MIEDO Y OPRESIÓN EN CALCUTA: LA CANCION DE KALI

Dan Simmons es un escritor fantástico a quien solo puedo poner una pega: le sobran palabras. Pero gracias a eso también consigue algo reservado a unos pocos genios: atmósfera. Esta es una característica de la narración tan importante que hace que una obra funcione o deje de hacerlo, independientemente de que la historia sea buena.

Por eso este libro es tan asquerosamente genial y voy a demostrártelo. Elijo mis adverbios con cuidado, así que lee bajo tu cuenta y riesgo, que luego no quiero quejas. Pero antes, algunas cosas importantes que debes saber.

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BREVE PINCELADA SOBRE EL AUTOR

Dan Simmons es el autor de una obra de ciencia ficción muy conocida e injustamente criticada: la saga de Hyperion. Se llevó muchos premios, y la gente dice que es genial pero la critica mucho. Ya te lo contaré otro día, porque tiene su miga. Y también es famoso por El terror, una obra que ha sido adaptada por AMC a la TV en 2018, en una miniserie que tuvo cierto éxito.

Pero antes de todo eso, antes de la ciencia ficción y los premios y todo lo demás, Simmons escribió una obra tan terrorífica como repugnante: La canción de Kali (Song of Kali) (1985), que por cierto, se llevó el premio World Fantasy Award en 1986.

El premio consiste en un busto de H.P. Lovecraft. No es casualidad. La opresión y terror ante algo antiguo y desconocido que desprende La canción de Kali es comparable, sin ningún rubor, a la obra de este tipo.

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EL CONTEXTO

Calcuta fue la capital del Raj Británico (la colonia inglesa en la India) hasta 1911, cuando una serie de disturbios hicieron que se pasara la capital a Nueva Delhi. En los años 50, unas divisiones territoriales enfrentaron a los musulmanes con los hindúes y provocaron miles de muertos. Eso provocó que llegaran a la ciudad muchos inmigrantes. En 1971, la guerra entre India y Pakistan provocó nuevas migraciones de refugiados a una ciudad saturada y económicamente estancada. Para agravar la situación, las guerrillas y las sequías obligaron a mucha gente del campo a emigrar a la ciudad.

Los tranvías todavía funcionaban y la macilenta luz amarilla de sus bombillas interiores mostraba rostros sudorosos agolpados tras las ventanillas de malla metálica.

A pesar de la avanzada hora, todos los vehículos públicos iban sobrecargados, los autobuses se inclinaban por el peso de la gente colgada de las barras de las ventanillas y de los asideros exteriores, los trenes pasaban mostrando incontables cabezas y torsos asomando de los negros vagones.

A finales de los años 70, Calcuta era una ciudad sobrepasada, sin capacidad económica ni política para proporcionar una sanidad e higiene razonables a sus ciudadanos. Era una ciudad insalubre, pobre, densamente poblada, cuyos habitantes se aferraban a costumbres y ritos religiosos que no tenían sentido ni cabida en una ciudad como aquella. Posiblemente en la novela estas características estén exageradas, pero era el lugar ideal para ambientar una historia centrada en el culto a Kali, que originalmente era una diosa de la destrucción a la que se llegaron a ofrecer sacrificios de todo tipo (de todo tipo). “Calcuta” significa, más o menos, “lugar de Kali”. En su vertiente más amable imagino que el culto no será diferente al de otros dioses (de hecho, el templo de Kali en Calcuta es una preciosidad), pero tampoco dudo de la existencia de grupos religiosos que adoraran a la versión más siniestra de esta diosa.

Estatua de la diosa Kali en Kathmandu, Nepal

Kali seguía alzando furibunda sus cuatro brazos, colgándole de una mano la soga, de la otra la calavera. De una de las que tenía en alto, la espada. Pero la cuarta mano estaba vacía. Donde debiera haberse encontrado una cabeza cortada sólo había aire. Los dedos del ídolo no agarraban nada.

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Y LO QUE DE VERDAD IMPORTA

La novela cuenta la búsqueda de un escritor desaparecido por parte de un periodista occidental, en la ciudad de Calcuta, a finales de los años 70. No es una historia fantástica, pero sí existen elementos que podrían denominarse fantásticos… Esto es algo que no sabrás con seguridad si no te metes en la cabeza del protagonista.

¿Se puede decir que es una obra de terror? Desde luego, el terror está presente en toda la obra, gracias a la atmósfera decadente y opresiva, a la sensación que tiene el lector en todo momento de que va a ocurrir algo horrible. A la anticipación, porque de aquel lugar no puede salir nada bueno. Al hacinamiento, a la suciedad, al calor y humedad enfermizos.

Lo que más rechazo produce no es la miseria o las condiciones de vida de la gente, sino la sensación de que los habitantes de Calcuta (en la novela, obviamente) están conformes con eso, lo aceptan como parte de la condición humana. Como si no vieran nada malo en vivir como lo hacen, porque la miseria física y moral forma parte de la vida. Como si la esencia de Kali impregnara las mentes de todos ellos y los hiciera partícipes, a veces voluntarios, del sufrimiento y el horror con el que viven.

Ese es uno de los puntos fuertes del libro: la recreación de la atmósfera.

La ciudad es un personaje más, quizá sea el auténtico protagonista. La ciudad parece tener una voz propia y, desde luego, una personalidad. El narrador, protagonista en primera persona, no oculta sus sentimientos por aquel lugar desde el primer instante.

Algunos lugares son demasiado perversos para que se tolere su existencia. Algunas ciudades son demasiado ponzoñosas para poderlas soportar. Calcuta es una de ellas. Antes de Calcuta me hubiera reído ante semejante idea. Antes de Calcuta no creía en la maldad… al menos no como una fuerza independiente de las acciones del hombre. Antes de Calcuta yo era un insensato.

Cuando los romanos conquistaron la ciudad de Cartago, mataron a los hombres, vendieron como esclavos a niños y mujeres, derribaron los grandes edificios, rompieron las piedras, prendieron fuego a los escombros y cubrieron la tierra de sal para que nada pudiera crecer de nuevo. Eso no basta en el caso de Calcuta. Calcuta debería ser aniquilada..

Que el escenario tenga una voz propia es fundamental. Cuando el lector se siente dentro es cuando forma parte de la historia. Víctor Hugo lo tenía claro cuando convirtió a la catedral de Notre-Dame en la auténtica protagonista de la obra Nuestra Señora de París. Que sí, que las cosas les pasan a los personajes, pero la atemporalidad del escenario, la fuerza de las imágenes que formamos en nuestra mente con las descripciones y los detalles sobre su arquitectura, son las que hacen que nos zambullamos en la obra hasta el fondo y nos dejemos llevar.

Pasa algo parecido con la fraga de Cecebre de El bosque animado (Wenceslao Fernández Flórez, 1943) o, por poner un ejemplo más visual, la ciudad en Bladerunner. Me refiero a la película, porque el libro en el que se basa libremente, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de P.K. Dick, no tiene nada que ver en ese sentido.

Nos detuvimos junto a la piscina y tomamos asiento en un banco bajo, cerca del café a oscuras. Los focos bajo el agua despedían rizos de luz que danzaban atravesando el denso follaje y las cortinas de bambú bajadas. Advertí que en la parte menos profunda de la piscina flotaba algo oscuro y descubrí que se trataba de una rata ahogada.

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La canción de Kali se mete dentro de nosotros. Está presente en los actos más depravados, en los horrores de la sociedad, no de la ciudad de la India de hace cincuenta años, sino de nuestra sociedad actual, occidental, moderna y tecnológica. La canción nos recuerda que la diferencia entre nosotros y los habitantes de Calcuta es un velo muy fino que puede caer en cualquier momento. Solo hace falta pulsar en el botón adecuado, en la crisis, en la fe, en la guerra, en el desprecio con el que tan alegremente tratamos a los demás.

Si Dan Simmons escribiera esta obra a día de hoy, estoy convencido de que vería la canción como una corriente imparable que crece y se alimenta de nosotros cada día. Es la miseria que volcamos en redes sociales, el odio que mostramos y alentamos hacia los que son diferentes, la total y absoluta falta de empatía con la que hablamos, tratamos y condicionamos las vidas de los más desfavorecidos.

Kali es la diosa de la destrucción. No atenta contra edificios o países, sino contra la naturaleza de los seres humanos. Destruye aquello que nos hace únicos. Kali nos quita la compasión y la capacidad de amar, elimina todo lo que nos acerca a los dioses y nos deja tan solo las cualidades de los monstruos. Es la enfermedad que se propaga en un mundo superpoblado y sucio, son los dedos amarillentos de un enfermo de cáncer adicto a la nicotina, es el hombre que agoniza en la calle mientras la gente pasa a su alrededor sin mirarlo.

Todo esto no lo dice el libro. Y tampoco representa a la deidad real. Son pensamientos que asaltan tu cabeza cuando terminas de leerlo, porque eso es lo que hace un buen libro: planta semillas, echa raíces en tus pensamientos. Crece y convierte tu mente en un lugar más grande, en un jardín sin cuidar, en el que los árboles y arbustos buscan la luz de forma natural.

Leer no hace que tengas pensamientos correctos, pero sí te muestra pensamientos diferentes, y eso hace que tengas capacidad para corregir tus errores y aprender.

Donde hay libros, la canción de Kali apenas se escucha.

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