Amigos

El último microrelato no era muy divertido, lo admito, pero con él usé un truco que me gusta mucho, que consiste en utilizar personajes o situaciones pertenecientes a otros libros que resulten más o menos conocidos por todo el mundo.

Henry Jekyll y Edward Hyde, mi referencia en Saturación.

Hay que hacerlo con cuidado, claro, porque el uso de material prestado debe ser un guiño al lector, no el reclamo del texto, si no quieres parecer pedante, plagiador y otras cosas que empiezan por “p”.

En mi caso, como no las uso bien, las referencias se pierden y desorientan al sufrido lector, que termina dejando mi blog y buscando vídeos de gatitos en youtube.

Los microrelatos, que no dejan de ser fogonazos de creatividad sin estructura, tienen unas reglas muy concretas y muy diferentes de otros textos de más extensión. Yo suelo saltarme varias de ellas a la vez, por lo que no debes esperar grandes resultados al leerlos.

Son, eso sí, divertidos de escribir, entretenidos de leer y, creo yo, siempre hay alguien a quien le llaman la atención y hacen que se agite algo en su interior.

No sé, digo yo.

La amistad es algo muy serio en cualquier idioma.

 

Amigos.

Saqué mi cantimplora. Me agaché y acerqué el agua a sus labios resecos. Bebió con avidez dando tragos cortos, porque sabía que aún faltaba mucho camino. Procuré que descansara mientras ajustaba las correas de las mochilas.

—¿Por qué lo haces? —me preguntó, pero no supe responderle. Sonreí, me acerqué hasta él y le di una palmada amistosa. Pasé mi brazo por su cintura y lo ayudé a levantarse. Cada movimiento le clavaba puñales en los pies, en la cabeza y en las entrañas, pero no se quejó ni una sola vez. Dejé que se apoyara en mi hombro y seguimos caminando.

¿Cuánto tiempo transcurrió? El agua se terminó, el aire quemaba los pulmones y los pies nos ardían, pero seguimos caminando hasta que ya no pudo dar un paso más.

—Vete —me dijo con los ojos humedecidos—. Déjame y sálvate, te lo ruego. —Dejé caer las mochilas y lo miré fijamente. ¿Cómo podría abandonarlo? Era impensable. Lo levanté de nuevo, abandonamos el equipo y cargué con él sobre mi espalda. Continuamos, a pesar del dolor y el agotamiento, durante horas, quizá días, sin comida, sin agua y sin esperanza y, finalmente, llegamos a nuestro destino.

Me han preguntado muchas veces por qué seguí con él, por qué no me di la vuelta, cuando cada paso que daba me acercaba más a la muerte. Nunca he sabido qué decir. ¿Era nuestro deber? Quizá, pero salvar el mundo nunca me pareció tan importante. Lo hice porque era mi amigo, y nunca necesité otra razón.

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