Entre la novela y la poesía está el premio




Reseña escrita a cuatro manos entre Jesús Durán y Libertad García-Villada.


Comenzamos la primera reseña de Sant Jordi, de La Feria del Libro del 2023.

Puede parecer curioso o desactualizado. La culpa recae en la pila de libros pendientes, amén de todos nuestros compromisos escritoriles.

Pero vayamos por partes.

El pasado mes de abril, Barcelona llenó sus calles de puestos con libros y rosas para celebrar Sant Jordi. Decidimos adquirir varios libros y reseñarlos poco a poco. Poco a poco. La compra implicaba colas —largas esperas en algunos casos— y firmas. Sí, se compraron libros —de diferentes autores y dos ejemplares, uno para cada uno de nosotros—, que tenemos firmados por el respectivo autor. Ya se sabe, esos pocos minutos cercanos, en los que el autor te mira, pregunta tu nombre, intercambia unas palabras contigo y te deja una dedicatoria escrita a mano.

Momento bonito, es verdad.

Hoy, publicamos la reseña de uno de esos libros, aunque en realidad serán dos. Esto lo veremos más adelante.

Son obras del escritor Manuel Vilas. Tenemos un ejemplar firmado pero, como anécdota, hay que mencionar que el segundo que teníamos planeado adquirir no estaba disponible en el puesto del autor —¿Cómo es posible?—. Y no se debió a que se agotara el stock, nada de eso: simplemente no habían considerado tener ejemplares disponibles —¿castigo a la poesía?—. Al preguntar, derivaron la compra a una tienda cercana —La casa del libro era la organizadora—, asunto del todo inapropiado dado que ya se había hecho cola para el otro ejemplar, que, por supuesto, acaparaba toda la atención.

Empecemos, por lo tanto, con el ejemplar que sí tenemos firmado: Nosotros, publicado por la Editorial Destino (2023, tercera edición). Esta novela recibió el Premio Nadal 2023.

El segundo libro, aquel que no estaba disponible en el puesto y se adquirió unas semanas más tarde, es Una sola vida, publicado por la Editorial Lumen (2022, segunda edición). Esta obra recopila, según las propias palabras de autor, sus poemas favoritos.

Si bien la reseña se enfoca en Nosotros, no podemos dejar de mencionar Una sola vida.


Se habla mucho de los premios literarios de nuestro país y de una manera poco halagüeña; se inclinan las conversaciones hacia una perspectiva crítica. Sobre todo de los premios grandes.

Pero lo cierto es que dan que pensar. Plantean interrogantes significativos. Y pocas veces de manera positiva.

Vamos con Nosotros, de Manuel Vilas.

Por lo general, o al menos es nuestro caso, compartimos reseñas de libros que nos han gustado y queremos —es una esperanza— que otra gente disfrute también. En medio de la marabunta de libros publicados, los buenos, los verdaderamente buenos, brillan por su ausencia. Así que cuando encontramos uno, muchas veces de forma casual, queremos que no se pierda en el anonimato, que cumpla tantas veces como sea posible la función con que se le dotó al ser escrito: aportar algo positivo al lector, habitualmente enriquecernos, proporcionarnos un poco de felicidad, de una u otra manera.

Si un libro no nos ha gustado, para qué reseñarlo, siguiendo el antiguo proverbio que dice: «Si no tienes nada positivo que decir —sobre algo o alguien—, mejor no digas nada, guarda silencio». Bueno, la cita es algo así, no vamos a profundizar. Se entiende en cualquier caso.

Sin embargo, en alguna ocasiones, tenemos que reseñar un libro que, en fin, lamentablemente, no nos ha agradado. Ojo, no olvidemos que «para gustos, colores».

Como Nosotros. Esta situación nos lleva a cuestionarnos —y hemos debatido sobre el tema— si de verdad, de verdad, no se había presentado ninguna otra novela mejor para El Premio Nadal. Si este fuera el caso, sería un indicio preocupante —o relevante— para reflexionar sobre el estado de la literatura española actual y de algunos premios en particular.


Es difícil —muy muy difícil— reseñar Nosotros sin hacer un spoiler, ya que cuenta, hacia el final, con un importante plot twist que define la novela pero que, si destripamos, le quita toda la gracia —y el pequeño suspense que mantiene—, que, aunque escasa, posee en algunos momentos la historia.

Entonces, ¿qué podemos decir?

Vayamos por partes.


El estilo

Meh. Correcto. Desde luego no es una novela que resalte por cómo está escrita, que uno diga: la trama puede no ser la mejor —ejem— pero da gusto leerla. Ni eso, en este caso no es así. La narrativa no es mala —siempre es un tema subjetivo—. Se lee bien pero, salvo en escasos pasajes, no se disfruta realmente: la genuina satisfacción rara vez se hace presente.


«No son como ellos, pero tienen cuerpo. No amamos a los muertos, siempre nos amamos solo a nosotros mismos. Amamos de los muertos aquello que somos nosotros.»


El tema

Su tema central es —o parece ser— el amor verdadero. Como en La princesa prometida, pero con una trama más de andar por casa. O quizá no sea este el tema, porque al avanzar en la novela uno tiene la sensación de que amor, sexo y deseo se confunden muchas veces cuando no tiene nada que ver la velocidad con el tocino. Un lío, vamos.


«Ajenos al resto, se contaron sus vidas. Es lo primero que hacen los enamorados, o los que van a serlo: se cuentan sus vidas. Pero en ellos hubo algo extraordinario: el relato de sus vidas fue sencillo y humilde, porque desde el primer momento desterraron la vanidad y el orgullo y la apariencia y por tanto la pedantería y con ella la mentira.»


La trama

Aquí cautela: no podemos desvelar mucho, pero sí expresar que resulta, en cierto modo, algo decepcionante. A grandes rasgos cuenta el duelo de Irene por la muerte de su amado marido —en una relación de amor perfecta—, Marcelo. Con esta premisa, el escritor arrastra al lector a través de una curiosa historia de carretera, o de hoteles en la costa mediterránea, o de encuentros amorosos casuales —forzados o inverosímiles—, en una parte de la narración que resulta excesiva, para luego llevarnos a un desenlace que, en el mejor de los casos podría describirse como insulso.

Además, incorpora elementos aparentemente incomprensibles, como una colección completa de relojes —algo obsesivo—. Como si fuesen una carta de presentación, dependiendo de la marca y modelo, de la persona que lo porta. Y la importancia de su vida. Lo cual se nos antoja superficial. ¿Son acaso estos relojes en realidad un símbolo del tiempo; un elemento importante en la trama? El tiempo transcurre inexorable, la vida avanza, desde una perspectiva simplista: como un placer absoluto. La protagonista siente un profundo deseo de aferrarse a esta vida, a una fantasía al fin y al cabo. En este sentido, el lujo desmesurado y aristocrático —y vacío— de la propia relación no deja de situarse ajeno a nuestro alcance emocional —o social— y determina que no lleguemos a empatizar con el personaje. Porque Vilas no logra que nos identifiquemos o emocionemos con la situación. Quizá por tantos artificios, cuya función nos resulta una incógnita. No parecen pistas. Es cierto que el autor nos va dando algunas, otras, de que lo que nos está contando quizá conduzca a un plot twist, pero son tan discretas —muy sutiles— o enrevesadas a veces que pasan desapercibidas o no se comprenden directamente. Como el final: es un misterio.


«El pasado es así, son rostros, gente que no nos quiso, gente que sabía que éramos malos.»


Otro elemento repetitivo es la poesía. Y no debe sorprender, porque Vilas es sobre todo poeta, más que narrador. Quevedo tiene su oportunidad en la novela para explicar la aparición —a su manera— del protagonista ausente (el fallecido) que es solo un recuerdo pero que determina toda la trama. Como Paul Valéry o Vicente Aleixandre. Picotea aquí y allí sobre lo cautivador que resultan los minutos dependiendo de la marca y calidad de los relojes, del lujo y de la comodidad de las camas, de los muebles y la madera, de perfumes selectos, de coches deportivos, de vestidos en maletas y armarios. De ladrillos y arquitectura. Como si los objetos retuviesen la historia y lo vivido.


Y la muerte

La muerte es el desencadenante de la historia, pero no su eje principal —en nuestra opinión, a veces lo parece y nos ha hecho debatir al respecto—. La historia no gira en torno a ella, sino que se enfoca más bien en el placer —sexo y lujo— como una forma de evitarla o ignorarla en el día a día. Esto se convierte en un estilo de vida: Irene tiene dinero y lo que implica, tiempo, y belleza, que le permiten mantener este enfoque. Un planteamiento que en principio podría resultar interesante, intrigante, pero que, en la practica, carece por completo de cuerpo, de trasfondo, en la novela. Deja al lector como antes de leerla.

Todos estos elementos, casualmente, también aparecen en su poemario. Sueltos, a golpes, encajando unos con otros. ¿Peculiar? ¿Versos antes que párrafos?


«Fue entonces cuando su gusto por la poesía se convirtió en un hechizo, en una forma de salmodia interior, hija de un presagio de muerte […].»



La intensidad que se respira en Una sola vida es otra cosa. Ya, no nos gusta «cosa», es ambiguo, amplio y obtuso.

Pero es que la intensidad está comprimida, ubicada y contenida. Una sola vida tiene mucha de esta intensidad que el autor domina y maneja de forma notable, atractiva, pero que, sin embargo, no atrapa en Nosotros. Es posible que las reflexiones y experiencias/vivencias dispersas en el poemario nos enriquezcan más que los párrafos —con la sensación de que los sientes aislados— de la novela, en los cuales no conseguimos vislumbrar con claridad la dirección que el autor está tomando, si es que es/era esa su verdadera intención.

Una sola vida se organiza en siete bloques, los días de la semana. Los poemas están en orden cronológico, como una suerte de diario y de vivencias que comparte con el lector, al que, muchas de ellas, le resultarán conocidas y reconocibles.

De nuevo aquí están presentes sus músicos, sus poetas, el alcohol, las ciudades, el amor, los hoteles, el dinero, los coches…, son personajes que, como en la novela, cobran vida y ocupan el lenguaje.

En este sentido, y como curiosidad, en su poema titulado «Literatura», que se encuentra en el bloque «jueves (La alegría)» de Una sola vida, aunque tal vez sería mejor referirlo como relato, figuran escritores y, casualmente, Quevedo. Otra vez.

Cierto que llegamos a la novela animados por la consecución del premio literario. Y un poco condicionados por acceder al autor al conocer su poesía. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro: nos llena más su poesía que su novela, y no deberíamos haber llegado al libro por el premio.


«Toda la noche soñando contigo,

me he pasado la noche entera

soñando que te besaba en el patio de una iglesia junto al mar.

Qué enamorado estuve de ti, y no te lo dije nunca.

¿Lo adivinaste? ¿Lo deseaste? ¿Lo suplicaste? […]»


Tal vez la novela lleve implícita poesía, mas allá de la historia contada. No por algo, el autor escribe en el prólogo en Una sola vida:


«Llevo toda la vida escribiendo poesía. Me casé con la poesía. Harto, me divorcié de la poesía y me casé con otra, que resultó ser también la poesía. La poesía ha sido mi familia, mi destino, mi casa, mi nación y mi memoria.»


Cuando un libro no nos gusta —no nos resulta atractivo—, no debido a la calidad de la escritura ni a nuestras preferencias temáticas, sino porque la trama nos ha decepcionado, no nos ha llenado, nos sentimos defraudados. La sensación camina entre el autor y uno mismo. Hacia el autor porque no ha logrado satisfacer nuestras expectativas. Y hacia uno mismo, por no haber sabido apreciar/disfrutar la novela. En este escenario, siempre hay una combinación de ambos sinsabores y uno pesa más que el otro dependiendo de las circunstancias.

Como escritores, en varias ocasiones hemos experimentado que alguno de nuestros textos no se ha interpretado como esperábamos, a pesar de nuestro esfuerzo. Creemos que somos generalmente claros y aun así, a veces, parece, llevamos al desconcierto. Por lo tanto, cuando cae en nuestras manos una novela que, como Nosotros, nos deja fríos, siempre queda la incertidumbre de que quizá, como sugiere la crítica, en realidad sea una gran obra que nosotros, como lectores, no hemos sabido interpretar adecuadamente. Es posible. Sin embargo, al igual que ocurre con nuestros textos no comprendidos, el mensaje es claro: algo ha fallado para que no se haya entendido correctamente.

Quizá, después de tanto Quevedo, Vilas en realidad sea más bien del bando de Góngora.

Desconocemos si estas dos obras contienen moraleja —de ser así se nos ha escapado—, pero nos plantean una importante cuestión: ¿tú qué reloj llevas?




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