uno podría quedarse, los demás tendrían que largarse.

Se dirigió al paciente:

—Puedo comunicarle el resultado a usted a solas o con un acompañante. Las normas del hospital determinan que…

El hombre lo interrumpió:

—¡Todos los presentes son compañeros, hermanos y luchadores que han compartido conmigo horas aciagas, batallas, viajes y toda clase de aventuras! —Los miró despacio, asintiendo, uno por uno, y aún más alto añadió—: ¡Son mi familia!

La familia respondió con palabras de ánimo y de aceptación de la arenga y los cumplidos. Y la situación se descontroló, se fue de madre: comenzaron a gritar, a darse palmadas y a abrazarse, ahítos de júbilo y renovada energía. «Joder, que esto es un hospital, no una sala de fiestas», pensó el galeno contemplando con paciencia la escena. Entre las voces y el ruido de metal de las armaduras y armas chocando, aquello parecía una celebración medieval.

Alcanzó el doctor el otro lado del escritorio y se sentó, por fin, dejando sus gafas con un gesto cansado sobre la amplia mesa. Cruzó entonces los brazos y esperó a que cesase el griterío.

Pasaron varios minutos.

Después otros tantos.

Entró una enfermera alarmada por el bullicio y el médico alzó las manos al cielo. Al notar este gesto de desamparo, los presentes poco a poco se fueron calmando.

Se instaló un silencio sepulcral.

El paciente, viendo que el doctor no soltaba palabra y sospechando que esperaba que se cumpliese su petición, puso cara de circunstancias y les pidió a los suyos que se marchasen. Estos fueron desfilando hasta que quedó una única persona en el despacho junto con el paciente y el médico.

—Puedo pedir otras dos sillas, si lo prefieren —dijo este último mirando de soslayo los asientos rotos.

—No es necesario.

El doctor observó con interés a la mujer. Una joven de cabello rubio y mirada especial, llena de determinación. Atractiva. Creía conocerla de algo. 

—Bien, procedo a darle los resultados —dijo dirigiéndose a su paciente.

Tecleó un momento en su ordenador y se aclaró incómodo la garganta antes de soltar:

—Realizados cuatro espermiogramas, dos pruebas hormonales, cinco FISH y dos cariotipos…, ejem, podemos confirmar, que, sin ninguna duda, usted no es fértil y, por lo tanto, no tiene capacidad reproductiva. —Apartó entonces la vista de la pantalla, expectante.

La mujer puso una cara de preocupación, de extrema preocupación. El hombre parecía muy indignado, tanto que el doctor temió por un momento que soltase algún rayo de esos.

—¡No puede ser! ¡Soy Thor! ¡El Dios del Trueno!

—Ya, pero eso no tiene nada que ver con su capacidad…

—¿Por qué? ¿A qué es debido? ¿Está provocado por el maleficio de algún archienemigo? ¿Cómo me presento yo ahora en Asgard de esta guisa? ¿Y al pueblo? ¿Eh?

—Esta información es confidencial, secreta por la relación entre médico y paciente.

—¿Por qué, doctor? ¿POR QUÉ? ¿Por qué no puedo ser padre?

El doctor ponderó que era el momento de darle la respuesta. Habían recabado todos los resultados y parecían ser concluyentes.

—Tras revisar su árbol genealógico, ADN, anatomía, alimentación, estilo de vida…, en definitiva, todos los posibles factores determinantes, hay una razón que consideramos certera.

—¿Y bien?

El doctor se levantó para no decir la respuesta sentado. Por si tenía que salir corriendo.

—Las mallas de licra especial son las causantes de su infertilidad.

Thor abrió la boca, como si fuese a hablar, pero no articuló palabra. La sala, no obstante, retumbó: del aturdimiento se le había caído el martillo, que rompió varias baldosas al chocar contra el suelo.

Se asomó a la puerta otra enfermera, alarmada por el ruido, y el médico alzó la vista al cielo.

Thor agitaba la cabeza.

—¿Qué me está diciendo, doctor?

—Que esas mallas ajustadas han provocado que deje de producir espermatozoides válidos: el motivo de su astenozoospermia.

—Es una broma. Estoy en Cámara oculta —replicó Thor buscando con la vista por los rincones del despacho.

—No no, para nada. Entiéndalo: la velocidad, la fricción, el tiempo de uso, los materiales plásticos, la presión…ehhh, en definitiva, no es un medio adecuado para, digamos, mantener una temperatura adecuada en sus…

Thor se sentó en el suelo. Parecía mareado.

El doctor se mantuvo a distancia, por si acaso, aunque preguntó:

—¿Se encuentra bien?

Thor seguía agitando la cabeza.

—No no no. No puede ser. No PUEDE ser.

—No se acaba el mundo. Hay opciones. Los espermatozoides se pueden utilizar para una fecundación in vitro. Cierto que el éxito dependerá de muchos factores y no es lo mismo, pero la paternidad no debería ser imposible.

—No lo entiende doctor: mi carrera política está acabada.

El doctor, efectivamente, no entendía nada. ¿Carrera política?, se dijo y puso cara de póker. La mujer, se fijó, estaba de repente blanca como la nieve. Algo pasaba.

—Lo siento, pero no estoy al día de política, ni de políticos, ni de superhéroes. No sé lo que quiere decir ni qué tiene que ver su infertilidad con la política.

Sin moverse del suelo, Thor comenzó a narrar:

—Verá, doctor, lo medité después del jaleo de Las Gemas del Infinito. Con la batalla final y la muerte de Thanos, recuperamos la mitad de la población del Universo. Luego, y viendo que el mundo estaba lleno de conflictos, reflexioné y decidí presentarme a presidente de la nación. Parecía una gran idea: un líder fuerte, como yo, llevando las riendas del país, y tal vez, después, del mundo. Mi popularidad en ese momento era un trampolín magnífico. Así fue. Ya sabe, la campaña que hicimos con el lema: «Con su martillo reluciente, Thor será presidente». Arrasamos en la primera vuelta. Rompimos las estadísticas. En ese tiempo Carol Danvers y yo nos casamos.

El doctor miró de nuevo a la mujer, que seguía con semblante pálido. No llevaba el traje de superheroína y esto le había despistado. Ahora comprendía por qué le resultaba familiar: «Carol Danvers, la Capitana Marvel, nada menos».

—Durante la campaña electoral, Carol y Rocky se encargaron de todas las gestiones: la estrategia de comunicación, el…

—¿Rocky? —preguntó el doctor.

—Es un apodo amistoso. Lo llamamos así. Su nombre verdadero es Rocket Raccoon —continuó Thor al ver la cara de desconcierto del doctor—, pertenece al grupo de los Guardianes de la Galaxia. 

El doctor seguía con cara de desconocer quién era. Alzó los hombros.

—No me suena.

—Es al que llaman el Mapache, joder.

—¡Ah claro! —exclamó el doctor— Ahora. Perdone que no lo conociese, pero es que estoy muy alejado de todas estas mierd…, cosas.

Thor no pareció darle importancia al comentario y prosiguió:

—La cuestión es que, pasa siempre y se conoce, en una carrera política la competencia trata de sacar los trapos sucios. Mentiras si no tiene nada. ¿Qué podían encontrar los contrincantes en mi vida cuando siempre he sido un habitante de Asgard y un superhéroe? ¿Eh? —Se puso en pie de un salto. — Pues decidieron declarar que Rocket y la Capitana Marvel eran amantes. —Suspiró— Estas pruebas de fertilidad eran la primera parte de nuestra respuesta política, para acallar las voces.

—Sigo sin entender qué tiene que ver todo esto con su infertilidad o demostrar que no son amantes —comentó el doctor.

Thor no dijo nada, pero clavo en su pareja una mirada acusadora. La Capitana Marvel suspiró y con voz trémula declaró:

—Es que estoy de dos meses, doctor.

El médico suspiró también, meneando la cabeza, y murmuró: «En fin, donde hay pelo, hay alegría».






Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.