Martin no está solo.

Hace poco presenté un relato a un concurso que organizaba la Revista Gatos. El concurso, finalmente, no llegó a materializarse (¡espero que las organizadoras estén bien, porque no sé nada de ellas!), pero el relato creo que quedó bonito, así que aquí te lo dejo.

La fotografía es de Dante, un gato muy especial con el que compartí un año de mi vida. Gracias a todos los que hacéis de casa de acogida para estos pequeños dioses.

MARTIN NO ESTÁ SOLO

Martin está inquieto. Su sexto sentido le dice que se va a producir un cambio, y los cambios no le gustan. Huelen raro.

Escucha ruido en la entrada de la casa. Es La Mujer. Con paso tranquilo, se acerca a la puerta para decirle que puede pasar.

—Ay, qué majo eres —dice ella—, siempre vienes a saludarme.

La Mujer trae algo en las manos. Algo que se mueve.

—Mira, Martin —dice mientras deja en el suelo a un gato pequeño—, éste es Bigotitos.

La reacción de Martin es rápida y contundente. Bufa, se eriza, echa la zarpa al aire un par de veces y corre a su cuarto, dispuesto a no salir de él mientras el intruso siga por allí cerca. Seguro que La Mujer lo saca de la casa al instante.

Hora de la cena. El intruso no se ha marchado. Martin levanta la cabeza, con paso firme y digno se acerca hasta su cuenco y maúlla para que La Mujer lo llene de comida. Al cabo de un rato aparece junto con otro comedero y con Bigotitos en las manos. ¡Pretende que coman juntos! Martin realiza su ritual de enfado habitual: bufido, erizado, zarpazo al aire y salir corriendo. Pero, al llegar a su cuarto, recuerda que aún no ha cenado y, poco a poco, vuelve al comedero. El intruso sigue allí.

—¡Miau! —dice Bigotitos cuando le ve. Eso dicen todos al principio. Martin se acerca dando un rodeo, con cuidado de no tocarlo, y ataca su comida como si fuera un ratón recién descubierto.

El segundo día, Martin se despierta sobresaltado, porque ha tenido una pesadilla terrible. ¡Un gato nuevo había entrado en la casa! Al abrir los ojos descubre que la pesadilla, que se había escondido debajo del armario, se ha atrevido a salir durante la noche y se ha tumbado en la cama cerca de él. Debería levantarse y echarle, pero ya son las diez de la mañana y, en breve, los rayos del sol entrarán por la ventana y llegarán hasta donde se encuentran tumbados. No merece la pena moverse hasta la hora de comer.

Ha pasado más de una semana y el intruso sigue en la casa. Su presencia tiene algunas ventajas. Esa tarde, La Mujer riñe al cachorro por arañar las cortinas y tirar una planta al suelo. Martin, que esta mañana ha estado haciendo ejercicio por el salón, observa la bronca desde lejos.

—Miau… —dice Bigotitos a La Mujer varias veces. Pero como los humanos no saben hablar, no entiende ni una palabra.

Esa noche, para reconciliarse, Martin y el intruso duermen juntos. Hace algo de frío y se dan calor entre los dos.

—Bueno, Bigotitos —dice un día la mujer—, por fin te vas a tu nuevo hogar.

Martin se esconde debajo de la cama cuando La Mujer aparece con La Jaula, pero no parece interesada en él. Con horror, comprueba que mete en ella a Bigotitos y se lleva su cuenco de comida.

—¿Miau? —pregunta algo nervioso.

—Al final le vas a echar de menos, ¿eh, Martin? —responde ella—. Ay, gatito, las acogidas es lo que tienen, ya lo sabes. ¡Pero le hemos encontrado una familia fantástica!

Martin se queda muy quieto. Bufa, se eriza y echa un zarpazo al aire. La Mujer se ha marchado ya, así que no tiene sentido correr y esconderse. Se acerca a la cama. Aún conserva el calor de Bigotitos. Se tumba encima de su huella y espera a que el sol entre por la ventana y lo alcance.

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