Vamos por el principio: Haruki Murakami es uno de los escritores japoneses más conocidos en la actualidad. Ha ganado un montón de premios y ha sido candidato varias veces al Nobel de Literatura, un galardón que antes o después le acabarán dando. Digo yo.
A ver qué dicen de él en la fpa (le dieron el Premio Princesa de Asturias 2023):
Escritor y traductor, Haruki Murakami nació en Kioto (Japón) el 12 de enero de 1949. Licenciado en Literatura por la Universidad Waseda y amante de la novela negra, durante los inicios de su carrera literaria regentó un club de jazz, siendo la música un elemento decisivo que recorre toda su obra, en la que confluyen el mundo cotidiano del Japón moderno y las referencias a la cultura pop.
Estamos hablando de un escritor difícil de catalogar, pero en esa misma web dan una definición de su estilo que me ha parecido bastante acertada. Creo que Murakami diría que es rimbombante y pretenciosa para referirse a él, pero en fin, es lo mejor que he encontrado:
El tono intimista, en ocasiones surrealista y con rasgos de inverosimilitud y humor, no evita, sino que se enfrenta a los más graves problemas sociales y a la lucha por la defensa de los valores humanos esenciales, insistiendo en el ansia de amor y en el sentimiento de soledad de sus personajes, que sobreviven entre lo real y lo onírico, entre la certeza y la incertidumbre constantes.
Algunos libros suyos son bastante conocidos, como Tokio Blues o Kafka en la orilla.
Las malas lenguas dicen que su éxito se debe a que no escribe «literatura japonesa» como tal, ya que su estilo está muy occidentalizado. A mí eso me parece una reflexión basada en sesgos y/o chovinismos, así como en un concepto de las estructuras literarias un poco caduco. No sé si actualmente existe una literatura oriental y una literatura occidental claramente diferenciadas, pero sí sé que, cuando alguien destaca tanto como Murakami, es porque es un escritor sobresaliente, independientemente de su lengua o su país natal. Las grandes obras no saben de fronteras.
¿Qué más deberías saber de él? Dice que entre sus influencias se encuentran Raymond Carver y Scott Fitzgerald. El primero tiene un libro titulado De qué hablamos cuando hablamos de amor, y Murakami tiene dos libros que se llaman De qué hablo cuando hablo de correr y De qué hablo cuando hablo de escribir. La influencia no hace falta buscarla muy lejos.
Y es que Murakami corre. No sé de dónde sacará el tiempo para entrenar, pero el tipo ha corrido (¡y terminado!) varios maratones y una ultra de 100 km. Ahí es nada.
Pensarás que si detesto a Murakami es porque conozco bien su obra, ¿verdad? Pues no. Tengo pendientes sus libros más famosos y, como soy así de idiota, he leído otras obras menos conocidas, como Los años de peregrinación del chico sin color y La caza del carnero salvaje, que es el que te voy a comentar ahora, pero de forma muy breve.
Lo primero es recordar que no se puede juzgar un libro por su cubierta. Ya solo viendo esta, podemos deducir que La caza del carnero salvaje es un libro difícil de catalogar y describir, y también que el diseñador posiblemente no ha leído la obra.
Por suerte tenemos esta otra edición de Tusquets Editores, cuya cubierta está bastante mejor, y que, como el resto del catálogo de esta editorial, está maquetada con mimo y cuidado. La traducción está realizada directamente del japonés por Gabriel Álvarez Martínez.
Es el tercer libro de Murakami y fue publicado en 1981. Esto se nota mucho en la ambientación, obviamente, y leerla en pleno 2024, que es cuando estoy escribiendo esto, le da un toque vintage que resulta maravilloso. Veamos qué dice la sinopsis:
Un joven publicista ha publicado, en una de sus campañas, una fotografía, aparentemente anodina, que lo ha puesto en la mira de un influyente grupo industrial. Y es que en la fotografía aparece un rebaño de ovejas y carneros en un prado, pero uno de esos carneros tiene un poder muy especial. La monótona y en absoluto extraordinaria vida del joven, fumador empedernido y recién divorciado, da una insospechada vuelta de tuerca, pues debe embarcarse en una extraña búsqueda: tendrá que viajar al norte de Japón para encontrar a toda costa a ese peculiar carnero, pues le va en ello la vida.
¿Es una sinopsis acertada? Pues más o menos, sí. La trama tarda bastante en arrancar, hay que advertirlo, y el inicio me hizo un poco pesado, como si la obra no fuera a ningún lado. Luego resulta que sí, que sí había empezado a desarrollarse aunque yo no me había dado cuenta.
Y llegamos a la razón por la que Murakami es muy detestable para alguien como yo: escribe demasiado y demasiado bien. Tiene un estilo muy ligero; es fácil pasar de la primera frase a la segunda, y luego a la tercera, y así hasta el final. Crea escenas sencillas y profundas, algo que es difícil de hacer, con naturalidad y fluidez. Como si los grandes secretos de la vida estuvieran dentro de las escenas más cotidianas, en nuestro día a día. Como si el sentido de la vida se encontrara en el fondo de una taza de café cuando pierdes la noción del tiempo hablando con un amigo, o en el sol que entra por la ventana una mañana de primavera, anunciando que el invierno ha quedado atrás.
Murakami, es usted un genio forjado en el fuego de la perseverancia, que son los únicos genios a los que tolero. Pero…, ¡ja! he encontrado el secreto de su éxito.
Bueno, yo no. Lo ha hecho el genial Grant Snider (@grantdraws en X), a través de un tablero en el que podemos encontrar los elementos comunes en la obra de Murakami. Busca a ver cuántos de ellos encuentras en el último libro suyo que hayas leído, que te va a hacer gracia. (En este artículo de Esquire está muy bien explicado).
Una de las características más sorprendentes de Murakami es que tiene un sentido del humor un poco extraño que a veces pasa desapercibido. Eso es algo que queda patente en La Caza del Carnero Salvaje en párrafos como este:
¿Cómo había llegado hasta allí? La chica no se lo podía imaginar. Levantó la cabeza y lo miró. La mirada del visitante era demasiado inquisitiva para ser la de un posible cliente, su indumentaria era muy elegante, lo que descartaba que fuera un inspector de Hacienda, y tenía un aire tan intelectual que no podía ser de la policía.
(No es un texto de la edición de Tusquets, porque he recurrido a una edición más antigua que tengo en digital).
Voy a terminar con un fragmento que creo que es más representativo de su estilo. Es un ejemplo de la naturalidad y sencillez con la que mezcla emociones complejas, elementos sobrenaturales y la cotidianeidad del día a día.
Espero que a ti también te parezca un genio.
Cuando de pronto me desperté, ella lloraba calladamente. Sus hombros menudos se sacudían bajo la manta. Encendí la estufa y miré el reloj: las dos de la madrugada. Una luna blanquísima pendía en el cielo.
Esperé a que dejase de llorar, puse agua a hervir, metí unas bolsitas de té y nos lo bebimos juntos. Té negro caliente, sin azúcar, ni limón ni leche. A continuación encendí dos cigarrillos y le ofrecí uno. Ella aspiró el humo y lo expulsó; a la tercera calada, le entró un ataque de tos.
—Dime, ¿alguna vez has querido matarme? —me preguntó.
—¿A ti?
—Sí.
—¿Por qué me lo preguntas?
Ella se frotó los párpados con la punta de los dedos mientras sujetaba el cigarrillo con los labios.
—Porque sí.
—Pues no —dije yo.
—¿En serio?
—En serio. ¿Por qué querría matarte?
—Ya —asintió ella, con desgana—. Simplemente se me ocurrió que no estaría mal que alguien me matara. Mientras duermo plácidamente.
—Yo no voy por ahí matando a la gente.
—¿Ah, no?
—Eso creo.
Ella se rio y aplastó el cigarrillo en el cenicero, bebió de un trago lo que quedaba de té y, después, encendió otro cigarrillo.
—Voy a vivir hasta los veinticinco —dijo ella—. Luego me moriré.
Se murió en julio de 1978, a los veintiséis años.
No sé, yo leo las reseñas y las sinopsis de sus libros y no me atraen. Considero que hay mucho para leer y hay que saber elegir, por lo que mi criterio es ¿me resulta atrayente? Lo leo.
Además, me ha pasado ya varias veces de leer los libros “que hay que leer” y llevarme cada chasco (decepción) que prefiero no volver a hacerlo…
Saludos,
J.
Ese criterio debería ser el único valido. Supongo que muchas veces leemos libros no porque nos atraigan, sino porque los autores son famosos, o se han llevado un premio, o algo así…
Debo decir, por defender a Murakami, yo-qué-sé, que a mí tampoco me atraían nada sus libros hasta que leí uno suyo en un club de lectura, y me enamoré. A veces, las sinopsis y reseñas no hacen justicia a las obras.
En cualquier caso, como bien dices, hay que saber elegir, y la elección siempre es nuestra.
¡Gracias por leernos!