INOCENCIA

Pues escribí este corto relato porque me apeteció, porque me vino a la cabeza de repente, como casi todo lo que escribo. Luego fue conveniente mandarlo a un concurso que ha fallado justo hoy y, adivina qué, ni el premio de consolación. Así que vengo a colgarlo aquí, para que vea la luz.

Espero que te guste.

—Mamá, ¿a qué edad se enamora la gente?

            La madre, que está remetiendo la manta de la cama, sonríe de medio lado.

            —No creo que haya una edad determinada, cariño, es algo que pasa cuando pasa. —Se muere de ganas de preguntar por qué pregunta, pero se domina y espera.

            —Pero ¿tú crees que la gente puede enamorarse a mi edad?

            —¿Con siete años? No veo por qué no. Yo a tu edad estaba por completo enamorada de mi oculista.

            —¿Oculista?

            —El médico de los ojos, cariño.

            —Ah. ¿Era guapo?

            —Supongo… La verdad es que no recuerdo su cara, solo sé que me tenía loca.

            La madre se sienta con un libro en las manos en la mecedora que hay junto a la cama y se dispone a leer. Trata de recordar el cuento que leyó la noche anterior. Aún espera pacientemente, sabe que antes o después saldrá a la luz.

            —¿Y cómo sabes si te gusta alguien?

            —Pues, no sé… Normalmente, si te gusta alguien, te sientes bien estando con esa persona y quieres estar con ella todo el rato. También te gusta pensar en ella. Y quieres verla feliz.

            La madre calla cavilando si esto es todo lo que puede decir o si olvida algo importante.

            —Entonces creo que me gusta alguien.

            —¿Ah sí?

La madre sonríe para sus adentros diciéndose “Aquí viene”.

            —Sí. Es de mi clase.

            —¿Y cómo se llama?

            —Laura. Y es muy guapa. Y muy lista. Y divertida. Y cuando estoy con ella me siento muy bien. Y también siento… siento… no sé, como algo raro en el estómago, como cosquillas por dentro. Eso es porque me gusta, ¿verdad? ¿Tú crees, mamá, que se lo puedo decir, que le puedo decir que me gusta?

            La madre cierra el libro sobre su regazo y tarda en contestar. Arquea brevemente las cejas, desconcertada. Después se dice que los niños son solo niños, inocentes en cualquier caso, y que no hay que tomarlos muy en serio.

            —Supongo —se arriesga a decir al final.

            Ante esta respuesta, la hija sonríe de oreja a oreja y la madre no puede evitar sonreír también: cualquier cosa por ver feliz a su niña.

            —¿Y tú crees que me dejará darle un beso?

            Por un instante la madre se queda sin habla y se pregunta, con una cierta preocupación, si tendrá que recordar este momento para siempre. Después suelta un breve suspiro de resignación y, abriendo de nuevo el libro, dice:

            —No sé, cariño… Eso… eso vas a tener que preguntárselo a ella.

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