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Llegaron por separado. Hacía tiempo que no se llevaban bien.
Primero se escuchó el rugido de la Harley Davidson de Melchor, una motocicleta del 49 con sus piezas originales. A los pies del pesebre dejó una chaqueta de cuero para bebés y una caja con los éxitos de Elvis en vinilo.
—Para el chaval —dijo sin quitarse las gafas de sol—, así tendrá buen gusto cuando crezca.
Entonces arrancó el motor y se alejó de allí sin mirar atrás. Al cabo de un rato, cuando todo el mundo comenzaba a impacientarse, llegó Gaspar en una bicicleta.
—Perdón por llegar tarde —dijo con una reverencia—, estuve haciendo yoga junto al lago y se me ha pasado el tiempo.
Dejó en el suelo un paquete envuelto en papel reciclado. Era pequeño y parecía frágil.
—Que lo abra cuando sea mayor —advirtió—, porque le regalo un carácter amable y los niños son muy crueles.
Y con esas palabras, que dejaron a todo el mundo confundido, se marchó silbando la melodía de Verano azul.
Se esperaba a los tres sabios a primera hora de la mañana, pero no apareció nadie más. Al mediodía, María cambió y alimentó al bebé y José preparó la comida. Pensaban sentarse a la mesa cuando llegó Baltasar.
Caminaba despacio porque iba leyendo un libro. Mientras se acercaba, terminó de leer la última página, lo cerró con un suspiro y se detuvo delante del niño.
—Pues te he traído este libro —dijo como si hablara con un adulto—. Lo acabo de terminar y creo que te va a gustar. Regalar un libro que no has leído, en fin, está feo. Por eso he llegado tarde.
En la portada se veía a un hombre cabalgando con su lanza hacia unos molinos de viento. Algunos sonrieron, pero otros se acercaron a Baltasar con cara de pocos amigos.
—Tenías que traer algo que sea de utilidad al niño cuando crezca —dijeron enfadados—, pero tu regalo no sirve para nada.
El Rey Mago, en su sabiduría, no respondió y se dirigió de nuevo al bebé.
—Tú disfruta de los libros, y el resto llegará sólo.
El niño lo leyó por primera vez cuando tenía nueve años, pero no entendió algunas cosas porque le faltaba mucho por vivir. Con el tiempo se convirtió en un lector empedernido, y gracias a eso vivió mil vidas diferentes.
Una noche, años después, leyendo las aventuras del Buscón, olvidó que había quedado en un huerto con sus amigos para dar un paseo. Los soldados que lo emboscaban esperaron toda la noche y, cuando salió el sol, se encogieron de hombros y se fueron a desayunar.