CUENTOS DE LA MAR

Cuando la sal se seca en la piel



Saludos cordiales.

Venimos hoy mi compañera Libertad y un servidor a presentaros una reseña escrita a cuatro manos. 


¿A cuatro manos? Pues sí, ya ves. Contamos con más de un año de colaboración en textos de diversos géneros y nos planteamos que ¿por qué no reseñas también? En realidad solemos comentar nuestras lecturas recientes y las que no lo son tanto. Decidir ponerlas en común y por escrito ha sido un sencillo y quizá lógico paso. Aquí vamos. Y con el permiso del amo y señor del blog, Eduardo.


Comenzamos con Cuentos de la mar, de Lorena Escobar, el último libro publicado por esta autora que con el subtítulo «Proyecto mínimo» salió a la luz el pasado mes de abril.


Lorena Escobar es una escritora muy activa en RRSS, Twitter sobre todo. También colabora en: Forjadores de Relatos y en otros apartados del completísimo blog Dentro del Monolito; en Territorio Extrañer (podcast), y es el 50 % de Ruta 62 (programa literario). Además, ha participado en diversas antologías y revistas literarias, en Lo desconocido y ha coordinado la publicación de «Antolorgía».

Es también autora del libro El ilustrador paciente, thriller policíaco, publicado en el 2022 con Valhalla Ediciones, que va ya por la segunda edición.


Lorena tuitea muchos de sus poemas. Al comenzar el día, durante la jornada y cuando llega la noche. Su mente creativa parece no darle un respiro. Tenemos que decir que, para quienes escribimos poesía —nos unimos a este vínculo—, la propia poesía es un descanso y un tormento, una liberación y una cadena, todo al mismo tiempo. 

Porque la ves por todas partes. 


Cuentos de la mar es una edición de Open City, un sello creado, según los autores que lo componen, como «desarrollo de proyectos con un fin crítico, intelectual e independiente». El diseño de la portada y la maquetación es de Daniel Aragonés, el prólogo de Román Sanz Mouta, y contiene además un epitafio de Francisco Santos Muñoz Rico. Está a la venta en Amazon, con su formato habitual de edición. Tiene una extensión de 62 páginas.


No hay índice para adentrarnos, tal y como nos advierte el prólogo, en lo que creemos será una visión de la mar, o en la poesía, o la prosa, o reflexiones, o lo que sea que nos meza, al vaivén de las olas, con mayor o menor violencia, la misma que aparece a menudo descrita en la obra. O cuentos, como invoca el título. 

Nada de eso o todo. A ver.


Leyendo comprobamos que es prosa y poesía dura, cruda, malhablada y malintencionada, con caricias y golpes, amor y dolor con la intención de que duermas pero también de que tengas insomnio; con el paso inexorable del tiempo, de ese que conoce la vida; de la madurez sostenida por la experiencia. 

Superarse y reinventarse; afrontar los compromisos: aquellos que se mantienen y los que se rompen; del sexo, del sutil y del rápido que te pide el cuerpo; de parir, de vivir o malvivir, y de muerte, a veces del cuerpo o de las ilusiones. De soledad y revolcones entre olas sucias, llenas de arena. De amargura, de pocas risas. De hecho, esta es una de las sensaciones que le quedan al lector: que los cuentos de la mar no dejan lugar alguno para la esperanza.

Es un libro de relecturas, para empaparse de las gotas desparramadas, de esas palabras que, como la espuma, te golpean la cara.


Lorena escribe bien, muy bien. Usa la mar, su excusa y lugar en el que gritar, expresar, sin censura alguna, lo que siente. De arrojarlo todo y de esperar si, en la orilla, aparece algo vomitado de lo que la mar se ha llevado a sus profundidades. La suya es una mar tormentosa y atormentada. Una mar del norte con alma de mujer. Porque la mujer, de una u otra manera, en todas sus formas, es la protagonista indiscutible de los cuentos. No te dará pistas. Tampoco te ordenará las ideas y volverá a un concepto que te ha contado unas páginas antes.


Quienes le sigan en Twitter no encontrarán en esta ocasión toda la musicalidad de sus poemas, ni la quietud reflexiva de su prosa. Aunque también las RRSS parecen acompañar a veces el eco del libro. Sentirán el rugir de una tormenta con el engaño de lo que aparenta una mar tranquila, sus cuentos.


«Le salen las vísceras
que él le arranca
y cuando la parte en dos
se come su propio hígado
con la cuchara
de la mermelada».

La lectura deja un regusto de desorden, de pensamientos, ideas que van y vienen. Como cuando nos replanteamos recuerdos o vivencias. Es un «pero» que sentimos que no queda definido: si ese desorden es intencionado por la autora o, por el contrario, es como la mar, en la que cada ola es diferente a la anterior, aunque todas besen y alteren la orilla por igual. 

Porque vivir es saber estar en ese movimiento sin final.


El epitafio, si bien correcto, nos parece algo forzado. Es claro que arropa la despedida, que ya ha escrito Lorena con «Cuento final» y los «Agradecimientos». Y nos cuenta cómo es la transformación de la autora. Por otro lado, el texto del mencionado epitafio no está maquetado —no se ha realizado la justificación—, desconocemos si por problemas de la edición, ya que no le ha ocurrido al prólogo ni al texto que compone la obra en sí. 


«Entonces me he percatado 
de que al mar del fin del mundo 
le faltaba una costilla.
Pero antes de encontrar la 
explicación,
me han temblado las rodillas.
Y el mar del fin del mundo 
me ha hecho el amor 
mientras pujaba con mi vida.
Y, para no faltar a la costumbre 
él ganaba.
Yo perdía».

Cuentos de la mar es un libro para leer con tranquilidad o con rabia. Hace pensar y, en función de las experiencias de cada uno, hará reflexionar. Bien escrito y lleno de escarmientos y destrezas contados sin reservas. 


Lorena ofrece un mensaje, sin botella, sin duda más sombrío de lo que se puede apreciar con una sola lectura. Mensaje que, cuando el agua se seque, nos dejará restos de salitre en la piel, el que notamos cuando pasamos o nos pasan la mano o la lengua. 

Del sabor y del tacto, como tiene que ser. 


Como la vida, escrito llevamos, que cada uno posee su propio mar.






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