En la anterior entrada, podías ver una fotografía de Neil Gaiman con su gato.
En fin, digo yo que será su gato. Quizá lo ha alquilado para la fotografía. Pero el caso es que muchos escritores han demostrado una cierta afinidad por los pequeños felinos… Aquí hablan de ello y lo explican mucho mejor que yo:
http://libreriaoletvm.blogspot.com.es/2013/11/los-gatos-y-sus-humanos-escritores.html
Y aquí tienes muchas fotografías y más ejemplos que te van a gustar:
http://dakhma.blogspot.com.es/2012/09/la-paciencia-de-los-gatos.html
Y ahora, mi aportación.
Siempre que pienso en gatos y escritores recuerdo dos anécdotas. Una de ellas se refiere a las últimas páginas del cómic Animal Man de Grant Morrison, en las que el autor aparece en las propias páginas y habla acerca de su gata fallecida, Jarmara.
También pienso en los primeros párrafos de Puerta al Verano, de Robert Anson Heinlein, un libro precioso que, aunque no lo parezca, no trata de gatos.
Léelo, que te va a gustar.
Un invierno, poco antes de la Guerra de Seis Semanas, mi gato – Petronio el
Arbitro- y yo vivimos en una vieja granja de Connecticut. Dudo de que la granja siga
allí, ya que se hallaba situada cerca del área de tiro cercana a Manhattan, y esas
construcciones de viejo armazón arden como papel de seda. Pero aunque siguiera
en pie no sería utilizable como vivienda, debido a los derribos. Pero a Pet y a mí nos
gustaba. La falta de agua corriente hacía que el alquiler fuese bajo, y lo que antes
había sido el comedor tenía una buena luz del norte para mi mesa de diseño.
El inconveniente residía en que el lugar tenía once puertas que daban al exterior.
Doce, si contamos la de Pet. Yo siempre procuraba una puerta para Pet – en este
caso un tablero ajustado a la ventana de un dormitorio que no se utilizaba, y en el
cual había cortado una gatera justo para que pasaran los bigotes de Pet -. He
pasado gran parte de mi vida abriendo puertas para gatos… Una vez calculé que,
desde el comienzo de la civilización, se han empleado de esta manera novecientos
setenta y ocho siglos. Puedo enseñaros los cálculos.
Pet solía utilizar su propia puerta salvo cuando conseguía que yo le abriese una
de las que utilizaban las personas, lo cual era de su preferencia. Sin embargo,
nunca utilizaba su puerta cuando había nieve en el suelo.
Cuando Pet era muy pequeño, todo pelusa y ronroneos, ya había adquirido una
sencilla filosofía: yo me ocupaba de la vivienda, del racionamiento y del tiempo, y él
se ocupaba de todo lo demás; pero me hacía especialmente responsable del
tiempo.
Los inviernos de Connecticut sólo son adecuados para las tarjetas de Navidad;
aquel invierno, Pet observaba regularmente su propia puerta, negándose a salir
debido a aquella desagradable sustancia blanca que había en el exterior (no era
ningún tonto), y luego me hostigaba para que abriese una ~e las puertas para
personas. Estaba convencido de que al menos una debía conducir a un tiempo de
verano. Eso significaba que en cada ocasión tenía que ir con él a cada una de las
once puertas, mantenerla abierta hasta que sé convenciera de que también allí era
invierno, y luego pasar a la puerta siguiente mientras sus críticas a mi mala
administración crecían en acritud con cada decepción.
Luego permanecía en el interior hasta que la presión hidráulica materialmente le
obligaba a salir. Cuando regresaba, el hielo de sus patas resonaba como zuecos
sobre el suelo de madera, y me miraba y se negaba a ronronear hasta que se lo
había arrancado todo…, después de lo cual me perdonaba hasta la próxima ocasión.
Pero nunca abandonó su búsqueda de la Puerta al Verano.