EL EXPERIMENTO

Este es un relato escrito a cuatro manos por Jesús Durán y una servidora.

Esperamos que te guste. A Eduardo le ha gustado, así que debe de ser bueno.


El experimento

Aditi estaba encogida, en posición fetal, rotando en medio del habitáculo de almacenamiento de la estación de investigación. Había hecho un esfuerzo para no llorar, en vano. Unas tímidas lágrimas se separaban de sus ojos azules y, como si fuese un juego, se esperaban unas a otras, algo alejadas del bello rostro del que partían lento con cada sollozo. Era como si el dolor, expresado con ese fluir continuo, quisiera permanecer cerca de quien lo estaba padeciendo, para mantener ese instante suspendido, en eterna ingravidez.

El zumbido de los purificadores y los chasquidos característicos de la estación fueron alterados por el repentino sonido de una alarma: el cierre hermético de vacío había terminado su proceso.

Aditi se estiró e introdujo los pies en los arneses del suelo. Sin pensarlo se pasó la mano por el cabello; Richard se lo había cortado dos días atrás. Se estremeció al sentir el trasquilón que, jugando, le había pegado. Era la última vez que habían hecho el amor. Tan solo dos días atrás. Pero ahora de repente parecía que había tenido lugar hacía una eternidad.

Tuvo que forzarse a mirar, con un dolor tan profundo que pensó que la sola visión la mataría.

Ahí estaba su compañero, su amante. Ahí estaba, muerto. Ahí, dentro de una bolsa de vacío en el interior de una máquina de sellado. Ahí, en ese momento.

Aditi contuvo la respiración.

Era horrible verlo así, con su cuerpo comprimido, deformado, por la presión del plástico.

Soltó un grito cuando por fin le miró el rostro.

Durante el proceso de vacío, por la razón que fuera, le habían quedado los ojos abiertos. «Yo los cerré y le besé los párpados», pensó Aditi con tristeza. Esos ojos, pegados al plástico, la miraban fijo, como pidiendo explicaciones de lo ocurrido.

La estación había sido creada tan solo ocho años atrás para estudiar los anómalos cambios en la evapotranspiración que estaba experimentado el mundo vegetal en todas las partes del planeta. Este lugar, este templo para la investigación, en el espacio, permitía un ambiente controlado por completo.

Puesto que la desertización y el cambio climático eran hechos fehacientes desde hacía tiempo, lo normal habría sido que, dada la reducida humedad ambiental en la mayor parte del planeta, se favoreciese este proceso, que la evapotranspiración se intensificara. Sin embargo, no había ocurrido así: las masas forestales comenzaron a experimentar cambios extraños y complejos; especies que durante siglos se habían adaptado, parecía que estuvieran modificando sus hojas y raíces a modelos que únicamente se encontraban fosilizados.

Los científicos hipotetizaban que todo era consecuencia de una radiación de energía, similar a una erupción solar, que había alcanzado la Tierra desde una zona del espacio que aún no habían conseguido determinar con exactitud. Esto había sucedido nueve años atrás. Y había sucedido de repente, sin previo aviso de ningún tipo. La vida en la Tierra durante los siguientes meses fue un caos. Muchas especies vegetales desaparecieron, se extinguieron, como si nunca hubieran existido, con terribles consecuencias para su ecosistema. Los científicos no conseguían esclarecer todavía entonces por qué algunos seres humanos también habían muerto, cuando la mayoría había sobrevivido. No parecía haber una respuesta que tuviera sentido, lógica.

Ahora, de repente otra vez, sin tiempo apenas para recibirla en condiciones, acababa de llegar otra onda. Había alcanzado, de nuevo, la Tierra de lleno y también la estación, acabando con la vida de Richard casi en el momento.

Aditi no entendía este desenlace, dado que estaban preparados: se encontraban ambos en la cámara especial anti-radiación, dentro de las cápsulas líquidas, un artefacto grande, de uso personal, que podía incluso servir como módulo individual en caso de que fuera necesario un aterrizaje de emergencia, atravesando la atmósfera del planeta.

Todo había ocurrido muy deprisa. Después del impacto, Richard comenzó a vomitar sangre, y sus esfuerzos por salvarle la vida fueron inútiles. El medicVol, la cápsula médica, no pudo identificar la causa del fallo sistémico que estaba padeciendo, y todo intento de comunicación con la base en la Tierra fue en vano, puesto que la anomalía había afectado también a los sistemas de comunicación. Uno de esos momentos en los que es todo caos y no hay nada que se pueda hacer por evitarlo.

Richard murió al cabo de unas pocas horas, de manera agónica, con un sufrimiento que jamás podría olvidar.

Unos nuevos pitidos llamaron su atención: los análisis de las muestras ya estaban listos.

Con delicadeza, puso la mano un instante sobre el frío plástico de la bolsa, aguantándose las lágrimas que de nuevo pugnaban por salir. Se separó y cerró el contenedor. El cuerpo de Richard pasó al módulo de muestras del habitáculo adyacente, que haría de improvisada tumba.

Aditi respiró hondo y, soltándose del suelo, con un impulso, atravesó la sala y llegó a la zona central del complejo. Desde allí, a través de un largo pasillo, accedió al laboratorio, el lugar más iluminado de la estación. Estaba lleno de plantas, algas, pequeños árboles…, era como un complejo jardín en miniatura.

Le cogió por sorpresa que la silla de fijación de Richard estuviera vacía, con las cintas de anclaje abiertas, como bocas gritando. Esperaba verlo allí, su lugar habitual a esas horas; le iba a llevar un tiempo acostumbrarse a su ausencia. Recordó lo que solía decirle con cariño cuando realizaba experimentos, desde esa misma silla: «Le das demasiadas vueltas a todo. Eres insaciable con la repetición de pruebas. Nunca son suficientes para ti». Bromeaba sobre su tesón para buscar respuestas y, más que nada, sobre su capacidad de repetir los experimentos una y otra vez, hasta tener evidencia suficiente que probara su hipótesis.

Aditi inspiró hondo.

Su parte científica se sobrepuso al dolor que sentía en ese momento. Aquellos resultados eran importantes, quizá ofrecieran algunas respuestas.

Estaban estudiando los cambios experimentados por las plantas desde el primer impacto de energía en comparación con todo su proceso evolutivo. Era un estudio laborioso, de años. Se había invertido mucho tiempo y dinero en su desarrollo. La responsabilidad de dirigirlo era muy grande.

Extrajo las muestras y las colocó en un segundo analizador, para obtener resultados independientes, con instrumentos distintos. Mientras, empezó a pasar pantallas, para ver, una vez más, los datos y comparativas.

Pese a las circunstancias, no perdía detalle.

Cuando estaba en el laboratorio, entre sus organismos experimentales, sus modelos, distintas formas de vida que, desde una posición privilegiada, podía observar a placer, que podía incluso, si quería o así lo necesitaba, manipular mediante reactivos que aniquilaban algunos pero seleccionaban otros, cuando estaba allí, en su papel de científica, sentía que tenía el control, un cierto poder absoluto. Era una sensación agradable, satisfactoria.

Con todo, hacer ciencia no es fácil, esto lo tenía asumido.

En contadas ocasiones, afortunadas, pensaba Aditi, el conocimiento dependía de cuestiones asociadas al azar; el consabido eureka. Pero, las más de las veces, estaba convencida de que estaba supeditado a la repetición de experimentos. La brutal rutina. Era por lo tanto muy importante perseverar, no perder la esperanza de que en algún momento de esa eterna iteración surgiría una diferencia, algo, que proporcionaría el resultado buscado. Aditi creía que esfuerzo y repetición eran los únicos medios de descifrar el problema que estaba asolando la Tierra.

Algo le sacó de estos pensamientos. Frunció el ceño, extrañada. Los resultados indicaban que las muestras estaban, efectivamente, en regresión, como si las plantas estuvieran adaptándose a una climatología diferente. Amplió los datos con el total de muestras, las últimas analizadas incluidas.

La fisiología del mundo vegetal estaba transformándose en la de un tipo de alga carofita que, según los registros geológicos, pobló la Tierra millones de años atrás.

Un miedo repentino le hizo levantase rápido, tanto que tuvo que parar con las manos el ascenso.

Verificó la intensidad del cambio experimentado por las plantas desde el primer golpe de energía. Para ello, introdujo los resultados de todas las muestras, los de la estación y los de la base de datos que disponía de la Tierra. Resultó ser el mismo valor de evapotranspiración relativo para todas. Añadió a dicho valor el cálculo estimado para la segunda entrada de energía. El resultado mostraba un valor mínimo, insuperable; parecía como si el cambio, todo el proceso, hubiese terminado entonces, hacía unas horas, y de una forma tan brusca que escapaba a la lógica científica.

Por otro lado, el golpe energético recibido había sido brutal. Miraba todas las pantallas en las que estaba realizando los cálculos y en su mente comenzaba a formarse una hipótesis bastante preocupante: que la energía afectaría a toda la materia. Ya no era una cuestión que estuviese relacionada solo con el mundo vegetal y la evapotranspiración, con algunas implicaciones para el mundo animal.

Comprobó los niveles recibidos en las muestras vegetales. Añadió ahora unas muestras de piel y cabello que tenía de Richard. Tembló al poner los tejidos en el analizador, recordando su agonía y los últimos momentos de su vida. Dejó a un lado un frotis de sangre para observarlo a través del microscopio.

Tanta energía debía tener un efecto a nivel atómico y a gran escala. De un vistazo a través del microscopio verificó que las células habían entrado en apoptosis. Los resultados del análisis pocos minutos después confirmaron esta observación, y aún más: de nuevo, coincidían todos los valores numéricos, como si fuese un total, como si formaran parte de un proceso que hubiese finalizado.

Se separó de las pantallas, pensativa.

Recordó el tiempo en que investigaba en la Tierra, antes de que la seleccionasen para ofrecerle la oportunidad de trabajar en la estación espacial. Estudiaba entonces los efectos fisiológicos de la radiación en muestras de campo, quería determinar la máxima resistencia de las raíces de algunos cereales. Le vino de repente a la memoria por la similitud con lo que estaba pasando: al irradiar las muestras, a veces afectaba a algunos tipos de células, pero otros se salvaban. En este punto la abordó la visión de Richard agonizando, mientras ella parecía estar libre del efecto de la radiación. Después recordó que, cuando deseaba obtener un valor de resistencia determinado, repetía una y otra vez las pruebas hasta lograr lo que buscaba; entonces, y sólo entonces, daba por finalizado el estudio. Ella tenía el control sobre el número de pruebas.

En investigación, siempre, quien está a cargo decide en todo momento la conclusión de un estudio, o su continuación mediante experimentos adicionales. En esta responsabilidad reside también el poder absoluto del científico.

La palabra experimento la golpeó con fuerza. Se lanzó por el pasillo a la zona de observación, un cubículo transparente que permitía la visión de la Tierra.

Aditi miró absorta el planeta azul.

Los continentes no estaban en su lugar habitual; pensó que los estaba viendo como al inicio de los tiempos, cuando el planeta comenzó a tener vida.

Se sentía en ese momento, a través de la ventana circular, como si estuviese observando una muestra en el microscopio de su laboratorio.

Como cuando esperaba un nuevo resultado.

2 comments on EL EXPERIMENTO

  1. Gracias por tus palabras, Anónimo.
    Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Stanislaw Lem…, Jesús Durán y Libertad García-Villada. En esto estamos.
    Gracias por leernos.
    Un saludo.

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