Pensé “voy a apuntarme a un curso de microrelatos eróticos”
“Será divertido”, pensé.
No recordaba que, yo, escribiendo, tengo el erotismo de una papelera de Pamplona el último día de los sanfermines. Entre poco y nada, para entendernos.
Pero en fin, aprendí un montón de cosas que no deben hacerse. También me enseñaron lo que sí debe hacerse, pero eso aún no lo he aprendido.
Lo intenté con elfos y ondinas. En esta ocasión probé con personas.
SI NO NOS ESCUCHAMOS
Lidia avanza decidida y comienza a hablar y a dar instrucciones, como cada día, pero Jaime, hoy, ya no la escucha. Ve los labios moverse, paladear y humedecerse, pero el deseo es tan fuerte que la sangre golpea sus oídos y no oye sus palabras.
Lidia señala la obra y las habitaciones vacías y sin terminar. Jaime no ve trabajo por delante, sólo insinuaciones, promesas de un contoneo suave, casi imperceptible, que acerca sus cuerpos un poco, un poco más con cada palabra. La respiración de ella se acelera. Sus pechos tiemblan, frágiles y necesitados. Antes de cometer un error imperdonable Jaime se aleja, alterado, sonrojado, dolorosamente rígido, firme y dispuesto.
Lidia no sabe lo que ha hecho mal. Siente un calor intenso en su rostro, en su estómago, que baja desde su ombligo y acaricia su piel por debajo de la ropa. Hoy por fin se ha confesado a la cara, en voz alta, a pesar de sus promesas castas e imposibles. Le desea, le necesita sobre ella, bajo ella y a su alrededor. Necesita arrancarle la ropa de trabajo y sentir su cuerpo fuerte, sus manos suaves y su mirada intensa, esa que la mira fijamente con la pasión de los desesperados.
Pero Jaime se ha dado la vuelta y se ha marchado. Lidia estaba convencida de que él también la deseaba.
¿Qué ha hecho mal?